Querido amigo:
Embriagado de tristeza, derrotado y sin un euro en los bolsillos... En el pub continuaba la fiesta, la música pachanguera, las risas, los rumores del mundo que acababa de abandonar para no volver jamás.
Un joven de apenas veinte años que ni siquiera mantenía el equilibrio, cuya alma giraba con frenesí entre los polos de la ira y la resignación, se dejó caer contra un coche aparcado, tratando de recuperar su ser, luchando contra una cuenta perdida de whiskis.
Al cabo de un rato, levantó la mirada y vio su patético reflejo en el retrovisor del coche, y como la puerta del pub se abría a sus espaldas y su mejor amigo salía acaramelado con la chica que el amaba desde que el sol es sol, desde antes de nacer a este mundo de guapos y feos. La pareja se alejó y el muchacho concentró sus pupilas en el retrovisor, donde su poco agraciado rostro le invitaba a recorrer la ciudad de Madrid. Comprendió que se había terminado una etapa de su vida, que su mejor amigo y ella habían cerrado de un portazo los años de la adolescencia, y que el hombre florecía con el corazón como el fruto de una chumbera, hermoso y pulposo, lleno de savia dulce, pero cubierto de afiladas espinas.
Por las calles del Madrid literario, se cruzaba con paradójicas parejas, y también amantes fortuitos que se retiraban de la fiesta como cenicientas medio descalzas, olvidando a sus príncipes o princesas en alguna barra de bar. Al despuntar el alba les desaparecería el hechizo, y la vida cotidiana enterraría el deseo carnal que se extravió en la noche embrujada de Madrid.
En la plaza de Santa Ana comenzó a a diluviar. La lluvia salpicaba el gorrioncico que las manos de la estatua de García Lorca sostenían con dulzura. El joven hombre se sentó en el pedestal, de cara al Teatro Español, y se adormeció mientras ella y su mejor amigo rasgaban con sus traidores besos las páginas del romancero apócrifo de un estudiante enamorado. Al levantar los párpados descubrió a un perroflauta que danzaba bajo el aguacero, con una sonrisa tan amplia que parecía como que todos los problemas del mundo se hubieran agotado en aquel mismo instante. ¡Verde, que te quiero verde...!
Arreciaba la lluvia al pasar bajo la estatua de Calderón de la Barca. ¡Ay, mísero de mí, ay infelice...! Un hombre que camina soñando, una vida que gira siempre al albur del viento, un ensueño marcado con el fuego de los labios de una mujer inasequible, y un antojadizo destino que le conduce a la plaza de Benavente, donde las reinas de las noche cantan sus arias a la lluvia, luciendo las carreras de sus medias por las miserias de la calle Carretas.
Las visiones del whiski se pasean ante el joven hombre con su aroma a almendras amargas. Lorca, Benavente y Calderón rondan las calles del mismo Madrid, dejando a su paso un rastro de tinta, de estrofas arrancadas al alma de la capital, el alma que se oculta tras los visillos de las ventanas, que se refleja en los espejos de los bares, a veces moribunda, otras desafiante... Los tres literatos desaparecen hacia la plaza de Santa Cruz, donde se les une el ciego Max Estrella, que yacía desplomado a la sombra del ángel guerrero que custodia el palacio. De la iglesia de Santa Cruz surge Galdós.
En el corazón del joven hombre se desencadena un duelo. De una parte la desilusión, de otra la esperanza. Las pistolas en alto, encañonándose, pues esto va en serio. Los poetas apadrinan a los beligerantes. ¡Fuego! ¡Fuego! La plaza de Santa Cruz se cubre de versos y personajes, tan confusos como el alma de la propia Literatura; dos balas cruzan la velada, y emergen fantasmas de todos los rincones... Max Estrella, Fortunata, Antoñito el Camborio, Segismundo... La desilusión cae al asfalto, bañada en sangre.
Los escritores aúpan en hombros a la esperanza, vencedora del duelo. El joven hombre sonríe al cruzar por uno de los pórticos de la Plaza Mayor. Vuelta al ruedo, dos orejas y rabo. Se despiden los duendes, ya no queda ni un sólo libro en la noche, la lluvia empieza a arreciar y la claridad de levante se abre paso a través de la Puerta del Sol. El joven hombre recobra la lucidez en el kilómetro cero, una nueva vida comienza, con las manos negras de tinta. Desaparece en el amanecer de Madrid, fundiéndose con el alma inmortal de la ciudad, un hombre joven que ha mudado la piel del adolescente bajo una tormenta de whiski, desamor, poesía, teatro en tres actos y final de ensueño.
Un abrazo
sábado, 26 de octubre de 2013
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