domingo, 21 de septiembre de 2014

El baile

Querido amigo:

El padre se marchó de la alcoba dando un portazo desdeñoso, y aquel golpe seco dio paso a un ritmo en su imaginación. Un ritmo penetrante y cada vez más y más vertiginoso, que brotó del fondo de su espíritu y se contagió a todos los miembros de su cuerpo. Al cabo de unos segundos se encontró a sí misma bailando, poseída de un instinto de libertad que sobrevivía a la tremenda bronca que acababa de recibir.

Todo porque la habían sorprendido en la verbena, bailando con un chico ¡un sacrilegio! Desde la celda en que habíase convertido la alcoba, el rostro bañado en lágrimas, bailaba poseída por los recuerdos...

La orquesta que tocaba un alegre pasodoble, y el pueblo entero que se lanzó a la plaza... Y ella sentadica en una silla, hasta que un ángel se le apareció entre el barullo de parejas... Sonriente, la tomó de la mano y la sacó a la pista...

Ahora gira y gira sola en la alcoba, sedienta de paz... Gira y gira hasta el éxtasis, rodeada de silencio y tinieblas.

En su memoria giraban y giraban juntos, como si aquel pasodoble hubiera desencadenado un furioso huracán. En un momento dado, creyó que todo el pueblo había desaparecido, abandonándola con su ángel bailarín, juntos los dos en medio de carrusel de luces y júbilo que, sin duda alguna habría de tratarse del cielo. En ellos todo: caderas, pies y brazos; entregados al capricho de la música. Y ya dejó de arrastrarles el cuatro por cuatro del pasodoble, ni mucho menos, sino que éste se mudó en una melodía frenética y maravillosa, tan fuerte como la juventud, tan poderosa como el alma.

Todo eso se había esfumado, como una veleidad ilusoria. Agotada, se detuvo de golpe y cayó a plomo sobre la cama, jadeando. A pesar del silencio, sentía las sienes como el choque de un yunque y un martillo. Desde el salón llegaba la conversación de los padres. Ellos velaban por ella, porque la gente era mala y el pueblo murmuraba... Y si no quería aprender por las buenas, habría de ser por las malas. Y que no se le ocurriera salir de la alcoba... Que medite...

¡Pecadora! ¡Pecadora!

La mano de hierro de su padre había irrumpido iracunda en pleno baile, sacándola de entre la multitud con furia. Sintió que todo aquel huracán se estrellaba contra un muro, que su ángel desaparecía tal y como se le había aparecido, y que el cansino ritmo del pasodoble volvía a rodearla, como una hiedra a una odalisca petrificada.

En medio de su cautiverio, el corazón debatía con la razón. No comprenderán los límites del bien y del mal. No habrá piedad con la que ose probar un aire de libertad. ¡A la celda por hereje! Y en la celda, la libertad le provoca fiebre, porque la libertad es un virus que no se extirpa con una regañina, sino que se adueña inefable de la infeliz paciente, enferma ya para siempre.

Y llevada de tal fiebre, se incorporó de la cama y tornó a bailar en la oscuridad de la alcoba, porque el ritmo no la dejaba ni la traicionaría. Ritmo divino, soplo de amor, bendición ardiente.

Paz.

Un abrazo