viernes, 3 de agosto de 2012

A jornada completa

Querido amigo:

El estudiante se presentó al encargado en busca de un trabajo de verano.

No pagamos mucho, pero teniendo en cuenta la que está cayendo... Comenzamos todos los días a las 12:30 de la tarde, y no nos vamos hasta que se pase la hora de las cenas y hayamos dejado la pizzería limpia como la patena... La verdad es que no da mucho trabajo, salvo en las horas punta de las comidas y las cenas. ¡Ah, y libras un día a la semana!


Aquel estudiante necesitaba el dinero para pagarse la matrícula del curso siguiente, así que aceptó el empleo sin poner ninguna pega. Al principio se sintió un poco agobiado ante la responsabilidad que asumía. Al fin y al cabo ¿cuántas pizzas podían salir al día? De doscientas a trescientas, casi seguro...

Aquel barrio sufría la crisis como el que más de la ciudad. Tanto, como que buena parte de los vecinos se hallaba en paro, y una pizza de encargo les parecía un pequeño lujo con el que burlar la asfixia económica de cada día... Porque "a perro flaco, todo son pulgas", y basta que falten los ingresos en una familia para que se multipliquen las deudas y los problemas.

Verdaderamente, mucha responsabilidad. El estudiante habría de consagrarse en cuerpo y alma, día y noche para sacar adelante tanto trabajo. Ahora que -se dijo-, ¡ha de valer la pena!

Cada tarde, así como el sol descendía y remitía un poco el duro calor estival, comenzaba a sonar el teléfono de la pizzería, y no callaba hasta más allá de la medianoche. Arrancaba, entonces, un frenesí, un no parar, un sinvivir... El estudiante recogía los pedidos al salir del horno, los guardaba en sus cajas de cartón y los clasificaba por rutas en las bandejas calientes.

¿Trescientas sólo? ¡Y hasta quinientas pizzas llegó a despachar un sábado por la noche! Las tardes de fútbol parecía que el horno no iba a dar abasto. Los motoristas recorrían las calles del barrio a toda velocidad, hasta colándose por las aceras y por direcciones contrarias, para atender los pedidos en 20 minutos. Sobre todo en plena siesta, el sol calentaba tanto los cascos, que quemaban y apenas se podían coger. Más de un compañero cayó desvanecido con una lipotimia, por culpa del calor.

Pero la jornada en la pizzería no acababa al echar el cierre, bien lo sabía el buen estudiante. Al llegar a su casa, seguía trabajando mientras se cenaba alguna pizza que hubiera sobrado o hubiera sido devuelta. Trabajaba y trabajaba, hasta que el sueño le vencía y caía en la cama sonriente, con el alma tranquila, sabedor de que todos los pedidos habían sido adecuadamente despachados.

Y al día siguiente, tan pronto despuntaba el alba, se duchaba y retomaba el trabajo hasta la hora de abrir la pizzería.

Cada día había más trabajo, cada día más pedidos que la víspera. El encargado no daba crédito al milagro. En los años que llevaba allí, no había visto cosa igual. Parecía que aquella humilde pizzería con tan sólo dos cocineros, un ayudante clasificador, un encargado para tomar los pedidos y cobrar, y dos motoristas.. ¡diera de comer y cenar a un barrio entero de la capital!

¿Qué pasaba allí? ¿Cómo tenían tanta acogida aquellas pizzas que, si se enfriaban, semejaban suelas de zapato? La clave consistía en trabajo, mucho trabajo bien hecho, y ... el ingrediente secreto. De éste se ocupaba el estudiante, un buen estudiante de letras, con espíritu alto y compasivo, que se sacrificaba noche y día para sacar adelante su responsabilidad... Para que en aquel humilde barrio, donde no sobraban las preocupaciones ni los agobios, ningún cliente dejara de disfrutar su pizza con el ingrediente secreto... Y así, escribía hasta quedarse dormido, escribía durante toda la mañana y en los pocos momentos libres que se disfrutaban en la pizzería... Escribía el estudiante: versos, rimas, poemas,... o tan sólo palabras sueltas... Escribía hasta durante todo su día libre... Pequeños trocicos de papel. Sin embargo, grandes mensajes..., que el estudiante escondía bajo la masa de todos los pedidos.

Y cuentan que el encargado y los demás compañeros de la pizzería sintieron el vacío cuando el estudiante regresó a las aulas al término de las vacaciones veraniegas, y las ventas se desplomaron. Nadie en la pizzería supo nada acerca del ingrediente secreto, mas en el barrio no se habló de otra cosa durante mucho tiempo... Pues cierto día dejaron las pizzas de alegrarles la triste realidad con sus papelicos garabateados con un "Te quiero", "Amor", "Fe", "Esperanza", "Salud", "Camino", "Raíz", "Vida", "Fruto", "Compartir", "Dignidad", "Paz", "Concordia", "Tolerancia"... palabras que alimentaban el alma, que demostraban que no importaba tanto el dinero, que no importaban tanto los problemas, porque en algún sitio, en algún momento, alguien desconocido escribía mensajes eternos directos al corazón.

Un abrazo

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