domingo, 31 de enero de 2016

Voz de luz

Querido amigo:

Había una vez una ciudad maravillosa donde vivía una chica que no hablaba. Los vecinos se habían acostumbrado a verla recorrer siempre el mismo camino, siempre a la misma hora, lloviese o luciese el sol, de su casa al mirador del mar y de éste a su casa. Y nadie, nadie, le había oído jamás pronunciar palabra alguna.

Conforme crecía la muchacha aumentaba también su belleza, por lo que muchos pretendientes se le acercaban con la esperanza de conquistar su corazón, mas ella si quiera les dirigía la mirada e, imperturbable, continuaba su camino, ensimismada en su profundo silencio.

El día que cumplió la mayoría de edad ocurrió algo asombroso. La chica salió de su casa antes de la hora de costumbre, mucho antes de que se hubieran despertado los vecinos, y no se encaminó hacia el mirador del mar, sino que se adentró en la ciudad por primera vez en su vida.

Recorrió sus calles todavía desiertas, embelesada con tanta hermosura. De repente, le llamó la atención algo, produciéndole gran agitación. Volvió sobre sus pasos para detenerse ante un escaparate donde se exhibía el retrato de una hermosa mujer, su vivo retrato.

 Una fuerza para ella hasta entonces desconocida le infundió el valor para entrar en aquel comercio, el único misteriosamente abierto en toda la ciudad a aquella temprana hora. La estancia se envolvía en sombras. A medida que sus pupilas iban dando forma al mostrador, las estanterías y el abigarrado género que la rodeaba, vislumbró en tinieblas a un hombre, cuya voz la cautivó desde el primer instante.

- Pasa, no temas-, le dijo con ternura.

- ¿Quién es la mujer del retrato que hay en el escaparate? -, preguntó ella, sorprendiéndose a sí misma con el timbre de su propia voz.

- Es la mujer que amo, así la soñé, así la pinté-, precisó el hombre.

- Me he reconocido en ella...- apenas pudo pronunciar, porque el hombre se incorporó y, emergiendo de la penumbra, se acercó hasta ella y la abrazó.

- Entonces -, susurró él -te amo-.

Sólo entonces descubrió al joven y hermoso rostro que encarnaba la voz que la había apasionado, pero también la falta de expresión de sus oscuros ojos, porque el muchacho no podía ver. ¿Cómo había podido retratarla con tanto detalle? Por otra parte ¿es que no se había sorprendido a sí misma escuchándose hablar por primera vez en su vida?

 Olvidando todas esas preguntas, dejando atrás cualquier posible temor, ladeó la cabeza y le ofreció sus labios, fundiéndose ambos en un largo beso. Cuando abrió los ojos, los de él habían cobrado vida. El rostro de ella, sólo soñado hasta entonces, se dibujaba en la retina inmaculada del muchacho a medida que la escasa luz del alba iluminaba el milagro del amor.

En realidad, sólo un sentimiento ancestral y eterno podía explicar como ella le brindó sus ojos y él a ella su voz; un misterio que ningún vecino alcanzaba a comprender cuando se cruzaban con el muchacho ciego y la muchacha muda, a la misma hora, lloviese o luciese el sol, de la tienda al mirador del mar.

Un abrazo