lunes, 14 de noviembre de 2011

El capítulo perdido de Pasternak

Querido amigo:

Hace tiempo que leí la maravillosa novela de Boris Pasternak, "Doctor Zhivago". Eché de menos entonces un capítulo. ¿Cómo era posible que una obra tan extensa -que describe tan minuciosamente las ocultas entrañas del ser humano- se olvidara de un capítulo?

Efectivamente, falta la conversión del utópico Pavel Pavlovich Antipov, alias Pasha, en el inhumano y frío Strelnikov. En la novela, el joven marido de la protagonista Lara desaparece un buen día sin despedirse. Pasha abandona a su esposa y a su hija para alistarse en el ejército del Zar y combatir a los alemanes (la acción transcurre durante la I Guerra Mundial). El muchacho sufre una crisis existencial que le sume en una profunda depresión.

Había estudiado la obra de los autores anarquistas y marxistas, abrigando sueños de un mundo mejor...; y había acabado como maestro de escuela de una remota ciudad siberiana, junto a una esposa a la que amaba con dolorosa angustia.

Muerto ya en vida, el utópico Pasha opta por suicidarse, mas le falta el valor para quitarse la vida y concibe la idea de dejarse morir por el fuego enemigo. Alistarse al ejército le otorgaría, al menos, el beneficio de la duda ante sus seres amados: ¿huyó y abandonó a su esposa, o sintió la llamada de defender a su país con su propia sangre? En caso de caer ante las balas alemanas, siempre podrían evocarle como a un héroe... Y así lo deja entrever Pasternak cuando narra la explosión de una granada junto al desventurado maestro.

Desde aquel episodio, el lector sigue la novela convencido de la muerte del pobre Pasha en acto de guerra. La sorpresa llegará unos capítulos más adelante, durante el largo viaje en tren por las heladas estepas que separan Moscú de Varikino, poco después de estallar la Revolución de Octubre de 1916. El tren se detiene a cambiar de locomotora en medio de una noche muy oscura, y el Doctor Zhivago se apea de uno de los vagones para llenarse los pulmones del tibio aire primaveral. Al alejarse del tren, se ve rodeado de partisanos, que le conducen hasta su caudillo, Strelnikov.

El utópico marido de Lara se ha convertido ya en un cruel bolchevique, temido por sus propios hombres, capaz de los crímenes más atroces en nombre de la Revolución. ¿Pero dónde murió el utópico para nacer el asesino? ¿O es que el utópico nunca murió? ¿No será que el destino del delirante utópico desembocaba en el indiferente y sanguinario bolchevique, que despreciaba la vida y la libertad con la que tantas veces había soñado, para imponer con brutalidad un mundo mejor?

¿Cómo el raquítico Pasha doblegó a los rudos partisanos y devino en su cabecilla? Éste es el capítulo que echo de menos en Doctor Zhivago. Quiero creer que Pasternak pudo haberlo escrito, pero que se extravió a lo largo de las vicisitudes que sufrió el manuscrito. Tal vez fuera mejor así... Tal vez debamos seguir creyendo que Pasha se transformó en un asesino impío porque su corazón se había secado de amor; o que la explosión de la granada le hundió en un profundo sueño del que nació el bolchevique; o que la frustación de no sentirse digno de Lara le empujó a demostrar su valor, sembrando el terror y el odio a su paso...

Tal vez, el sabio Pasternak no quiso descorazonar a los utópicos que terminaran leyendo su apasionada novela; no quiso romper sus sueños, mostrándoles a un Pasha desengañado ante los añicos de su sueño de libertad... vengándose de la cruel broma de la vida. Tal vez el propio Pasternak se asustó al descubrir en su imaginación que la utopía culminaba en la muerte del utópico, y tiñó sus letras de luto por la juventud perdida, ahogada en sueños imposibles, incapaz de aceptar una realidad que le superaba.

¿Quién sabe? Tal vez Pasternak dejó en blanco un capítulo, encomendándolo a la pluma de algún utópico del futuro que hubiera rozado, aunque fuera sólo instante, el sueño imposible del malogrado Pasha. ¿Seré yo? ¿Serás tú, querido amigo?

Un abrazo

domingo, 13 de noviembre de 2011

Perros y niños

Querido amigo:

Ayer por la tarde, al esperar al ir a cruzar un paso de peatones, pasó delante de nosotros un auto con un perro en el asiento trasero. El canino iba sentado muy tieso, con el hocico orgulloso, la mirada altiva; muy, muy digno. En el asiento delantero, su dueño adoptaba la misma pose de honorabilidad.

Aquel perro gozaba de un excelente sentido del humor. ¡Qué ironía tan fina! Cuesta creer que un animalico así pueda sorprendernos con tal magistral imitación de su dueño. Aquel perro no imitaba a su dueño porque le idolatrara o deseara parecerse a él, sino para hacerle objeto de una sutil burla, como cuando algún niño imita a alguno de nuestros respetables políticos, ahuecando la voz e hinchando el pecho, con esa ridícula vanidad tan característica de nuestros queridos representantes.

Hasta los niños y los perros comprenden el esperpento aparejado a un conductor de un pequeño utilitario que se salta un semáforo mirando con desdén a los atónitos peatones, como si creyera que los demás no se mueven en auto porque no pudieran comprarse uno; como si el conducir le hiciera a uno más importante que a los demás y le licenciara para saltarse las normas viales.

Igualmente, qué clarividencia la de las chanzas infantiles sobre esos políticos nuestros que parecen creer que merecen privilegios frente al pueblo que los elige para defender los intereses públicos; visto lo visto cómo se pavonean en los actos oficiales, y el semblante grave que adoptan al hablar por los celulares que paga el herario público, o al montar en los cohces oficiales... ¡como si fuera una vergüenza indigna de sus posiciones el uso del transporte público!

¡Qué listos son los niños y los perros!

Un abrazo

martes, 1 de noviembre de 2011

Para aclarar ideas

Querido amigo:

Dicen que la población mundial ya alcanza los 7.000 millones de seres humanos. Teniendo en cuenta que aún hay países donde las autoridades reconocen que buena parte de su población no se ha censado, parece evidente que hace tiempo se debió rebasar la cifra de 7.000 millones (7.000.000.000 personas).

Esas personas, probablemente millones, de las cuáles se olvidan los censos, viven en condiciones de mucha necesidad. Mientras tanto, las portadas de los periódicos de Occidente siembran la alarma ante la crisis financiera; crisis que, ineluctablemente, terminará por agravar la ya misérrima situación de los "olvidados".

¿Cómo vamos a salir adelante, ahora que sumamos más de 7.000 millones, con lo que da el planeta? Los recursos de la Tierra son los que son, pero cada día hay más necesidades.

La Humanidad se lleva planteando este dilema desde hace milenios: administrar la riqueza de la Naturaleza para sobrevivir. Fruto de esta reflexión surgió la agricultura, la pesca, la minería, la ganadería..., y también el egoísmo, el odio y la guerra. Efectivamente, los más fuertes no pensaron en proteger a los más débiles, sino en exterminarlos para quedarse con todo.

La Historia ha registrado muchos seísmos, o conflictos bélicos. Muchos de ellos se desencadenaron por motivos religiosos, pero aún con eso, todos comparten en común el ansia por dominar los recursos naturales necesarios para sobrevivir.

La Historia ha vivido también épocas de florecimiento y esplendor, siempre, siempre asociadas a un progreso espiritual y racional en el que se ponderaba la solidaridad frente al egoísmo secular. Recordamos el final del feudalismo, en el que una reducida aristocracia explotaba a una vasta masa de vasallos. Se evolucionó hacia una sociedad más solidaria, que admistraba más ecuánimemente la riqueza.

Fue en aquel tiempo cuando nació el Capitalismo, como sistema que impulsa el intercambio entre sociedades, un sistema con una base matemática que conduce al equilibrio social, porque a todo pone precio y a todo da valor. Al menos, en la teoría, porque la realidad es que el instinto de acumulación de riqueza del ser humano (motivado quizás, por 30.000 años de hambre y precariedad) pronto distorsionó el pretendido equilibrio, generándose grandes fortunas y generalizadas miserias.

Bien, los seres humanos nos dimos cuenta entonces, en el siglo XV, que el sistema capitalista no funcionaba correctamente, pues se había convertido en un pseudo-feudalismo. La Humanidad sigue evolucionando, y desde la Revolución Francesa empieza a hablarse de derechos civiles, igualdad ante la ley, etc... conceptos más relacionados con la solidaridad que con el egoísmo. La Humanidad, entonces, experimenta una nueva época de progreso.

No me extenderé más en anotaciones históricas, sólo quería concluir en que la solidaridad, y no el egoísmo, ha hecho progresar a las sociedades humanas. La solidaridad es rentable a largo plazo, mientras que el egoísmo puede resultar rentable a corto plazo, pero a la larga fracasa.

¿Cuándo nos predisponemos a la solidaridad? ¿Cuándo anteponemos la solidaridad al egoísmo? Está bien claro, cuando no nos faltan nuestras necesidades, empezamos a pensar en solidaridad con los más desfavorecidos. Luego la solidaridad brota espontáneamente cuando hay prosperidad... No exactamente. El exceso de bonanza económica aniquila la solidaridad (dice el aforismo "cuanto más tengo, más quiero"); la acumulación de riqueza no es solidaria, en absoluto. Por tanto, se deduce algo que las teorías económicas no aciertan a expresar en fórmulas matemáticas: que la solidaridad surge cuando sin ser pobres, no somos excesivamente ricos.

¿Dónde está el equilibrio? Cada uno de nosotros debiera responder a esta pregunta... ¿Cuándo considero que no soy pobre, porque mis necesidades están cubiertas, y siento en mí brotar un espíritu de solidaridad con mis congéneres en aras de construir una sociedad mejor? ¡Qué difícil respuesta! Si no sabemos respondernos a nosotros mismos, el Estado diseñará un sistema fiscal que responda por nosotros. Claro, que no hay que esperar que la solidaridad que el Estado exige de nosotros en forma de impuestos agrade a todos.

Un sistema que permite la excesiva acumulación de riqueza y la propagación de la pobreza no es válido. Se trata de la situación actual, en la que los Gobiernos democráticos se enfrentan a la creación de fortunas descomunales, mientras que el desempleo y la pobreza hacen mella en la sociedad, y con ellos, la insolidaridad. Es curioso, cuando habíamos alcanzado la bonanza necesaria para construir una sociedad solidaria, el egoísmo vuelve a ganar la batalla (mercados financieros) y la sociedad se empobrece, entrando en el círculo vicioso pobreza-insolidaridad.

Las sociedades más vulnerables a las crisis económicas (hoy en día, en el sur de la Unión Europea) son las más insolidarias.

No hemos aprendido la lección todavía. Aún hay quienes pregonan un Capitalismo sin reglas, que se autogobierne y autoequilibre; desdeñando los hechos, que las pocas épocas de progreso experimentadas en la Historia de la Humanidad han estado ligadas a la solidaridad.

Un abrazo