domingo, 30 de septiembre de 2012

La boda

Querido amigo:

La ceremonia había concluido en una céntrica iglesia de la ciudad y, mientras los novios, padrinos y testigos firmaban los registros parroquiales, los invitados se concentraban en la entrada, aprovisionándose de pétalos de flores y arroz con los que agasajar a los recién casados. 

Pero afuera llovía intensamente. Tacones finos, vestidos de fiesta de colores veraniegos, pamelas y tocados... Elegantes rasos, mantones de seda, trajes impecables y zapatos relucientes... Nadie quería empaparse afuera, así que se apretaban unos contra otros en el estrecho zaguán de la entrada de la iglesia. 

A pocos les pasaría por alto una figura alienígena, extraña, que se apostaba en el umbral del portón.  Una mujer de piel tostada por la intemperie, chorreantes de lluvia los cabellos, vestida con ropa sucia, devorando con ansia un bocadillo, y el espectro del alcoholismo preso en sus pupilas. Un alma desgraciada que estropearía el feliz retrato de los esposos abandonando la iglesia. 

Una mujer alcoholizada que contrastaba en la iglesia engalanada de flores frescas, en cuyos pasillos se habían tendido alfombras rojas, y en cuya acera aguardaba un automóvil de lujo, joya de los años veinte. Pura miseria en medio del lujo más refinado.

Seguía lloviendo y la espera se alargaba. Los contrayentes se retrataban en el altar. 

De la calle emergió otra figura, alguien a quien nadie había llamado, empapada y sin traje festivo. Una mujer de aspecto normal, que logra entrar en la iglesia entre el grupo de invitados que llenan el zaguán. Una vez dentro, parece desorientada. Mira a un lado y otro. Se siente incómoda, como si se hubiera aventurado en una casa ajena. Apenas unos segundos más tarde vuelve a salir, con las mismas molestias que causó al entrar, y bajo la lluvia se detiene y repara en la indigente que apura su bocadillo en la entrada. Del bolso saca una limosna para la pobre mujer, y desaparece en la tarde gris de la ciudad. 

La lluvia tiñe la escena de aparente irrealidad. Sin embargo, hay dos mujeres cuyas vidas se han cruzado en el umbral de la casa del señor, dos mujeres cuya realidad desmiente la irrealidad que la lluvia entristece en aquel lugar donde el lujo brilla ante un alma hambrienta, donde el lujo espanta a una feligresa que había acudido a rezar y que se sintió ajena en la casa de Dios. 

Un abrazo