viernes, 7 de enero de 2011

Mateo 8, 12

Querido amigo:

"Mateo 8, 12" había levantado una gran expectación. Su director se jactaba de haber rodado la mejor película de terror de todos los tiempos. Ante tal socarronería, la noche del estreno reunió a la crema de la crítica cinematográfica del país.

Se apagaron las luces de la sala y se iluminó la pantalla. Tras los créditos aparecieron extrañas figuras: rombos que se multiplicaban infinítamente hasta reducirse a un punto, el cuál, a su vez, se expandía formando círculos concéntricos que se abalanzaban hacia el primer plano... Y cuadros y cuadros, rombos y rombos, infinitos círculos... durante varios minutos... induciendo a un leve sopor, un sopor...

Un estallido despertó al público. Se proyectaba la imagen de un patio de butacas. Las luces de sala se encendieron a media potencia y, entre la penumbra, los asistentes se reconocieron en la gran pantalla. Evidentemente, estaban siendo filmados por una cámara que transmitía la imagen al proyector. Sin embargo, cada uno de los allí presentes se veía diferente a como se creía.

A partir de aquel momento comenzaron los llantos, los gemidos, los gritos... Al cabo de unos minutos, toda la sala parecía haber perdido la razón. Unos espectadores se cubrían como si estuvieran desnudos; otros se convulsionaban en el suelo; otros se acurrucaban temblando detrás de sus butacas; otros lloraban implorando piedad... Mientras, la película seguía proyectando cuanto ocurría en la sala.

Al término de la proyección, la sala parecía haber sido arrasada por algún cataclismo. Parecía imposible que aquellas personas hubieran desarrollado la fuerza necesaria para arrancar las butacas y provocar los destrozos que se produjeron. Quienes paseaban por los alrededores del cine aquella noche fueron testigos de la fantasmagórica comitiva que abandonaba la sala.

Al día siguiente un juez de guardia incautó la película y prohibió su difusión. El director fue arrestado. Más tarde declaró que el verdadero terror anidaba más allá del consciente, en el subconsciente de cada espectador. El mérito de la película consistía en enfrentar a cada cuál con la imagen que de sí mismo ocultaba su subconsciente. El infierno mora en el alma de cada ser humano.

Sin embargo, tras declarar ante el juez, el cineasta fue puesto en libertad sin cargos. Al fin y al cabo, nada demostraba científicamente el pueril subterfugio utilizado para inducir a la hipnosis de los espectadores. El informe judicial no veía engaño. Se había anunciado una película de terror y los expectadores habían experimentado terror. Nadie había sido forzado a ver la película.

El director desapareció y nunca más se volvió a saber nada de él.

La sala de cine hubo de ser clausurada para restaurar los daños causados durante la accidentada sesión. Al amanecer del día siguiente, los más observadores descubrieron debajo de las enormes letras de "Mateo 8, 12" un subtítulo en letra pequeña que había pasado desapercibido la víspera:

"Mas los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes"

Un abrazo

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Guau! Muy chulo...

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