sábado, 16 de abril de 2011

Un lugar en el mundo

Querido amigo:

Acabo de llegar a casa después de haber pasado fuera buena parte del día. Hace unos pocos minutos, algo extraordinario me ha sucedido en el metro. Nada tiene de extraño que un músico irrumpa en un vagón con su acordeón o su guitarra ¿verdad? Sin embargo, sólo yo he reconocido el extraño instrumento que tocaba aquel músico, cuyos acordes han resucitado recientes acontecimientos, estremeciéndome de pies a cabeza.

Se me termina el tiempo, debo apresurarme a narrar cuanto creo poder recordar del viaje del que acabo de regresar. Tal vez, estas desesperadas confesiones puedan despertarme de este mal sueño en el que me hallo.

Como todos saben trabajo como físico en un laboratorio universitario, consagrado a la investigación de la fusión atómica. No puedo entretenerme en referir cómo hace unos meses concluí laboriosos cálculos según los cuáles, en resumen, hay un lugar en el planeta donde convergen el espacio y el tiempo.

Mis trabajos descansan en lugar seguro, ya que tuve la precaución de entregárselos a un colega, quien a su vez habrá iniciado una cadena de entregas de manera que, si algo llegara a sucederme, más de una veintena de científicos de todo el mundo podrían reconstruir juntos el fruto de varios años de esfuerzo.

Nada más determinar sobre el globo el lugar exacto donde confluyen espacio y tiempo, me tomé una semana para preparar el viaje y otra semana para llegar hasta allí. ¿Que adónde peregriné? La curiosidad, amigo mío, puede perjudicarte en extremo ¡no aciertas a imaginar de qué manera!

Digamos que me encontraba en medio de una estepa helada, con el corazón trepidante de emoción al vislumbrar a pocos kilómetros las cumbres donde me aguardaban maravillosas experiencias. Creía yo que allá donde el espacio y el tiempo se unen habrían de conjugarse el pasado, presente y futuro. Al fin y al cabo, nadie había publicado nada al respecto. Si alguien hubiera llegado hasta este remoto lugar, poblado por nativos nómadas de escasa formación científica, no constaba en los anales de la física.

Me encontraba, entonces, a punto de verificar el que podría convertirse en uno de los grandes descubrimientos de la humanidad. A lo lejos, divisé una caravana de nativos que se dirigía hacia los montes, y opté por alcanzarlos para interrogarles sobre las rutas más rápidas para alcanzar las cúspides.

En la ciudad más cercana, situada a casi 1.000 km de este lugar, había alquilado un todoterreno y me aprovisionado de combustible para acometer un trayecto cuatro veces mayor al que requería.

Aceleré y pronto llegué hasta los nativos, que al distinguir mi coche entre la nieve, detuvieron su marcha. Lejos de admitirme en la caravana, me imprecaron en su idioma. Ignorando qué confusión podría haber tenido lugar, hube de retornar a toda prisa al vehículo, pues los nativos habían comenzado a gritar y gesticular hasta un punto que temí ser agredido.

Huí hacia los montes, pensando que mi presencia podía haber sido interpretada como una amenaza entre aquellos pueblos trashumantes poco habituados a tratar con gentes de otras razas y civilizaciones. Aunque también podría ocurrir que, fuera lo que fuera se escondiera en lo alto de aquellos escarpados montes, tuviera un carácter sagrado para estas gentes, lo que explicaría su reacción ante mi, si llegaron a creer que me disponía a profanar el santo lugar.

Habría de manejarme con cuidado a partir de entonces, cuidándome de ocultar el coche y de borrar mis huellas. Aficionado al montañismo, he escalado por lugares mucho más peligrosos que estos montes. En realidad, conduje hasta cierta altura, quedándome un paseo de una hora o dos por entre enormes roquedales.

A la mañana siguiente, amaneció un día despejado. Me sentía en plenitud de fuerzas para emprender la aventura. A medida que me acercaba hacia mi objetivo, observé y anoté síntomas que anticipaban que aquel era el lugar, sin duda alguna, que señalaban mis cálculos. La brújula parecía haberse vuelto loca, las rocas autóctonas, el silencio y la ausencia de viento... Pero lo que me hizo comprender que había llegado al lugar fue ... ¡una llamada al celular!

Temblando de emoción, ignorando que ninguna operadora pudiera cubrir aquella ignota región, contesté. Voces de ayer se entremezclaron con voces que me reclamaban desde el mañana. Entonces escuché por primera vez los acordes del instrumento que acabo de reconocer en el metro hace tan sólo unos minutos.

Arrobado por la belleza de la melodía me aproximé confiado hacia la cumbre del monte, buscando por doquier un signo definitivo que pudiera acreditar en el próximo congreso mundial de Física, para demostrar al mundo la existencia de este especial paraje.

Ante mi desfilaron seres que ya sólo viven en mis sentimientos, pues ya han fallecido hace tiempo. Otros seres, desconocidos para mi, también se presentaron ante mi. ¿Del futuro? No pude averigüarlo, enseguida comprendí que aquel lugar estaba absorbiéndome la razón, y que, de permanecer más allí, jamás podría regresar.

Emprendía el camino de vuelta, aturdido por lo que ocurría a mi alrededor, cuando un pequeño se acercó a mi y me dijo algo que ha cambiado mi vida, tan grande, claro y evidente que parece increíble que la humanidad no haya caído antes en ello. Una revelación de una verdad cristalina y pura, tan humana y lógica que su uso me dota de un gran poder. Dudo que haya nadie tan sabio como yo en el mundo. Algún día, todos los seres humanos podrán beneficiarse de este secreto, pero yo debo callar y no alterar el curso de la Historia.

Ignoro qué consecuencias podría tener una revelación así en nuestros convulsos días. Las palabras de aquel niño me abrieron la mente y comprendí inmediatamente la razón por la que los nómadas se enfurecieron contra mí, intentando persuadirme de abortar mi exploración.

Corría un grave peligro, el tiempo se me agotaba y debía abandonar aquel lugar cuanto antes si no quería perecer, bien ante la locura o bien ante las tribus indígenas.

Tras muchas vicisitudes volví a pisar mi casa hace una semana. No ha pasado ni un sólo momento sin que no haya sentido la presencia de alguien. Sabría explicar lo que siento, pero no puedo. Ya no me queda tiempo, me han encontrado y de huir.

Sólo quiero que, quienquiera lea este testimonio, se abstenga de viajar al lugar de donde vengo. Correría un peligro innecesario del que no deseo responsabilizarme. Seas quien seas, olvida mis cálculos y olvídame. ¡No vayas! Recuerda ¡No vayas!

Ahora me despido, sin saber si volveré a veros. Eso sí, puedo demostrar físicamente que siempre estaré con vosotros. Algún día..., entonces, nos volveremos a encontrar...

Un abrazo

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