Querido amigo:
Hace un año se estrenaba una película sobre Nelson Mandela y, pocos meses después, la popular cantante Shakira bailaba al ritmo africano, adaptado de una canción compuesta para arengar a los soldados del ejército de Camerún, promocionando la Copa Mundial de fútbol que se celebraba en mi país.
Durante aquellos días del invierno de 2010 (me refiero a mi invierno, amigo, porque cuando en el polo norte disfrutáis del verano, en Suráfrica hace un frío que pela), mi país se vió invadido de periodistas, políticos y turistas que elogiaban el esfuerzo realizado para organizar el mundial. Por unos días nos sentimos especiales, y soñamos...
Soñamos que, quizás, había llegado el momento en el que el mundo se sensibilizara con nuestros problemas, momento a partir del cuál todo cambiaría... Los pobres (que en Suráfrica somos mayoría) podríamos aspirar a una vida mejor, con trabajo, viviendas dignas, calles asfaltadas, sanitarios, etc... Un sinfín de servicios que nos faltan y cuya enumeración me llevaría todo el día.
Sin embargo, ninguno de nuestros sueños se cumplió. A día de hoy todo sigue igual. Los flamantes carteles publicitarios que se erigieron para dar la bienvenida a los turistas se van oxidando, como muchas cosas en Suráfrica. Ninguna de las esperanzas que en ellos depositamos de parecernos, algún día, a los ciudadanos de los países ricos se ha cumplido.
El Waka Waka rezaba "Es la hora de África. Todos somos África". Nada ha cambiado. El mundo entero se olvidó de mi país al día siguiente de terminar el mundial.
Indignado, una buena mañana emprendí un largo viaje por toda África, para reivindicar que también aquí somos seres humanos con sueños y esperanzas, que no está bien ponernos el caramelo en la boca y dejarnos luego en la estacada.
Nuestro amigo Lefu el surafricano, querido amigo, se puso en viaje un buen día y cruzó el continente africano desde suráfrica hasta Tánger, sin más compañía que Li Hu, un obrero chino que harto de trabajar como un esclavo por un mísero salario, desertó del andamio donde trabajaba en Angola y se unió a su aventura . Ambos se adentraron en inhóspitas selvas y áridos desiertos, a merced de mútiples peligros, inasequibles ante las dificultades. Encontraron a hombres y mujeres de todas las etnias, de quienes recabaron mensajes que transmitir a los pueblos del mal llamado "primer mundo". ¿Lograrían su objetivo?
En efecto, cruzaron el Estrecho de Gibraltar una noche de primavera, sorteando las violentas corrientes que surgen del pulso que allí sostienen las aguas del Atlántico y el Mediterráneo. Una vez en España, sus problemas se acrecentaron. Mientras recorrían África, confiaban en la caridad de las humildes gentes que se cruzaban a su paso, pero en España nadie se apiadaba de de ellos y hubieron de buscar alimento entre las basuras.
Li Hu, además, hubo de evitar a las mafias chinas que explotaban a sus compatriotas para recluirlos en oscuras fábricas clandestinas donde trabajaban de sol a sol sin apenas ver la luz del día.
¿Adónde se dirigían? Amigo mío, no te lo vas a creer. Y si te contara que Li Hu recordaba un poco del español que había estudiado en la escuela de Guandong, su ciudad natal. Allí aprendió poemas de memoria, que con el tiempo habían cobrado gran significado en su vida de pobre, infundiéndole ánimo para acometer las adversidades.
Li Hu convenció a Lefu, nuestro surafricano, para perregrinar hacia el norte, recitándole poemas en español a medida que caminaban.
Fue así como un chino y un surafricano cayeron extenuados ante la tumba de Antonio Machado, en Colliure, emocionados por haber llegado tan lejos. A partir de aquel momento, ambos iniciaron el regreso a sus patrias. jamás imaginando que yo les vi llorar de entusiasmo ante la lápida del poeta. Un chino y un surafricano no pasan desapercibidos en lugar así.
Qué suerte correran hoy en día, es difícil saberlo. Su historia, sin embargo, se escribe con mis palabras como un alegato a la Humanidad.
Un abrazo
domingo, 1 de mayo de 2011
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