domingo, 1 de diciembre de 2013

Para el Muro

Querido amigo:

No pocas veces se le planteó la disyuntiva entre la razón y el corazón. Pero un físico nunca dudaba en postrar los sentimientos a un complejo escrutinio estadístico, en el que siempre triunfaban los argumentos de la razón en detrimento de los ímpetus y dictámenes del corazón.

Sin embargo, aquella mañana de mayo de 1940 se rindió a la llamada del corazón. Salió por primera vez de su despacho en la universidad, abandonándolo todo para obedecer a su conciencia. En la mesa del despacho, las grandes hojas grises del periódico de la mañana describían el último éxito militar de los nazis. Holanda había claudicado tras el bombardeo que había reducido a cenizas la ciudad de Rotterdam dos días atrás, abandonando casi un millar de víctimas y dejando sin hogar a 80.000 personas.

Jurgen se había pasado toda la vida estudiando. Rodeado de fórmulas teóricas, anduvo de su laboratorio a las aulas, ajeno al devenir de la historia. No puede decirse que se enclaustrara en la Universidad de Berlin para refugiarse de los nazis, porque cuando estos se hicieron con el poder, Jurgen ya hacía tiempo que había perdido el contacto con la realidad.

Aquella mañana de primavera, su novia Anne irrumpió en el despacho mientras Jurgen cavilaba absorto en las fórmulas de las reacciones atómicas. El titular de Rotterdam abrió los ojos del ingenuo científico, que hasta entonces había creído contribuir con su física a la prosperidad de la Humanidad.

Estupefacto, arrojó el periódico y corrió en busca de Anne. Ella lo había entendido perfectamente. Los nazis se aprovecharían del trabajo de hombres como Jurgen para sembrar la destrucción entre quienes se opusieran a rendirse a sus atrocidades.

Unas horas más tarde, Jurgen entablaba su primer contacto con la Resistencia. Un amigo de un amigo de un amigo... Ya se sabía cómo funcionaba aquello... Ni rastros, ni pistas. Anne ya había certificado su pasado, limpio de nazismo, listo para la lucha.

Al mes siguiente, Jurgen se alistaba en el Ejército alemán, siguiendo órdenes de sus superiores en la Resistencia. De escasa utilidad les serviría encerrado en su despacho de la Universidad, al que tarde o temprano llamarían los científicos nazis para exigirle cuentas de sus investigaciones atómicas.

Tal y como habían anticipado en la Resistencia, la Werhmacht estimó que Jurgen carecía de dotes para el frente, mientras que su intelecto rendiría mejor en la oficina de códigos. Jurgen habría de aplicarse a desentrañar los criptogramas en que se transmitían las instrucciones de los aliados. A las órdenes de un Capitán, el joven físico trabajaba día y noche entre cuatro paredes.

La Resistencia solicitó minuciosos detalles sobre su trabajo en la Wehrmacht, así como sobre su Capitán y otros mandos. Jurgen se esmeró, convencido de que se salvarían vidas cuanto antes acabaran con aquel maldito régimen.

Unas horas antes del atentado, el Capitán Leuker se sentó a charlar con Jurgen. Encendió un cigarrillo y empezó a recordar su pueblo, sus montañas, a su familia... El Capitán trabajaba como profesor antes de la guerra, y para que las SS olvidaran el pasado socialista de su padre, se avino a alistarse en la Wehrmacht. Aquel día, el Capitán Leuker había recibido malas noticias. Su padre había recaído de una vieja enfermedad que le aquejaba cuando cambiaba el tiempo. Aquella guerra no parecía terminarse nunca...

El paquete estalló dentro del coche. Un miembro de la Resistencia lo había adosado a los bajos del coche oficial del Capitán. El estruendo sacudió las paredes de todo el cuartel. Cuando Jurgen se asomó, no podía distinguir nada entre el humo y las llamas. Luego, el Capitán Leuker emergió por unos minutos, retorciéndose, agonizando, atrapado en el vehículo.

Jurgen sintió que el mundo se desplomaba sobre su cabeza. Jamás se la había ocurrido imaginar los siniestros planes de la Resistencia cuando les confiaba detalles sobre sus mandos. Aquel día, nació el pacifista y murió el resistente.

Jurgen desertó y huyó del cuartel en medio de la confusión. Corrió en busca de Anne, pero nadie en Berlín supo darle razón de ella, y menos al verle vestido de uniforme. Sólo el amor podía redimir la opresión que sentía en el corazón. ¿Dónde se encontraba Anne? ¡¡¡Dónde!!!

La Gestapo y las SS culparon a Jurgen del atentado contra el Capitán Leuken. La Resistencia le declaró traidor por haber abandonado su puesto, ordenando su pronta eliminación, ya que un carácter tan débil como aquel ponía en riesgo todo el aparato clandestino orquestado a su alrededor. Todos buscaban a Jurgen, y Jurgen buscaba a Anne.

Jurgen logró sobrevivir, escondido en el campo, como un campesino, gracias a la caridad de unos parientes lejanos. Sólo pudo regresar a Berlín, cuando los aliados la ocuparon. Entonces supo que Anne había colaborado con la Resistencia hasta el final de la guerra, y que no había podido dar con ella ya que ésta había utilizado un nombre en clave. Anne vivía en el sector soviético.

Pero la paz ya había juzgado al proscrito. La paz no toleraba al pacifista, al hombre que había desertado de los vencedores y de los vencidos. Las fronteras y los controles militares se convirtieron en ratoneras para Jurgen. La inteligencia aliada sospechaba del nazi que había intentado burlar a la Resistencia.

Tres amargos años de prisión se necesitaron para que Jurgen aclarara su paso por la oficina de códigos de la Wehrmacht, si bien la Resistencia no le perdonó jamás.

Al verse libre, intentó refugiarse en la Universidad, de donde nunca debería haber salido. Mas allí le cerraron las puertas, no había lugar para traidores. Ni siquiera los comunistas le admitieron en el Berlín oriental, donde residía su único consuelo y redención, Anne. Le escribió muchas cartas, cartas de amor desesperado, cartas entumecidas de lágrimas, cartas de hambre y soledad, de marginación y abandono.

Sólo en una ocasión, encontró una respuesta anónima debajo de su puerta, en la que reconoció la inolvidable caligrafía de Anne. Le explicaba que no podía mudarse al oeste, que la Stasi interceptaba sus cartas y que la causaría graves problemas políticos si seguía escribiéndola. Y que le amaba, y que no le olvidaría jamás, y que no perdía la esperanza de que la historia les reuniera nuevamente, y que entonces ya nunca se separarían. Besos.

La nueva Alemania sólo migajas podía ofrecer a Jurgen. Los trabajos que nadie aceptaba, le esperaban a él como expiación de sus delitos de guerra. No había olvido para él, y debía alegrarse con la magnánima caridad que el Estado democrático gastaba con él, y de que no le hubieran fusilado a las primeras de cambio, tan pronto finalizó la guerra y le arrestaron.

En Noviembre de 1989, cayó el muro de Berlín. Los berlineses corrían en masa hacia el barrio occidental, y Jurgen cruzaba al oriental. El alma se le cayó a los pies al ver cómo habían vivido al otro lado del muro durante aquellos años. Parecía que el tiempo se hubiese detenido.

Anne y Jurgen se encontraron de nuevo después de 49 años. No hay palabras para describir qué sintieron en aquellos instantes. Sólo sabemos que vivieron juntos el resto de sus días, que Anne finalmente pudo leer todas las cartas de Jurgen que la Stasi había incautado, que en la vieja habitación donde Jurgen vivió en el oeste se hallaron brillantes estudios de Física teórica, algunos de los cuáles habían llegado a publicarse por compañeros de la Universidad, que pusieron sus nombres a la obra de Jurgen, para que ésta viera la luz.

Jurgen nunca se lamentó de haber seguido los dictámenes de su corazón aquella mañana de mayo de 1940. El amor le había mantenido vivo desde entonces, y de no haber obrado de tal modo, no hubiera descubierto jamás la verdadera fuerza con la que se escribe la palabra Vida. Nada pedía a cambio, ni reconocimiento ni honores. A cambio de su Física, la nueva Alemania le permitió limpiar sus calles, sus pozos ciegos, sus puertos y sus bosques, y con ellos, su propia conciencia. Todo había acabado, ¿o todo acaba de comenzar?

Un abrazo

0 comentarios:

Publicar un comentario