sábado, 8 de octubre de 2011

El ladrón de sentimientos

Querido amigo:

Todas las noches de plenilunio me dejo caer por el local de jazz que hay al principio de la calle Moratín, en el corazón del Madrid literario. No pocas de mis historias surgieron al calor del buen blues y de un Bloody Mary bien cargado, en medio de una noche en blanco donde, ya no las musas de la fantasía, sino hasta los propios sueños me habían dejado huérfano.

Aquella noche volvía de una sesión tardía de cine, sumido en profundos pensamientos. Al pasar por el bar de jazz me asaltó una corazonada, y me dejé arrastrar una vez más en sus misterios. Mi intuición no me había traicionado: en un rincón, Fernando y Óscar departían de la vida, del mundo y de cuanto de apócrifo puede brotar del ingenio humano. Nos saludamos con la alegría que nace de encontrar a los amigos en una ciudad donde tanta gente se pierde todos los días. Fernando y Óscar siempre beben mojitos en el bar de jazz, y yo pedí mi Bloody Mary.

Al cabo de un rato de animada charla, tal vez un par de horas rápidas como un suspiro, el vodka me distrajo de la conversación... En la mesa de al lado había una pareja, a la que apenas distinguía entre las nubes de tabaco que navegaban por el local, pero cuyas palabras me llegaban con nitidez al oído siempre que el volumen del blues aflojaba.

Ella abría sus más íntimos sentimientos al muchacho, que escuchaba con la mirada fija en ella, como si nada en el mundo existiera más importante en aquel preciso instante que los sinuosos laberintos por los que ella le conducía. No obstante, por lo que deduje entre blues y blues, aquella pareja acababa de conocerse aquella misma noche en aquel bar, aunque pareciera que llevaban años compartiendo caipiriñas.

Comprendo, querido amigo, que puedas dudar de mi discreción. No está bien escuchar a hurtadillas, pero la curiosidad se apodera de mi y me siento incapaz de no satisfacerla. Yo soy de esos que se agachan a recoger una postal hecha pedazos en el suelo, de esos que lee las dedicatorias de los libros antiguos en los puestos de la cuesta de Moyano... Escuché, entonces, a aquella pareja...

Los mismos desvelos de siempre... Nada nuevo. Siempre idénticas dudas, de generación en generación... Cuitas de ésas del alma que pensamos que nadie puede comprender; de ésas que padecieron nuestros padres y, años antes, siglos antes, nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos... Dolores del corazón que no osamos compartir con nadie, salvo un desconocido que se presenta con una caipiriña para liberarnos de nuestra soledad.

El tipo atendía, como digo, con toda la sensibilidad que exigían las confesiones de aquella desconocida. Entonces, no sabría explicarlo, aquel muchacho hizo un gesto que le delató ante mi aturdida mirada... ¡era un ladrón de sentimientos!

¿Que qué es un ladrón de sentimientos? Alguien que no desearías encontrarte en tu camino. Alguien en quien confías desde el primer instante, como si sintieras que le conoces desde hace mucho tiempo, y que parece comprender y compartir todos tus sentimientos.... de manera que abres ingenuamente tu corazón y liberas aquella historia que tanto te hace sufrir... Y crees haberte enamorado de la "única" persona en el mundo capaz de comprenderte con tanta profundidad... Y esperas que el ladrón de sentimientos te corresponda con su propia historia, pero no... no cuenta nada. Entonces, sigues abriendo tu corazón más y más, invitándole con tu confianza a que el ladrón de sentimientos abra su corazón... Pero nada.

Al despuntar el alba, Óscar y Fernando seguían recomponiendo el mundo, y yo no podía abastraerme de cuanto acaecía en la mesa de al lado. Al término de la velada, aquella desconocida sonreía como si se hubiera quitado cien años de encima. ¡Pobrecilla! Se despidieron, prometiendo volver a encontrarse en la misma mesa una semana más tarde...

Una semana más tarde, volví al local de jazz y ocupé la mesa de siempre, en el rincón de siempre, reservándome el mejor sitio para descubrir el final de esta historia. Al rayar la medianoche, apareció ella y se sentó en la mesa de al lado, muy cerca de mi; tanto que podía oler su fragancia llamada Ilusión.

Pasaron las horas... La una, las dos, las tres,... y ella seguía sola. Cuando el ladrón de sentimientos entró en el local, pasó por delante de ella como si no la hubiese reconocido, como si no la hubiera visto nunca, como si no conociese sus secretos más privados. Le acompañaba una mujer de mirada melancólica; su próxima víctima.

Aquella noche, la muchacha que se sentaba a mi lado, fumó ausente su último pitillo y se levantó cansada, como si a sus espaldas hubieran arrojado todas las penas de las que se desembarazara una semana antes; vacía y sin ilusión, mientras un blues de acero le traspasaba hasta el último rincón de su alma.

Un abrazo

1 comentarios:

Una astrofísica por el mundo dijo...

ladrones de sentimientos... ¡simplemente genial! aunque yo también haya "sufrido" estos ladrones de guante blanco...

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