Sólo los grillos medían las horas de la madrugada con sus desafinados violines. Sólo un cabo de vela, velaba la velada. Su lánguida llama alumbraba la tez mortecina de la religiosa.
La celda olía a tomillo y lila, y la cama esperaba celeste y fría bajo el ventanuco de gruesos vidrios.
Un pedazo de cuartilla, y la mano ajada de carcomidas uñas, escribiendo poseída de inenarrables contradicciones.
Entonces, un apagado maullido le corta la respiración. Luego, un suspiro deja huérfana la ardiente cera de abeja. El cabo humea, bucólico, a la luz de la luna menguante.
Un ciprés se estremece en el claustro del convento, y sólo los grillos traspasan los dolores del alma con sus desafinados violines.
1 comentarios:
parece que oigo los violines...
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