Querido amigo:
Una soleada mañana dominical iban paseando por el parque del Retiro un señor y su nietecico. Al llegar a la plaza del Ángel Caído, el pequeño reparó en la estatua que la preside. Su abuelo le explicó que aquel ángel negro representaba al demonio, expulsado del cielo por sus maldades.
Desde entonces, cada vez que pasaban por aquel lugar, crecía en el corazón del muchacho la aversión hacia aquel ángel del mal, aversión tanto más aguda como la satisfacción por la ejemplaridad del castigo.
Pasaron muchos años, y el niño se convirtió en hombre. Ya no iba al Retiro de la mano de su abuelo, sino que empujaba la silla de ruedas de éste. El abuelo iba muy contento, contemplando la vida que revoloteaba a su alrededor. En un momento dado, se dio cuenta de que su nieto alteraba la ruta cotidiana.
El joven confesó que la plaza del Ángel Caído le inspiraba repulsión y que prefería evitar pasear por ella. Sin embargo, su abuelo insistió en que rectificara la ruta y que se dirigiera hacia la susodicha plaza. Por no contrariarle, el nieto obedeció en silencio.
Una vez delante del monumento, el abuelo le instó a detenerse allí unos minutos. El joven intentó desviar la mirada hacia los jardines que rodeaban a la plaza, procurando no fijarse en el desgraciado ángel oscuro, cuya mera cercanía le causaba gran desasosiego. Pasado un rato, cayó en la cuenta de que su abuelo le miraba fijamente, y que durante todo aquel tiempo no había dejado de espiar su extraña reacción.
Al final, el anciano le rogó que dirigiera los ojos hacia la estatua. El joven lo intentó, pero apenas aguantó un par de segundos, antes de agachar la vista hacia el suelo. Su abuelo, entonces, le habló con cierta severidad. Le habló del bien, pero le habló también del mal.
¿Te repugna la visión del mal? Y sin embargo, mira a tu alrededor, mírate a ti mismo. ¿No ves ángeles caídos por todas partes? Cuando se juzga al prójimo sin compasión, brota el fanatismo, brota el mal,... y sin darse cuenta, se tropieza y se cae. Todos tropezamos en esta vida, hijo mío, y sólo nos reincorporamos gracias al apoyo del amor compasivo de aquellos a quienes hemos causado daño. Miras con rencor a la estatua del demonio, con la arrogancia de quien cree poseer la superioridad moral de juzgar, pero al juzgarle no te percatas de que tus alas ya no te sostienen, y de que te precipitas como él hacia un vacío, hacia la nada... De que, en el fondo, te da miedo mirarle porque él encarna un reflejo de ti mismo. Dios le expulsó de los cielos porque él osó desafiarle y usurpar su lugar, y tú te atreves a juzgarle como si te atribuyeras potestad divina para ello, pecando como él, al querer ocupar el lugar de Dios. Ahora, llena de amor tu corazón y contempla el sufrimiento de su rostro, y despierta en ti la compasión hacia el caído, y ayúdale a levantarse.
En aquel momento, una chica que patinaba a su alrededor perdió el equilibrio y vino a caer a los pies del nieto, que enseguida se apresuró a levantarla del duro asfalto. Al mirarla, le pareció un ángel.
Pasó el tiempo, muchos años. Ya muy anciano, el nieto recordaba las palabras de su abuelo al pasear bajo el monumento del Ángel Caído. Nunca más desde aquel día había vuelto a sentir aquella angustia, aquel temor al acercarse a aquel lugar, porque desde aquel día no había dejado de protegerle con su amor un ángel que, con patines y no con alas, acertó a caer del cielo junto a él.
Un abrazo
sábado, 4 de octubre de 2014
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