domingo, 29 de mayo de 2011

Sueño Americano



Querido amigo:

Corrían los primeros años del siglo XX. Por aquel entonces yo trabajaba en una factoría de calzado del sureste de Manhattan. Cierto día se presentó un joven de unos veinte años, recién llegado a Nueva York. Un muchacho que había huido con su esposa de las matanzas que el zar ruso ordenaba contra los judíos. Una historia más en una ciudad a la cuál desembarcaban cada día miles de almas sin pasado, en busca de un futuro incierto.


El gerente, el señor Smith, admitió al ruso Samuel en la factoría y lo puso a curtir la piel con la que confeccionábamos los zapatos. ¡Qué más podía hacer un tipo que ni siquiera hablaba una palabra de inglés!


Al cabo de un tiempo, el joven trataba con todos los muchachos de la factoría, haciéndose entender con pocas palabras y muchos gestos. Nunca nos contó nada de qué vida había llevado hasta llegar a Nueva York. Alguien le preguntó una vez de qué parte de Rusia procedía, pero Samuel respondió que había nacido en la campiña y que había trabajado en muchos lugares.



Como muchos exiliados judíos, el joven ruso se sentía culpable por haber huido de su país, como un vulgar prófugo. Samuel anhelaba ante todo convertirse en ciudadano americano, y hasta conseguirlo, recelaba de todo aquello que tuviera relación alguna con Rusia, quizás temiendo que le denunciasen y le deportasen de nuevo ante el zar, donde habría de pagar su deslealtad ante la justicia. Por ello, Samuel se consagraba en cuerpo y alma al trabajo y a aprender el inglés, negándose a hablar ruso incluso en el seno de su propia familia. Ese era su sueño americano.


La única familia de Samuel en América era su bella esposa, quien había encontrado trabajo en una sastrería situada a un par de manzanas de nuestra factoría de calzado. Al término de la jornada, la muchacha le aguardaba en la puerta, por lo que todos pudimos maravillarnos con aquella exótica beldad de dorados rizos y azul e intensa mirada.


Luego les perdí la pista. Abandoné la factoría de calzado para emplearme en la construcción de un gran rascacielos, trabajo mucho mejor remunerado. Sustituí las hormas por el hormigón y los clavos por las vigas de acero.


Ha pasado ya el tiempo y acabamos de inaugurar el rascacielos en pleno corazón de Manhattan. Las obras han durado cerca de dos años, concentrando los esfuerzos de obreros de los más diversos orígenes. Una especie de torre de Babel en la que no resultaba fácil entenderse. Italianos, polacos, rusos, irlandeses, asiáticos, .... cada uno con su lengua y sus costumbres, compartiendo andamio a varios pies de altura. Con todo, el magnate ha estrenado hoy su flamante despacho en la última planta de su torre, y nos ha pagado un sueldo extraordinario por redoblar nuestros esfuerzos durante el último mes.


Al volver a mi casa en Brooklyn, me he topado con un viejo camarada de la factoría de calzado. Samuel y su esposa iban paseando por la acera de enfrente. Él vestía un traje muy elegante, con sombrero de paño y corbata. Llevaba a un bebé en brazos. Ella le seguía a dos pasos de distancia.


Doy gracias a Dios de que no me vieran, pues hubiera sido incapaz de disimular la impresión que me provocó la visión de aquella mujer, otrora una muñeca preciosa, hoy desmejorada y marchita como un trapo viejo, al lado de su marido, orgulloso y altivo.


Había oído contar que Samuel había medrado en la factoría de calzado hasta el punto de convertirse en el gerente, sustituyendo al señor Smith. Sin duda se había cumplido su sueño americano, si bien ese mozo de misterioso pasado cuyos ojos se escapan detrás de cada falda que se cruza por su camino parece olvidar que todo sueño tiene un precio, y que a dos pasos de él pasea su tristeza el alma que vendió a cambio de la gerencia de una factoría de calzado de Manhattan.


Un abrazo

sábado, 28 de mayo de 2011

Sobre Don Quijote

Querido amigo:

En 2004 se celebró el cuarto centenario de la publicación del Quijote, la obra cuyas aventuras escribió Miguel de Cervantes desde una celda, llevado por la necesidad de sobrevivir al cautiverio y enfrentarse al paso del tiempo.

Cabe pensar que la obra contiene pasajes autobiográficos que sugieren que Cervantes imaginó un "alter ego" con quien poder evadirse de su lamentable situación. Sólo así, tal vez, podamos comprender los paralelismos entre el autor y su personaje, Alonso Quijano, Don Quijote, un hidalgo venido a menos que desafía con fantasía la dura y corrupta realidad del mundo que le rodea. He aquí el alegato de libertad que alberga el Quijote, quien se rebela contra la decadencia imperante y elige vivir la vida que le apetece, la de los altos y nobles ideales, la misma acracia, desdeñando las burlas de sus contemporáneos, estupefactos testigos del advenimiento de un héroe tan poco común.

Sin embargo, ese acto de sinrazón, tomar los votos de la caballería andante, pone en evidencia la decadencia moral, económica y social de la época cervantina. Ante tanta ignonimia, el viejo hidalgo cree necesaria la presencia de alguien que rescate la humanidad y todo lo noble y digo del hombre. Así pues, mientras los torpes personajes que topan con Don Quijote se mofan del estrafalario caballero, ignoran por completo la crítica que éste abandera contra la ruindad, la ignonimia y la miseria moral que domina a la sociedad.

Don Quijote restaura con paciencia e ilusión las armas de sus antepasados, creyendo en la posibilidad de un mundo mejor. Don Quijote reivindica la dignidad de su pobreza, tan conmovedoramente ilustrada por su "rocín flaco" y su "galgo corredor", y se sacrifica con generosidad a una vida repleta de incomodidades y peligros a cambio de mantener viva la noble esperanza de la Justicia.

Sometido a sus grandes sueños, Don Quijote tomará partido en conflictos varios a lo largo y ancho de sus andanzas, y sus juicios distarán mucho de la supuesta locura que se le atribuye. El ingenioso hidalgo encarna la humana inclinación por el altruismo, siempre dispuesto a solidarizarse con los más débiles y vulnerables frente a los abusos del poder.

No extraña, entonces, que estos valores causaran chanza entre los perdidos, aquellos cuya fe en el género humano había sucumbido a su propio egoísmo. Don Quijote se impone moralmente ante ellos, con elegancia y nobleza. Nada tiene que ver esta nobleza con el linaje o la hidalguía, sino más bien con una insaciable sed de justicia.

De esta manera, Don Quijote se enfrenta a los pastores poetas que clamaban venganza contra la bella pastora Marcela, cuya belleza martirizó hasta la muerte al no correspondido bachiller. En este capítulo, Don Quijote defiende el derecho de la pastora a elegir por sí misma su destino.

No faltan tampoco los homenajes al amor, que con el valor sintetiza las máximas virtudes humanas. Por ejemplo, durante los capítulos donde Don Quijote contribuye a reunir al desdichado Cardenio con su amada, tras separarse víctimas de las confusiones y los intereses familiares. Nuevamente, Don Quijote enarbola el derecho a formar pareja libremente, siguiendo los dictámenes del corazón frente a las convenciones sociales e imperativos de casta, color o posición.

A este respecto, hacemos justicia a Cervantes, reconociendo que éste, al igual que su contemporáneo Shakespeare, denunció los matrimonios de conveniencia: Shakespeare en su Romeo y Julieta y Cervantes en el Quijote.

No resulta tan loco un hombre que se adelanta varios siglos a su tiempo, como nuestro entrañable enamorado Don Quijote, tan sensible a las historias de amor. Ni resulta locura la sensibilidad del hidalgo hacia las letras, ya no sólo de sus novelas de caballería, sino de la poesía y los cuentos que se prodigan a lo largo de la historia.

Acrisola Don Quijote sentimientos con los que cualquier persona de ayer y hoy pueden identificarse. Lo curioso es que sus actos pasen por disparates en lugar de como modelos de lucidez. Sólo cuando recobra el juicio, Don Quijote se entrega a la muerte. El buen hidalgo pesó que la vulgaridad, desprovista de toda humanidad, no merecía la pena ser vivida.

¿Quienes imprecaban a Don Quijote sino la gente baja, abyecta e inmoral? El ventero ladrón, el vizcaíno pendenciero, el asesino Ginesillo de Pasamonte, etc... y aristócratas burlones y sin nobleza... mientras que encontraba comprensión entre una majada de pastores.

estilísticamente, Cervantes encumbró el Castellano a las más elevadas y dignas cotas, además de revelar figuras literarias tan contrapuestas como Don Quijote y Sancho, quienes años más tarde serían replicados por los más grandes cómicos. De ahí surge ese personaje de Charlot, con su entrañable y digna pobreza, tal y como la que exhibe Don Quijote. ´También parejas como el Gordo y el Flaco se inspiran en Don Quijote y Sancho.

El personaje de Sancho encarna también unn patrón universal. El ingenuo e iletrado Sancho, dominado por una naturaleza servil y atemorizada, cobardón y quejumbroso, se erige en la voz de la razón de un pueblo oprimido, extenuado y sin fuerzas para rebelarse.

Un pueblo honrado y sumiso, víctima de un sistema anacrónico y medieval que, salvando las distancias, perdura hasta nuestros días. Sancho es digno ejemplo del pueblo fiel, temeroso del poder, que sueña con una vida mejor; un pueblo pícaro y un poco egoísta, un pueblo que tolera mientras no se les toque lo suyo. Como contrapunto, Don Quijote reúne sen su persona las virtudes del héroe: valor, amor, inteligencia y buena dosis de idealismo.

En verdad que poco ha evolucionado la sociedad respecto a los tiempos cervantinos. Los Quijotes de hoy en día se enfrentan no sólo a la vulgaridad y a la injusticia, no sólo a la acomodaticia indiferencia,... tal y como Don Quijote. El "alter ego" de Cervantes, un espíritu tan alto que pocas personas en la historia han podido alcanzarlo.

Quienquiera siga viendo locura en el Quijote se niega a sí mismo la ilusión de un mundo mejor. No encontramos en toda la novela ni un sólo pensamiento innoble de Don Quijote, ni un sólo instante de desaliento. Don Quijote vuelca su grandeza espiritual al servicio de los menesterosos, de los desposeídos.

Hoy en día, los gigantes a los que encara Don Quijote emergen como poderes financieros que doblegan a los humildes. Los molinos de hoy son las grandes corporaciones, las grandes y poderosas multinacionales. Sus aspas, la indiferencia del pueblo. Hoy en día también se queman aquellos libros que incitan a la utopía, a la locura. Hoy en día encontramos Don Quijotes de cartón piedra, que al contrario de nuestro frugal y misérrimo héroe, sólo persiguen notoriedad y buenas condiciones de jubilación.

Los verdaderos quijotes no pueden alcanzar la fama porque, si bien libran y vencen las pequeñas batallas, ya que siempre acaban por estrellarse con la cruda y fría realidad: unas aspas de molino, representadas por la traición y la cobardía de quienes les rodean.

A su muerte, los vecinos de Don Quijote, el ama y la sobrina, parecen estrellarse también con la dura realidad. Son responsables de su muerte, al haber hecho lo posible por reponerle de su "locura". Se dan cuenta de que se ha ido aquel en quien, incluido el lector, habíamos confiado la posibilidad de un mundo mejor. Nuestra necedad queda en evidencia, se pone de manifiesto, nuestra honradez en tela de juicio.

Un abrazo

domingo, 1 de mayo de 2011

Ciudad del Cabo - Colliure

Querido amigo:

Hace un año se estrenaba una película sobre Nelson Mandela y, pocos meses después, la popular cantante Shakira bailaba al ritmo africano, adaptado de una canción compuesta para arengar a los soldados del ejército de Camerún, promocionando la Copa Mundial de fútbol que se celebraba en mi país.

Durante aquellos días del invierno de 2010 (me refiero a mi invierno, amigo, porque cuando en el polo norte disfrutáis del verano, en Suráfrica hace un frío que pela), mi país se vió invadido de periodistas, políticos y turistas que elogiaban el esfuerzo realizado para organizar el mundial. Por unos días nos sentimos especiales, y soñamos...

Soñamos que, quizás, había llegado el momento en el que el mundo se sensibilizara con nuestros problemas, momento a partir del cuál todo cambiaría... Los pobres (que en Suráfrica somos mayoría) podríamos aspirar a una vida mejor, con trabajo, viviendas dignas, calles asfaltadas, sanitarios, etc... Un sinfín de servicios que nos faltan y cuya enumeración me llevaría todo el día.

Sin embargo, ninguno de nuestros sueños se cumplió. A día de hoy todo sigue igual. Los flamantes carteles publicitarios que se erigieron para dar la bienvenida a los turistas se van oxidando, como muchas cosas en Suráfrica. Ninguna de las esperanzas que en ellos depositamos de parecernos, algún día, a los ciudadanos de los países ricos se ha cumplido.

El Waka Waka rezaba "Es la hora de África. Todos somos África". Nada ha cambiado. El mundo entero se olvidó de mi país al día siguiente de terminar el mundial.

Indignado, una buena mañana emprendí un largo viaje por toda África, para reivindicar que también aquí somos seres humanos con sueños y esperanzas, que no está bien ponernos el caramelo en la boca y dejarnos luego en la estacada.

Nuestro amigo Lefu el surafricano, querido amigo, se puso en viaje un buen día y cruzó el continente africano desde suráfrica hasta Tánger, sin más compañía que Li Hu, un obrero chino que harto de trabajar como un esclavo por un mísero salario, desertó del andamio donde trabajaba en Angola y se unió a su aventura . Ambos se adentraron en inhóspitas selvas y áridos desiertos, a merced de mútiples peligros, inasequibles ante las dificultades. Encontraron a hombres y mujeres de todas las etnias, de quienes recabaron mensajes que transmitir a los pueblos del mal llamado "primer mundo". ¿Lograrían su objetivo?

En efecto, cruzaron el Estrecho de Gibraltar una noche de primavera, sorteando las violentas corrientes que surgen del pulso que allí sostienen las aguas del Atlántico y el Mediterráneo. Una vez en España, sus problemas se acrecentaron. Mientras recorrían África, confiaban en la caridad de las humildes gentes que se cruzaban a su paso, pero en España nadie se apiadaba de de ellos y hubieron de buscar alimento entre las basuras.

Li Hu, además, hubo de evitar a las mafias chinas que explotaban a sus compatriotas para recluirlos en oscuras fábricas clandestinas donde trabajaban de sol a sol sin apenas ver la luz del día.

¿Adónde se dirigían? Amigo mío, no te lo vas a creer. Y si te contara que Li Hu recordaba un poco del español que había estudiado en la escuela de Guandong, su ciudad natal. Allí aprendió poemas de memoria, que con el tiempo habían cobrado gran significado en su vida de pobre, infundiéndole ánimo para acometer las adversidades.

Li Hu convenció a Lefu, nuestro surafricano, para perregrinar hacia el norte, recitándole poemas en español a medida que caminaban.

Fue así como un chino y un surafricano cayeron extenuados ante la tumba de Antonio Machado, en Colliure, emocionados por haber llegado tan lejos. A partir de aquel momento, ambos iniciaron el regreso a sus patrias. jamás imaginando que yo les vi llorar de entusiasmo ante la lápida del poeta. Un chino y un surafricano no pasan desapercibidos en lugar así.

Qué suerte correran hoy en día, es difícil saberlo. Su historia, sin embargo, se escribe con mis palabras como un alegato a la Humanidad.

Un abrazo

Belia

Querido amigo:

Cuando el viejo criado dejó de respirar, el amo cayó desolado sobre su pecho inerte, sollozando inconsolablemente. Amaba a aquel criado como a un padre.

Todo empezó hacía muchos años, antes de que Antonius Marcellus naciera.

Durante la campaña hispana, el general Flavio Marcellus gobernó tres centurias para conquistar las tierras bajas del río Íbero. Las tribus íberas huían al avance de las tropas romanas, muy pocas oponían resistencia. Los descarnados castigos infligidos por los romanos sobre los pueblos que desafiaban su poder aterrorizaban a los pueblos nativos. Aldeas enteras de pastores y campesinos abandonaban sus pallozas y emigraban hacia el sur, más allá de las turbulentas aguas del Íbero, en una desesperada carrera para escapar de los escarmientos romanos.

Sin embargo, contó el general Flavio Marcellus de una aldea que se elevaba en lo alto de un pueyo, dominando una extensa planicie, en el árido corazón de la tierra que más tarde pasaría a denominarse como la provincia Tarraconensis. El experimentado general desplegó sus centurias cercando la aldea, y aguardó hasta que sus pobladores sufrieran el ataque del hambre. Sabía Flavio Marcellus que el hambre causaba más estragos que las afiladas saetas romanas.

Al cabo de diez días de cerco, los aldeanos resistían a la paciencia romana. Apremiado por las órdenes de sus superiores, que le instaban a continuar avanzando sin demora, el general Flavio Marcellus hubo de resignarse a atacar la aldea y poner fin al prolongado asedio.

Al despuntar el alba del undécimo día de sitio, una tormenta de flechas romanas llovió sobre los desventurados íberos. Espada en mano, la infantería acometió las míseras murallas que protegían la aldea, abriendo vías al cabo de pocas horas. Desde entonces, los soldados romanos hubieron de combatir cuerpo a cuerpo, cabaña por cabaña, la cerril resistencia de los nativos.

Al caer el crepúsculo, las diezmadas centurias habían dominado la población y tomado como esclavos a los valerosos íberos supervivientes. No encontraron ni rastro de mujeres ni niños, que habían huido al ver aproximarse las tropas romanas.

Todavía admirado por el coraje de aquellos aldeanos, exhausto y herido, el general Flavio Marcellus decidió refundar la aldea como plaza fuerte para el imperio romano, dada su privilegiada ubicación estratégica en lo alto de un pueyo, bautizándola con el nombre de Belia, que en latín significaba guerra.

Entre los prisioneros tomados en Belia, el general Flavio Marcellus eligió como sirviente a un muchacho de dieciséis años llamado Caciro. Con el tiempo, Caciro acompañaría al general en su victorioso retorno a Roma, incorporándose a los esclavos de su noble villa. Más tarde nació Antonius Marcellus, primogénito y heredero de Flavio Marcellus, cuyo cuidado se encomendó al joven esclavo íbero.

Antonius Marcellus creció al abrigo del sabio y humilde Caciro, que le descubrió los secretos de la tierra y la olvidada cultura de los íberos. Cuando el general Flavio Marcellus cayó abatido por las flechas bárbaras en la campaña de Germania, Antonius Marcellus quedó prácticamente bajo la tutoría de Caciro. Entre el esclavo y el joven patricio fue germinando una profunda amistad.

Muchos años después, transido de dolor por la muerte del anciano Caciro, el ya joven tribuno Antonius Marcellus emprendió una larga peregrinación hacia Hispania, la maravillosa patria de su difunto tutor, su padre adoptivo, con cuyas fabulosas leyendas había crecido.

Tras una tranquila travesía por el Mare Nostrum, el tribuno desembarcó en el puerto de Tarraco Nova, desde donde continuó a caballo su viaje tierra adentro . Siete jornadas más tarde dejaba atrás Cesaraugusta para divisar a lo lejos, invencible sobre el pueyo, la plaza de Belia que fundara su padre.

Fue allí donde Antonius Marcellus entregó al cierzo las cenizas de su amado Caciro.

Un abrazo