Querido amigo:
El 18 de Julio de 1936, el señorito Eusebio hubo de refugiarse en un sótano porque las cosas tornaban muy feas para los señoritos. ¡Justo el día que pensaba dejar Madrid para veranear con los papás en San Sebastián! Sin embargo, el señorito Eusebio cambió de planes después de ver desfilar a las izquierdas por la Gran Vía desde uno de los balcones de la casa familiar.
Temeroso de que alguien le denunciara a los tribunales populares por monárquico, católico y..., también hay que confesarlo, por haberse aprovechado de más de una desgraciada de los barrios pobres; el señorito Eusebio huyó de su casa vestido con los trajes de Palomo, el conductor del coche de su papá.
Entre tanta agitación, nadie reparó en aquel joven que marchaba junto a la multitud enfervorecida, coreando los himnos anarquistas. Nadie reparó en aquel joven, ahora convertido en el camarada Pablo, a quien parecía que habían vestido sus enemigos, tan mal le quedaba el traje de Palomo. Se le había ocurrido rebautizarse como Pablo sobre la marcha, por aquello de la conversión de Saulo en San Pablo; y para disimular se había enrolado en las milicias de la CNT-FAI, pensando en fugarse y cambiarse de bando a la mínima oportunidad que acaeciese.
Aquella noche, el camarada Pedro la pasó en un sótano de la Cava Baja, donde los milicianos se emborrachaban para dar coraje a los que al día siguiente tenían que ir al frente de la Ciudad Universitaria. Allí conoció a la Flor de Azahar, una miliciana de la que se prendió perdidamente.
No había comenzado aún el mes de Agosto del mismo año, y los camaradas Pablo y Flor de Azahar ya se habían casado por un juez revolucionario. El señorito Eusebio... ¡perdón! ... el camarada Pablo era un moscardón capaz de todo por degustar el néctar de las flores...
Resultó que la camarada Flor de Azahar se había criado en la miseria, fregando escaleras desde que tenía uso de razón, sin otro sueño en su humilde vida que cambiar el mundo, nada más y nada menos, para convertirlo en un lugar justo y armonioso. La revolución prometía ese mundo feliz que tanto había anhelado, por lo que la camarada Flor de Azahar había comenzado por cambiarse el nombre (porque Fulgencia nunca le había gustado), alistarse a la CNT-FAI y casarse con el primer miliciano que le tiró los tejos en una noche de borrachera. Por una vez en sus 17 años se sentía feliz, enamorada y sonriente.
Todo el mundo conoce lo que vino después. Madrid y los madrileños fueron asediados, bombardeados, masacrados y llevados al borde de la extenuación. Durante aquellos tres largos años, al camarada Pablo no le sobraron ocasiones para desertar y cruzar las líneas para viajar a Francia con los papás, pero tal era el amor que sentía el Capullo (como le llamaban los demás milicianos, algo celosos) por Flor de Azahar, que no concebía separarse de ella por nada en el mundo.
El camarada Pablo había olvidado al señorito Eusebio de otrora, y llegó a soñar junto a su esposa que un mundo de anarquía era posible. Se había convertido en un verdadero miliciano cuando el sueño se acabó y, dada por perdida la contienda, se despidió a Flor de Azahar al pie del camión que se la llevaría a Alicante, preñada de ocho meses.
Sus planes se truncaron una vez más, ironías del destino ¡justo el día que pensaba dejar Madrid para embarcarse con ella hacia Orán! Aquel mismo día regresó a la casa de la Gran Vía, convertido de nuevo en el señorito Eusebio, después de rasurarse la poblada barba que le había ocultado las facciones durante los años de guerra. Asomado al balcón, contempló las banderas rojas y gualdas desfilar al son del Cara el Sol.
Unos días más tarde regresaron los papás de Francia, escandalizados por el estado ruinoso en el que había quedado España durante sus tres años de ausencia. Padres e hijo se fundieron en un fuerte y sentido abrazo. La vida volvía a su cauce para el señorito Eusebio, nadie sabía qué habría sido de los camaradas Capullo y Flor de Azahar. El primer domingo que volvió a pisar una iglesia, casi se desmayó al comulgar.
Durante años se preguntó qué habría sido de Flor de Azahar. Si habría llegado a Alicante, si se embarcaría hacia Argelia, qué habría sido del bebé que esperaba,... Emprendió discretas gestiones para lozalizar su paradero y, si bien su matrimonio había sido ilegalizado, al menos ayudarla económicamente.
Durante años se dejó llevar como un alma sin vida, mutilada... El orden y el decoro reinaban de nuevo en las calles, pero no en su corazón. La mamá del señorito Eusebio se preocupó mucho por la depresión en que la guerra había sumido a su hijo ¡pobrecito, cuánto habría sufrido! ... y le buscó una chica de buena familia, la señorita Aurorita, para que se casara y recobrase la ilusión.
Y cierto día de Julio que los señores don Eusebio y doña Aurora bajaban a dar un paseo con el carrito del señorito Pablito, su primogénito de un añito, tropezaron con la señora que fregaba la escalera..., junto a su hija de diez años.
Doña Aurora sintió que la mano de su esposo se enfriaba, helada. Unos instantes antes le había visto reír por última vez en su vida, con una gracia del señorito Pablito. Muchas veces vio a don Eusebio sonreír, pero jamás volvió a verle reír; ni sus manos volvieron a calentarse, ni siquiera en verano, ni al calor de la chimenea,... Don Eusebio no perdió aquel día su Fe, porque aquel día de Julio en el portal de su lujosa casa supo que existía un Dios de Amor, un Dios de Justicia que le había condenado de por vida por tantos pecados como había cometido antes de la guerra, y aún durante la misma. Condenado por un amor inmortal, justo, casi utópico... a un sueño sin despertar...
Un abrazo
lunes, 16 de enero de 2012
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1 comentarios:
Jo, Javi, me has dejado plof con esta historia. ¡Qué asquito de hombre! Luego comentamos con un café...
Besitos,
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