domingo, 1 de febrero de 2015

La herencia

Querido amigo:

Aquella mañana se celebraba uno de los consejos de dirección más importantes, sino el que más, de la historia de la compañía. Tras cinco décadas al frente de la misma, el abuelo fundador carecía ya de fuerzas para seguir gobernándola, y había convocado en consejo a sus hijos y nietos para nombrar a un nuevo presidente.

Vetusto y achacoso, el nonagenario llegó el primero a la elegante sala, ubicada en la última planta del imponente rascacielos que albergaba la sede de la empresa. El edificio más emblemático para la firma más prestigiosa de la ciudad. Ni la altura desde la que se dominaba un vasto paisaje, ni el lujo austero de la sala de juntas remembraban los humildes cimientos de aquel colosal imperio.

Mientras aguardaba la llegada de sus familiares, el anciano se abstrajo evocando con nostalgia el primer taller, el primer contrato de ventas, la primera oficina, las inacabables jornadas de trabajo hasta bien entrada la madrugada, los tiempos duros - que nunca faltaron-, los entrañables y leales colaboradores, la expansión internacional, el reconocimiento y... La amarga resonancia del siguiente recuerdo ensombreció el ánimo del viejo.

Poco a poco se fue poblando la sala. Los últimos comparecieron con más de media hora de retraso. Creyendo que el abuelo cabeceaba adormecido, unos y otros conjeturaban en voz baja quién heredaría la corona, Mas no sesteaba el patriarca, si no que escrutaba con agudo oído cuánto se murmuraba en los distintos corrillos que se habían cerrado a su alrededor.

Llevaba años temiendo este momento, pero llegado al mismo, creía haber resuelto la mejor decisión para la familia y para la empresa. Había meditado hondamente sobre cada uno de sus hijos. Todos ellos se habían educado en el mejor colegio de la ciudad, aunque con expedientes muy disímiles, Todos ellos prefirieron hacer carrera con sus propios negocios y aventuras, aunque al final, todos ellos acabaron por regresar a él, implorando abrigo bajo el paraguas protector del imperio paterno. No podía reprocharles nada, pues como niños ricos los mimó y como niños ricos se comportaban.

Al mayor le legó su carácter fuerte y emprendedor, lo cuál no dejaba de inquietarle. A la edad de su primogénito, el padre también había alzado la voz ante algún subordinado, pero el tiempo y el enorme esfuerzo consagrado a la causa mercantil, le habían propinado muchas curas de humildad, y hoy en día se avergonzaba aún de aquella temprana soberbia. Por ello, la soberbia de su hijo también había de aguardar sus propios remedios, y no pocas veces barajó la opción de testar en él.

A su manera, se sentía orgulloso de cada uno de sus hijos. Sin embargo, ninguno mostraba los atributos idóneos para patronear el buque. Otro tanto se podía contar de los nietos, a excepción de uno de ellos.

El nieto díscolo. Nada podía esperarse de él. Siempre obedeció a sus impulsos, nunca le importó nada. Los demás herederos le habían descartado de la carrera sucesoria. Sin embargo, a pesar de que nunca se había dignado a presentarse a ningún consejo, el abuelo se empecinaba en conservar su sillón vacío, esgrimiendo que su nieto nunca le había pedido dinero y que, si hacía su voluntad, se mantenía a malas penas con el fruto de su propio esfuerzo.

El abuelo carraspeó y se hizo el silencio en la sala. Todos contenían la respiración, expectantes a las palabras del fundador. Pero éste callaba.

- ¿Esperamos a alguien más? - inquirió el primogénito.

El abuelo no respondió, posando la mirada sobe el sillón vacante.

El hijo mayor iba a replicar que no merecía tanta consideración quien sobradamente había ignorado todo interés por la compañía, pero se hubo de morder la lengua, porque justo entonces se abrió inopinadamente la puerta de la sala para dar paso al nieto rebelde. No llegaba solo, pues le acompañaba un joven empleado de la compañía quien, no encontrando donde sentarse, se apartó, discretamente, de pie en un rincón. Sólo entonces, el patriarca inauguró la sesión.

- Tenemos mucho trabajo y no deseo abusar más de vuestro preciado tiempo. Al contrario que en consejos anteriores, hoy os hablaré como padre o abuelo, y no como el Presidente de esta casa.  

Uno de los nietos irrumpió en aplausos, que se contagiaron por toda la sala hasta apagarse abruptamente delante de la gravedad marmórea del abuelo. Rehecho el silencio, éste prosiguió:

- Lo que voy a compartir hoy con vosotros no se lo he confesado nunca a nadie, y espero que no trascienda de esta sala. En primer lugar, me complace presentaros a Mario, quien no se ha filtrado en este consejo por casualidad, sino invitado directamente por mi. 

Todos se giraron para apreciar mejor al intruso, dedicándole miradas de indiferencia y recelo. El joven bajó la mirada al suelo, muy turbado.

- Por si no lo sabéis - reanudó el abuelo -, Mario trabaja con nosotros desde hace cinco años. Al contrario que vosotros, Mario tuvo que superar muchos obstáculos hasta llegar hoy aquí. Nació en una familia humilde que, sin embargo, se sacrificó para que estudiara, y él no desaprovechó la oportunidad. Con nueve años cayó enfermo, y durante meses los médicos creyeron que nunca volvería a caminar, pero Mario luchó hasta la extenuación para levantarse y avanzar hoy hasta aquí. Mientras vosotros disfrutabais de felices veranos en la mansión de la playa, Mario servía mesas en un bar de la ciudad, o daba clases particulares a otros niños, o cargaba cajas en un supermercado.

Uno de los nietos bostezó, lo que no pasó desapercibido a los ojos del patrón.

- Levántate y cede tu sillón a Mario - le increpó el viejo-.

La tensión se espesó como un embalse a punto de reventar.

- Tal vez te aburran mis palabras - continuó el abuelo, dedicando una mirada severa al azorado nieto -, pero no habrás de soportarlas mucho más tiempo, así que ten paciencia hoy-.

Una pausa, para que el abuelo se aclarara la garganta con un vaso de agua.

- A lo largo de estos cinco últimos años, he observado muy de cerca la trayectoria de Mario, descubriendo en él a un profesional honrado, paciente, prudente y perseverante. 

Mientras tanto, Mario escuchaba atónito los elogios de aquel anciano, a quien no había visto sino en revistas y periódicos. No daba crédito a cuanto sucedía en aquellos instantes, pensando incluso que se estaban burlando de él, un sencillo empleado, apenas un engranaje o una débil tuerca en la gran maquinaria que representaba aquel Titanic. El Presidente leyó el desconcierto en el semblante pudibundo del muchacho.

- Tal vez ignores, Mario, todo cuanto ahora oyes. De seguro tampoco sabrás que yo, personalmente, pagué tus estudios; ni adivinas que yo, también, sufragué tu traslado a la costosa clínica de rehabilitación donde lograste volver a andar; ni que velé en todo momento porque no carecieras de dinero para libros y material durante tus estudios universitarios; ni que yo, consciente de que aprovechabas las oportunidades, instruí para que se te concediera la beca con la que pudiste cursar ese desorbitante máster. Asimismo, desconoces que yo mismo, ordené que se te propusiera una oferta de empleo en esta casa, 

El estupor de Mario se generalizó por toda la sala, entre la familia del abuelo. Sin mediar palabra, cada cuál se preguntaba quién, a parte de un chiquilicuatro cualquiera, podía ser aquel Mario, que tantas atenciones había merecido del patriarca. Mario, a su vez, se disponía a abrir la boca, pero un gesto del viejo le detuvo.

- Finalmente, también ignoras que detentas tanto derecho en esta empresa como el que más de los que estamos congregados en esta sala. Enseguida comprenderás la razón por la que no tienes nada que agradecernos.

Mutismo absoluto en la sala. Nadie se atrevió a moverse.

- Hace muchos años, durante la guerra, me reclutaron como a tantos jóvenes de la época. No importaron mis ideas políticas, que nos las albergaba, sino que podía empuñar un arma contra el bando enemigo. Ninguno sabéis cuánto puede uno llegar a aburrirse en una trinchera, durante horas, días, meses,... de tensa espera. El frío y el hambre nos igualaron a todos y, tal vez por ello, un golfillo de barrio sin oficio ni beneficio como yo, terminó trabando amistad con un joven ingeniero de brillante futuro. Tampoco las balas enemigas seleccionan entre buenos y malos, torpes o genios. Cercenaron el porvenir del mejor amigo que nunca he tenido, que cayó abatido en mis brazos. Unos días antes, compartiendo una botella de vino y unos cigarrillos de picadura, planeábamos abrir juntos un taller cuando concluyera la contienda.

Las nubes cubrieron el sol, el paisaje urbano se oscureció, y tímidas gotas de lluvia comenzaron a salpicar los ventanales de la sala.

- Al regresar a casa busqué sin éxito a la viuda del malogrado compañero, pero nada. Removí Roma con Santiago, para apenas averiguar que la familia del ingeniero había abandonado la ciudad durante la ofensiva. Con la ciudad reducida a una escombrera, pasarían muchos años antes de que los oriundos tornaran a poblar las reconstruidas calles. Supe entonces de aquella mujer, a quien localicé en una de las misérrimas construcciones que habían sobrevivido a los bombardeos. Mientras tanto, durante aquellos años que sucedieron a la conflagración, yo había puesto en obra el sueño de mi añorado camarada de armas, fundando el taller, que ya comenzaba a cosechar los frutos de un esfuerzo contumaz. Nada quedaba entonces del chulo de bario que un día fui. 

La llovizna dio paso a la tormenta, y un fuerte céfiro comenzó a azotar los ventanales.

- No sin mucho insistir, aceptó la viuda mi ayuda, gracias a la cuál pudo mudarse a una casa mejor, aunque sin grandes alardes. Quise también ayudar a su hijo, pero ya era un mozo a quien se le habían agostado los años de estudiar, por lo que convinimos en que fuera su primogénito, Mario, quien se beneficiara de los réditos de la idea que, años atrás, su abuelo me había confiado en una húmeda y putrefacta trinchera. He aquí la razón por la que hoy Mario, que ha heredado el talento y bondad de su abuelo, tomará las riendas de esta compañía. 

Un tremendo trueno rompió tras el anuncio del patriarca. Un enorme revuelo se adueñó de la sala. El pobre Mario se había quedado petrificado, sin saber cómo reaccionar. A su alrededor, todos se confundían en un gran barullo de reproches, vituperios y censuras. Sólo el viejo patriarca se cató del momento en el que su nieto más réprobo estrechaba sonriente la mano del aturdido Mario para felicitarle por su nombramiento, el cuál, reaccionando, tomó la palabra:

- Señor, no merezco tamaña responsabilidad, me falta experiencia... -, mas no pudo continuar, porque el viejo volvió a interrumpirle.

- Ciertamente, joven, que te falta experiencia. Por ello, dispongo que mi hijo mayor trabaje contigo, codo con codo. Su valiosa experiencia te ayudará a tomar las mejores decisiones -. Luego, dirigiéndose a su primogénito, le espetó: A partir de ahora, Mario ha de ser como tu propio hijo ¿me oyes? 

El hijo mayor refunfuñó, pero el anciano dirigente persistió en su arenga.

- Hijo, tu mal carácter te destruirá, a menos que te enmiendes. Espero que esto te sirva de cura de humildad. Mario pondrá el ingenio que esta empresa requiere para afrontar el incierto futuro. Confía en él. Sin embargo, Mario necesita de tu experiencia para capitanear el barco. Mario, confía en mi hijo. La clarividencia de Mario habrá de complementarse con la tenacidad y empuje de mi hijo. 

Desvelado el secreto de la sucesión, algunos se incorporaron para marcharse.

- Aún no hemos terminado- objetó el abuelo.

La tormenta había amainado y el arco iris lucía de un cabo al otro de la ciudad. Todos regresaron a sus asientos.

- Posiblemente ninguno lo sabéis, pero entre vosotros hay uno cuyas cualidades merecen resaltarse. Embarcó hace años hacia al tercer mundo, con una mano delante y otra detrás. Según he sabido, trabajó para una misión de caridad sin pedir nada a cambio. Él, educado en la excelencia como todos vosotros, puso toda su preparación al servicio de los más desfavorecidos, sin reparar en las consecuencias ni en el provecho propio. Me consta, incluso, que llegó a contraer unas fiebres tropicales de las que milagrosamente salió vivo. No por ello se arredró, y al reponerse, perseveró en su trabajo, con mayor entrega aún. Cuando le llamé para que compareciera hoy aquí, no vaciló ni un instante. Aterrizó en la ciudad sin nada, igual que se marchó, pero la sonrisa que nunca se borra de su faz trasciende la dicha que rebosa en su alma. 

Todas las miradas recayeron esta vez sobre el nieto hereje, el "nieto pródigo".

- A la inventiva y sencillez de Mario y al tesón e impulso de mi hijo hay que sumar la humanidad y el altruismo de mi nieto. Porque una empresa que olvida su vocación de servicio a la sociedad, se condena a sí misma. Sólo así, aunando tres carismas tan dispares, me retiro contento y esperanzado en que sabréis continuar la obra que os lego, que a su vez testaréis con sapiencia a generaciones ulteriores. 

Dicho esto, el anciano se levantó con dificultad, y apoyándose en su bastón, se marchó de la sala. A sus espaldas quedó un silencio extraño, en el que todos trataban de asimilar cuanto acaba de acaecer.

Aquella empresa prosiguió la misión encomendada, granjeándose un lugar en el corazón de la vieja ciudad, como símbolo inequívoco de que el poder de una idea, con trabajo y generosidad, cimenta la convivencia, la fraternidad y la solidaridad sobre la cual crece todo nuestro mundo. Y el sol, aquella tarde, volvió a brillar sobre la ciudad.

Un abrazo