domingo, 19 de agosto de 2012

Una flor muy delicada

Querido amigo:

Nadie sabía dónde hallarlas, pues crecían aquí o allá, sin importarles los rigores climáticos, ni la fertilidad de los terrenos. Delicadas y extrañas flores, hermosas en extremo, cuya presencia iluminaba las vidas de los privilegiados con su bendición.

Su búsqueda había obsesionado a los poderosos desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, a estos en especial se les negaba el inconmensurable don de contemplarlas. Vanos esfuerzos aquellos dedicados a cultivarlas, a buscarlas en las cumbres más inhóspitas, en los remotos archipiélagos de los océanos, en el corazón de los desiertos, en las honduras del mar, en las espesuras de las junglas.

Los poderosos se desesperaban cuando se descubría alguna nueva flor. Temblaban de rabia, ellos que tantos dineros y recursos sacrificaban en pos de ellas; temblaban de temor, pues una sola de aquellas flores vaticinaba, sin duda alguna, el ocaso de su poder.

Así, armados de ira y espoleados por el miedo, enviaban expedición allí donde se anunciara el descubrimiento, en un desesperado intento de hacerse con la flor. Mas nunca llegaron a tiempo, que dichas flores tan pronto florecían como se agostaban, tan delicadas eran, que bastaba una sutil palabra, un mero soplo de desamor, para marchitarse y desaparecer sin dejar rastro. No por ello dejaban de transformar las vidas de quienes testigos habían sido de su floración.

Cuando las campañas de los poderosos arribaban, ya ni rastro quedaba de la prodigiosa flor. Entonces, las órdenes de los poderosos instaban a perseguir y cautivar a aquellos cuyo limpio corazón había abonado tanta gracia. Algunos cayeron en las garras del poder, y confinados en oscuras mazmorras penaron por el solo hecho de haber gozado de la simpar belleza de aquella flor. Mas su desdichada prisión no se prolongaba mucho, pues germinaba la esencia que aquella flor había sembrado en sus almas, y el poderoso acababa por plegarse y sucumbir.

Ante la contemplación de dicha delicada flor, cualquier humano no tenía sino dos opciones: ignorarla y vivir como si nada hubiera ocurrido, o luchar. Quienes negaban a la flor, se consumían antes que ella. Así pues, todos luchaban. Mas no se trataba de blandir un arma y acometer contra otro ser humano, la lucha a la que motivaba la flor carecía de otra arma que no fuera la razón.

La razón, así potenciada, se bastaba para que una sola alma sencilla venciera a la infamia, la hipocresía, la usurpación, la satrapía...

Y así, las flores han ido desvelando la vida a los seres humanas, flores delicadas y hermosas en extremo, que emanan aromas de razón y lucidez, ante las cuáles tiemblan las almas sin amor. Flor tras flor ha ido construyéndose la Historia. Flores que no siempre han anunciado la paz, aunque la paz se haya impuesto siempre. Una flor llamada, si no lo has descubierto aún querido amigo, Verdad.

Un abrazo

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