domingo, 27 de julio de 2014

El fabricante de juguetes

Querido amigo:

Hiciera frío o calor, cada alborada del año madrugaba el viejo marino para saludar el primero al sol y a la mar desde el espigón del puerto. Vivía en los barrios altos del pueblo, adonde los grandes edificios de hoteles y apartamentos habían ido arrinconando a los marinos y pescadores pobres de la otrora aldea de mar, hogaño paraíso turístico.

Sobreviviendo a duras penas con una precaria pensión, no mayores lujos se concedía el viejo marino que rememorar con el rumor de las olas y el salitre de la brisa la larga vida consagrada a la mar. Sentado en el puerto se le pasaban las horas, hasta que al mediodía reemprendía el regreso por las empinadas y estrechas callejuelas del casco viejo.

Así todos los días, iba y venía, nostálgico y soñador. No había monotonía en su vida, lejos de lo que pueda parecer, pues historias sin fin narran la mar y el cielo para cuantos han vivido su gramática durante tantos años. Consistía ésta en un diccionario azul intenso, escrito durante oscuras noches estrelladas, a merced de fragorosas tempestades; un léxico que sólo entendían quienes se habían empapado de océano, quienes se habían atragantado de agua salada hasta casi olvidarse de respirar, pobres huérfanos sin más madre adoptiva que una sirena de largos cabellos de oro y plata, cuya voz jamás deja de oírse, cuya estela de nombres no tiene fin.

Aquella mañana, el viejo atisbó un bote arribando al espigón. Un rostro familiar bogaba con calma, el del fabricante de juguetes que, al acercarse lo bastante, tendió un regalo para el viejo marino. Luego, sin mediar más que una sonrisa, el bote se alejó hasta difuminarse en la bruma matutina. El viejo marino quedóse inmóvil, con una hermosa caracola en la mano.

El viento sopló como la primera vez que el fabricante de juguetes se cruzó en su vida, aunque entonces apenas contaba con edad suficiente como para jugar en el patio de la casa de sus padres. Se distraía contemplando como el viento mecía las sábanas en el tendedero del balcón, cuando un rayo de sol traicionero acertó a colarse entre los blancos pliegues, cegándole momentáneamente. Al abrir los ojos, delante suyo apareció el fabricante de juguetes, que le alargó un diminuto barquico de corcho con velamen de papel.

Pasarían muchos años desde entonces, cuando el ya joven marino tornó a encontrarse con el fabricante de juguetes. Una sonrisa imborrable entre los recuerdos de la infancia brilló de nuevo en una oscura taberna de un puerto remoto, donde el ron y la música calmaban la soledad de los marinos que iban de paso. El fabricante de juguetes parecía muy concentrado, trabajando en algo, mientras una taza de café le acompañaba en un rincón apartado de la taberna. Una ráfaga de viento golpeó la puerta con estruendo. Una vez repuesto del sobresalto, el joven marino buscó su vaso en la mesa, pero tropezó con la mano del fabricante de juguetes, que le ofrecía una muñeca dulcemente tallada en un pedazo de madera, con cabellos de estropajo.

Al igual que el barquico de corcho que le regalara en su niñez había presagiado una vida dedicada a la mar, la muñeca anunciaba a la novia que pronto había de llegar, para casarse poco tiempo después. Así, la muñeca de madera pronto tendría un hermoso nombre y un  bello rostro moreno al que evocar y soñar en las largas veladas de ron y café de las tabernas de paso de todo puerto por donde su barco acertara a atracar.

Fugaces recuerdos del ayer que había despertado la enigmática e inesperada visita del fabricante de juguetes.

Al llegar a la casa del barrio alto, su nietecico saltó a sus brazos. Aquel día había dado sus primeros pasicos solo, y de ahí en adelante requeriría la atenta y cariñosa vigilancia de su abuelo para aprender a ser un marino noble, valiente y bueno. Ya no podrá bajar al puerto el viejo marino como todas las mañanas, pero si asoma la oreja a la caracola del fabricante de juguetes, escucha las olas y sus historias de mar, siente el aroma y la caricia de la brisa.

Mientras tanto, el fabricante de juguetes sigue recorriendo el mundo adivinando los más íntimos deseos de niños y mayores. Es el viajero que duerme en un tren, que se acurruca en un portal, que apura un café en la silenciosa madrugada de un bar de estación. El fabricante de juguetes viaja de aquí para allá desde tiempos inmemoriales, tanto que ya no sabe de dónde partió y hacia dónde se dirige. No tiene más hogar que el recuerdo vivo de aquellos que por azar se cruzaron con su destino, como ese viejo marino cuya vida se describió jugando con las olas y el viento.

Un abrazo