Querido amigo:
Nunca se había visto nada igual.
Cuando el ángel (así le llamaban) pisaba el césped de un campo de fútbol, la parroquia enmudecía de asombro. A su poder físico sobrehumano se unía una técnica exquisita. El ángel corría de un extremo a otro del campo sin que se apreciara en él la fatiga, jugaba con y sin balón, siempre listo para encabezar un ataque y siempre providencial para rescatar algún balón que irremediablemente se iba a perder en el fondo de las mallas. El ángel tocaba el balón con limpieza, regateaba con elegancia y remataba de cualquier manera. Había quienes opinaban que volaba, que gravitaba sobre el césped como si le impulsaran un par de alas invisibles.
Si su forma de jugar impresionaba, más aún sorprendía la leyenda que le rodeaba. El ángel... ¿Quién era el ángel? A decir verdad, nadie lo sabía. Cierto domingo saltó al campo, como un novato más a quien el entrenador brindaba la oportunidad de jugar con el primer equipo... y desde el primer momento fascinó a la afición. Cinco goles como cinco soles rubricaron aquel debut, e inauguraron una leyenda meteórica.
Jornada a jornada, el ángel sembraba de tantos el haber del equipo, un combinado de los más humildes del campeonato de liga, con un presupuesto irrisorio y siempre amenazado por la guadaña del descenso. En pocas semanas, el ángel elevó la moral de sus compañeros, esos chicos de los suburbios de una pequeña capital de provincias, que pasaron de calzar "zapatillas de plomo" (tan pesadas como su desánimo), a volar por el campo, sin renunciar a ningún balón, y hasta a plantarle cara a los grandes equipos de la capital.
Y la afición enloqueció con los milagros que presenciaban cada domingo. El ángel catapultó al equipo hacia el primer puesto de la tabla, y el estadio de la pequeña ciudad se quedó pequeño ante la avalancha de seguidores que abarrotaban las taquillas para comprar una entrada que les permitiera ver al portento.
Sin embargo, y he aquí el gran misterio, nadie sabía quién era el ángel. Una celosísima confidencialidad le protegía de la mirada de la prensa y de la afición. Las imágenes de televisión no permitían averiguar sus rasgos, de alguna extraña manera, la baja calidad de las mismas impedía reconocer el rostro del ángel.
Y ahí no acababa la cosa, nadie le había visto entrar o salir del campo. El ángel era siempre el primero en llegar a los entrenamientos, el último en marcharse después de cada partido. Los periodistas se apostaban en las entradas al estadio, en el garaje reservado para los jugadores, se colaban hasta la puerta del vestuario... pero nada. Ninguno de ellos había podido entrevistarle, ni pedirle un autógrafo.
Y si se preguntaba por el ángel a alguno de sus compañeros de equipo, todos coincidían en que era el tipo más estupendo que habían conocido jamás. Todos recurrían a él cuando tenían algún problema, tanto dentro como fuera del campo. El ángel era el amigo inseparable de aquellos que caían lesionados. El ángel había mediado para que el defensa central se reconciliara con su novia.
Siempre era el primero en animar a los jugadores del equipo rival, y asistirles si alguno se lastimaba en algún lance del juego. Después de los duros entrenamientos, el ángel siempre tenía tiempo para jugar con los niños de las categorías inferiores, para quienes era un verdadero héroe, y enseñarles la humildad, el respeto y la honestidad en el campo y en la vida. Y es más, había quienes aseguraban que todas las semanas acudía al hospital infantil, y que las paredes del vestuario estaban repletas de los dibujos, las cartas y los cuentos que los niños le mandaban.
Pero todo esto se sabía a través de los testimonios de quienes trataban directamente con el ángel. Nadie que estuviera fuera de este círculo le había conocido en persona. Era como si el ángel se desintegrara al final de cada partido para volver a aparecerse al domingo siguiente. En el hospital, sólo los niños afirmaban conocer al ángel, pero los mayores no lograban recordarlo... más allá de que aquel joven, el ángel, había devuelto la sonrisa a los pequeños pacientes.
Y cuando el equipo ganó la liga, la apoteosis embargó a toda la ciudad. Los jugadores desfilaron por las estrechas calles, rodeados de vítores y abrazos, pero... ni rastro del ángel.
Los grandes clubes buscaban desesperadamente al representante del ángel, y contactaban una y otra vez con el presidente del equipo para ofrecer sumas galácticas por fichar al ángel. Imposible, el ángel no quería dinero, respondía el presidente. - Esta ciudad es muy pequeña, y no hay distancias. El chico siempre va a pie a todas partes. No necesita coche. Vive por el centro, en la casa familiar. Búsquenlo por ahí. Yo no puedo contarles más-.
Qué abismo separaba al ángel de otros jugadores de los grandes equipos de la capital. El ángel caminaba a todas partes y no se emborrachaba con chicas al término de un encuentro. El ángel no protagonizaba campañas comerciales ni vestía ropas de marca, ni conducía coches de lujo. El ángel no realizaba declaraciones imprudentes sobre otros jugadores, ni criticaba a la afición.
En todos aquellos años, el ángel jugó en el equipo. Hubo temporadas en las que no marcó ni un solo gol, y aún así el equipo quedó campeón. un domingo, tras el pitido final, el ángel se recogió en los vestuarios y ya no se le volvió a ver más. Desapareció con la misma discreción con la que había llegado. Ni un sólo homenaje.
Los vecinos de la ciudad aseguraban que le veían a diario, haciendo deporte por los parques públicos. Enseñando a jugar al fútbol en colegios. Visitando el hospital todas las semanas. En misa. Incluso, había quienes decían que atravesaba apuros económicos, y que el ayuntamiento le había asignado un sueldo por dar clases de fútbol.
Nada de eso se pudo demostrar nunca, nadie supo nunca describir sus ojos, su boca, su nariz... El ángel se encontraba en todas partes y en ninguna se le hallaba. Todos le conocían y nadie sabía cómo dar con él. Sin más, aparecía cuando se le necesitaba, y a su paso dejaba una estela de esperanza.
Un abrazo
sábado, 29 de junio de 2013
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