domingo, 13 de mayo de 2012

Historia de una celda

Querido amigo:

Refiero aquí la historia de una celda. Una celda y dos almas, dos caracteres, dos conciencias, dos seres unidos por el destino.

Yo carecía de conciencia, penaba en mi condena con la resignación que había ido labrando a lo largo de mi vida. Una vida surgida en un suburbio pobre, una realidad marginal y sin otro futuro ni oportunidad que la cárcel. Me crié entre delincuentes de la supervivencia y, para mi, delinquir representaba un trabajo como otro cualquiera, una forma más de ganarse el pan, ajena a escrúpulos éticos de ninguna índole. La resignación ha marcado mi vida. Resignarse a robar y estafar, mis dos especialidades. Resignarse a vivir siempre temiendo a la Ley, advirtiendo siempre que, tarde o temprano, la Ley se cobraría mis delitos. Nunca asesiné a nadie, aunque me llegaron a ofrecer grandes sumas por ello. No, matar no era para mi, yo no podía privar a nadie de la vida, siempre había de concederse una segunda oportunidad.

Allí me encontraba, aburrido en mi celda, resignado a dilapidar unos años a la sombra, cuando se abrió la puerta y el guardia hizo pasar a un niño.

¡Un niño! Iván no había cumplido aún los 12 años cuando pisó la prisión por primera vez.

La visión de la infancia, frágil y vulnerable a la corrupción moral de la cárcel, me conmovió desde el principio, y desde el primer instante que apareció Iván en mi vida, y por primera vez en mi vida, sentí que brotaba en mi un tierno retoño de responsabilidad. Yo tenía que cuidar de aquel niño, protegerlo de cuanto mal le amenazaba entre aquellos altos muros.

El muchacho se mostró reservado y prudente al principio, mas a medida que comprendió que nada podía temer de mi, fue abriendo poco a poco su confianza.

La historia de Iván iba encadenada a la lucha de su padre, un conocido y reputado activista de la oposición que había burlado a la dictadura y arengaba a la revolución desde el país vecino, socavando la calma del dictador y sus esbirros. Como represalia, el dictador había ordenado encarcelar al niño, para forzar la rendición del padre. Así se explicaba que un niño ingresase en prisión junto a un criminal común y vulgar como yo.

Para granjearme la confianza de Iván, representé el papel del preso político, profundo admirador y seguidor de su padre, por cuya causa me veía entre rejas. Iván resultó un chico muy perspicaz, que siempre sospechó que yo mentía con lo de ser un preso político, pero que sin embargo creyó en mi sincera admiración por su padre.

El padre de Iván encarnaba para mi la integridad y el valor, el sacrificio y cuantas altas y nobles virtudes puede atesorar el alma humana. Ante tal imagen, yo me sentía ruin e innoble. Reconozco que me avergoncé de mi mismo al conocer la historia de Iván, al oírle hablar de su padre.

Decidí, entonces, que si quería cuidar de aquel muchacho, habría de mostrarme como un reflejo del héroe que simbolizaba su padre. Comenzó, pues, una nueva vida para mi. Atrás quedaba el ladrón y el estafador de poca monta, a partir de aquel momento me propuse vivir como si fuera el padre de Iván. Sólo así lograría apartarle de las tentaciones y peligros del presidio.

Pasaban los meses y mis esfuerzos apenas daban resultado. Iván no tardo en mezclarse con los criminales más despiadados del centro penitenciario. No hacía exclusiones de ninguna clase. No se intimidaba al saber que uno había asesinado, el otro había violado, etc... Con todos trataba, imponiendo su carácter seguro y más maduro del que cabía imaginar en un chico tan joven. Tal vez, por qué no, pudiera ser que nosotros, los presos comunes, no fuéramos tan maduros como cabría esperar en un adulto.

Durante el tiempo que compartíamos encerrados en nuestra celda, me apliqué a enseñar a Iván, como si fuera su profesor. El niño sabía mucho, y al final terminaba por darme clases a mi. Leía y escribía con fluidez, mientras que yo me atascaba continuamente. No obstante, con tesón y paciencia mejoré mi nivel de lectura, atreviéndome con libros cada vez más difíciles que el niño conseguía en el mercado clandestino de la prisión.

Cuando salíamos al patio, o en el taller, o en el comedor, Iván se me escapaba. Yo temía que algún preso pudiera dañarle, y nunca le perdía de vista. Para mi asombro, el pequeño se desenvolvía con toda naturalidad. Sin duda había heredado el carisma de su progenitor, además de su capacidad de liderazgo.

Tales virtudes no pasaron por alto a los guardias, que dieron parte al Director del penal. El ascendente que Iván ganaba entre los reclusos representaba una amenaza para el orden de la prisión. El Director me hizo llamar a su despacho para ordenarme que controlara al muchacho, a cambio de recortar mi pena, de lo contrario me amenazó con convertir mi estancia en un infierno.

Aquellas amenazas pusieron a prueba mi recién estrenada "vida íntegra y de valor". Pasé varias noches sin dormir, sin saber cómo actuar, inmerso en un mar de dudas. Iván, por su parte, convencía a los presos para emprender una protesta en forma de huelga de hambre.

También me sumé a la huelga, y la ira del Director no tardó en golpearme. Los guardias me dieron una paliza, aprovechando que me encontraba solo en el taller. Luego redactaron un expediente donde figuraba que habían conjurado un intento de fuga.

Iván me cuidó durante mi convalecencia: tibia y peroné de la pierna izquierda fracturados, así como el húmero del brazo derecho. Apenas podía moverme, pues ni siquiera podía apoyarme en una muleta. Iván me acompañaba a todas partes.

Mis fracturas no habían sanado aún cuando sobrevino el golpe de Estado. El padre del niño irrumpió con un ejército de revolucionarios en el palacio del dictador. Las noticias corrieron como la pólvora por la prisión. Comprendí enseguida que la seguridad de Iván peligraba, pues las autoridades de la dictadura buscarían venganza en el pequeño.

Cuando la puerta de la celda se abrió, me interpuse contra los guardias, para evitar que se llevaran al niño. Durante un par de horas logré contenerlos. Teníamos que ganar tiempo... Desde fuera llegaban los estampidos de los disparos. Cabía la posibilidad de que pudiéramos resistir hasta que los revolucionarios tomaran el control del centro penitenciario.

A las dos horas, armados con escudos y porras, los guardias irrumpieron en nuestra celda, reduciendo mis rudimentarios medios de resistencia. Se llevaron a Iván, y en cuanto a mi... Cuando los revolucionarios entraron en mi celda, me hallarían ensangrentado y apenas con vida...

La revolución triunfó, lo que implicó una amnistía para los presos políticos, mas no para los comunes. Cumplí mi pena, con atenuantes por buen comportamiento.

Iván vino a visitarme varias veces, sin mencionar jamás que sabía que yo había sido condenado por robar y engañar. Iván me agradecía haberle salvado la vida, así como su padre, el nuevo y flamante Presidente, quien me vino a recoger personalmente cuando expiró mi condena y abandoné el presidio.

Salí de prisión convertido en un hombre nuevo, agradecido... Muchos me llaman héroe, pero ¿qué significa ser un héroe? Las cicatrices de mi cuerpo me duelen cada vez que cambia el tiempo, y sólo yo sé el miedo que aún atenaza mi alma. El héroe vive, ama y llora en silencio, teme en silencio, pena en silencio... Si un criminar vulgar como yo albergaba a un héroe, lo dudo mucho. De lo que no me queda la menor duda es de la felicidad que rebosa en mi cada vez que me olvido de aquel que fui, cada vez que las heridas me duelen.

Un abrazo