Querido amigo:
Esta es la historia de un anticuario vocacional. Uno de esos románticos cuya fantasía se inflamaba con los objetos del pasado que habían sobrevivido a sus dueños. Un cajón, una maleta de madera, unos anteojos, un reloj de bolsillo, una caja de rapé, una pitillera... Todo el establecimiento se retrotraía a los tiempos de los abuelos y los bisabuelos.
Desde niño había brotado en él tal vocación. Recordaba cómo le latía el corazón con fuerza cuando se acercaba al armario de la alcoba de sus abuelos, cuando abría algún cajón... Y dentro descubría una chistera desgastada, o fotografías familiares, algún bolso de la abuela en cuyo interior podría hallar un pañuelo perfumado, un misal, un rosario,... alguna moneda ya en desuso...
De aquellas largas conversaciones con sus abuelos, en las que les interrogaba sobre su niñez se alimentaba su otra pasión, la literatura. ¿Cómo era la casa donde habían nacido? ¿Cómo era la ciudad de Buenos Aires en aquellos tiempos? ¿Cómo llegaron los bisabuelos a Argentina?
La pequeña tienda del anticuario difería de las demás almonedas de todo Buenos Aires en que nuestro anticuario tenía por costumbre conservar cartas antiguas; cartas que luego regalaba a sus clientes; cartas donde alguien se sinceraba con alguien, donde se declaraban ardientes pasiones, donde se propinaban feroces bofetadas al destino.... Cartas tan vivas como un tango, música del pueblo para el pueblo, sin cuyas desdichadas diatribas no podía levantar el cierre cada mañana.
Así pues, cada vez que un cliente se llevaba algún artículo, el anticuario barajaba el montón de misivas y extraía una al azar. Y lo más sorprendente de todo era que aquella carta escrita por una mano casi cien años atrás, acertaba a llegar al corazón de su destinatario actual.
Una mujer que arrastraba problemas en su matrimonio leyó la carta que un soldado dirigía a su esposa desde el frente, disculpándose por cuanto sufrimiento le hubiera podido causar con sus veleidades y desatinos, en los momentos previos a una batalla de la que con casi toda probabilidad no saldría con vida... Y aquella mujer regresó a su casa con lágrimas en los ojos, y se abrazó a su marido y se lo comió a besos. Y en algún lugar del cielo, seguramente, aquel arrepentido soldado sonrió al verse completado el destino de aquellas palabras sinceras que le dictó el corazón con caligrafía temblorosa.
Los problemas de las personas apenas habían evolucionado. Nuestro anticuario lo sabía, y siempre que alguien le acusaba de vivir anclado en el pasado, el hundía la mano en el saco de las cartas y leía en voz alta... leía... leía... lo de siempre... El gallego que prometía a su novia que regresaría algún día, pronto... El hijo que pedía dinero a sus padres... La mujer que enviaba a la guerra la foto del hijo recién nacido de algún soldado... La novia cuyas lágrimas habían borrado la tinta de su añoranza... El hombre casado que rompía con su amante... El muchacho que enviaba su sueldo a casa... Los hermanos que discutían por una herencia... El mozo que se declaraba a la hija del médico.... y tantos dramas y alegrías que habían ido dejando sus huellas por los rincones de aquella gran ciudad.
En sus paseos por la misma, el anticuario buscaba dónde Don Mario fue detenido por la policía, dónde una tal Mariano perdió la documentación... En qué café se encontraron por primera vez Doña Visita y Don Virginio...
Y así, carta a carta, cliente a cliente, el anticuario iba desvelando las polvorientas capas que se amontonan en los cientos de años de la gran ciudad; donde cada esquina cuenta su propia historia, y décadas más tarde, esa historia sigue viviendo en algún alma descarriada de hoy en día. La gran ciudad, donde los novios se hacen fotos... se escriben e-mails.... Fotos y e-mails que, algún día andando el tiempo, consolarán a los tataranietos en la vieja almoneda de algún anticuario vocacional, amante del aguardiente, de los buenos tangos y de la literatura.
Un abrazo
domingo, 21 de abril de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario