Querido amigo:
A mediados de 1824, un coche de caballos cruzó el paso fronterizo de Hendaya. En el coche viajaba un hombre enfermo, cansado, triste y decepcionado, camino del exilio. Había partido de Madrid unos días atrás. Durante toda la travesía, la aguda mirada de aquel anciano no había cejado de empaparse del paisaje español. Se despedía de las hondas llanuras castellanas, surcadas de predios de trigo donde se doblaban los abnegados campesinos; de los fértiles montes de las Vascongadas, donde pastoreaban sus rebaños los paisanos; de la villa de San Sebastián, en cuya playa faenaban los sufridos pescadores...
Aquel viejo había nacido hacía 78 años en una remota aldea del Bajo Aragón, tierra de secano y miseria. Su talento artístico le había llevado de la pobreza a los salones de la Corte. Luego estalló la guerra, y sus ojos hubieron de ser testigos de la brutalidad del ser humano, mas aún cabía lugar para la esperanza, siempre y cuando al horror sucediera una sociedad elevada, ilustrada, impregnada de los valores de la Razón y desprendida del rancio ostracismo secular de la religión. Aquel anciano rememoró los sueños que había alentado con sus amigos liberales; sueños llenos de libertad y humanismo...
A mediados de 1824, Francisco de Goya y Lucientes, natural de Fuendetodos (Zaragoza) y pintor de cámara de la Corte, se exiliaba a Burdeos (Francia), mientras el rey Fernando VII rompía en añicos los sueños de una España moderna. Junto al pintor se marchaba también lo mejor de la España de la época, que quedaba así a merced de la mediocridad más putrefacta y sórdida que hubiera conocido nuestra Historia hasta entonces.
Algo más de un siglo después, en abril de 1939, miles de españoles abandonaban España por el mismo paso fronterizo de Hendaya. Al igual que Goya, se exiliaban enfermos, cansados, tristes y decepcionados, con los sueños rotos. Al igual que Goya habían nacido en la pobreza, y habían asistido al primer atisbo de modernización que brillara en España desde que llegara al trono el nefando Fernando VII, quien sumiera a la nación en un atraso con respecto al resto de vecinos europeos cuyas consecuencias aún se sentían latentes.
La II República había sido derrocada, y con ella los sueños de una sociedad cultivada, justa, libre y sin complejos. A mediados de 1939, partían con el corazón destrozado los mejores de los mejores que había dado nuestra Historia: intelectuales, científicos, artistas, juristas, ingenieros, etc...; entegando España a la oscura mediocridad, a caciques egoístas y egocéntricos que proseguirían la abyecta obra de Fernando VII (y herederos) de retrasar a la nación con respecto al resto de vecinos europeos.
Han transcurrido 72 años desde entonces, y los aeropuertos internacionales de España despiden a la generación mejor preparada de la España de todos los tiempos. Asimismo, como Goya y los ilustrados, como los republicanos, los jóvenes españoles se marchan cansados, tristes y decepcionados, con los sueños rotos. Desde las aulas universitarias habían abrigado un futuro de esperanza y promesas que no se han cumplido. Abandonan España porque en ella siguen gobernando la mediocridad y la ignonimia, la avidez y la desvergüenza, el egoísmo y el egocentrismo... Dejan el país en manos de una sociedad civil altamente corrupta, en la que los arribistas, los lameculos y los enchufados hacen carrera, en la que se propugna la pereza y la falta de escrupulos, en la que la mentira campea a sus anchas... Una vez más, los mejores de los mejores se van, y queda lo peor de lo peor, lo más podrido.
Un abrazo
domingo, 30 de octubre de 2011
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