Querido amigo:
¿Te acuerdas de aquel payaso con quien tanto te reíste?
Como nos ocurre a casi todos, fue el último en darse cuenta de quien era y cuál era su vocación.
Ya desde niño se pintaba solo para desgañitar de risa a los vecinos del pueblecico donde nació. No importaba el lugar ni el momento, siempre terminaba por atraer la atención de todos. Nació con ese don, hacer reír a los demás. En la carnecería, en la panadería, en los plenos del ayuntamiento y hasta en los velatorios... ¿Y en el colegio?
El maestro le reñía por distraer a la clase, y en casa le regañaban porque no sacaba muy buenas notas. El pobre se pasaba las tardes delante de los libros para intentar aprenderse de memoria aquello que ni le interesaba ni comprendía.
Pasaron amargos años de estudio, y estudio y estudio... Un buen día salió de la Facultad de Matemáticas con un título en la mano, y una mueca cansada en el rostro. De aquella época no se acordaba mucho de todo lo que había aprendido estudiando, si no más bien de los buenos momentos vividos con los compañeros. ¡Cuántas anécdotas! ¡Cuántas ocurrencias! ¡Cuántas risas!
¿Y entonces qué? Tocaba trabajar.
Le escogieron para ejercer de cajero en un banco. Como no se le daban muy bien los números, tenía que hacer las cuentas muy despacio para no confundirse. Su jefe reparó pronto en su torpeza, pero también como les hacía reír a todos le había tomado un gran cariño. Además, la sucursal iba ganando muchos clientes, atraídos por ese cajero tan divertido...
También topaba de vez en cuando con gente muy seria que detestaba su buen humor. En realidad, esa gente sufría de otros problemas y por eso no tenían ganas de reírse; sólo de trabajar, trabajar y trabajar... Esas personas que nunca reían siempre aprovechaban cualquier oportunidad para ridiculizarle y hacerle ver lo mal cajero que era. - ¡Payaso! - le llamaban con desdén. Entonces se sentía muy triste, frustrado.
- ¡Payaso! ¡Payaso! ¡Payaso! -resonaba en su alma...
Una de esas personas tan serias trabajaba a su lado. ¡Qué facilidad de cálculo mental! Un verdadero genio de los números, capaz de terminar en una hora y sin calculadora todo el balance de la jornada, mientras que nuestro querido cajero se tenía que quedar el último hasta muy tarde para completar el suyo. Tan bueno era con los números esa persona tan seria, que no tardó en ser ascendido, y regañaba todos los días a nuestro cajero. Las jornadas laborales se convirtieron en un tormento.
Un día de esos en los que le habían echado una buena bronca, trabajaba en silencio sin atreverse a levantar la cabeza del papel. Una clienta le sacó de su ensimismamiento.
- ¡A ver si estamos atentos! - le gritó el jefe desde su despacho.
La clienta le presentó su cartilla, que apenas contaba con fondos para llegar a final de mes. El pobre cajero se compadeció tanto al ver el lamentable estado de la cuenta corriente de aquella clienta, que sacó fuerzas del corazón para hacerla marcharse con una sonrisa. Aquella clienta volvía cada semana y siempre se iba riendo, aunque su situación económica fuera de mal en peor.
Una tarde, al salir del banco, la clienta le esperaba en la puerta para invitarle a tomar algo, pues había conseguido un empleo y tenía que celebrarlo con alguien. ¡Con quién mejor que con el cajero que siempre le había hecho reír, haciéndola olvidar sus penurias!
No pasó mucho tiempo para que ambas almas solitarias se enamoraran y se hicieran novios. Ella trabajaba en un hospital infantil, y él acudía todas las tardes a esperarla a la salida de su turno. Allí apostado en la puerta del hospital se cruzaba con muchos niños que entraban con cara muy tristona, y a todos les hacía reír....
Fue entonces cuando comprendió por qué se sentía tan bien. El amor de su novia, y la plenitud que experimentaba cuando veía reír a aquellos niños. Ningunas matemáticas valían para despertar el buen humor en los espíritus sufrientes. Él había nacido con el don de divertir a los demás y no había porque avergonzarse de ello. El único motivo de vergüenza residía en el hecho de no haberse dado cuenta antes de dicho don.
Y por primera vez en su vida se sintió digno de ser un payaso.
Un abrazo
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