lunes, 2 de enero de 2012

La Vuelta al Mundo

Querido amigo:

Un estudiante de Estocolmo se aplicó a estudiar español, pues anhelaba disfrutar del privilegio de leer el Quijote tal y como surgió de la fantasía de Cervantes. Nuestro estudiante amaba hasta tal punto la literatura que comparaba la lectura de una traducción sueca del Quijote -por sobresaliente que fuera- con hacer el amor con preservativo.

Con los continuos viajes a España, el joven Friede se licenció en español y culminó su sueño literario, jurando después amor eterno a España y a la literatura de aventuras.

Pasaron los años y Friede Magnusen ingresó en el Comité Nobel, convirtiéndose en un referente de la literatura hispánica. Leía cuanta novedad se publicaba en España y en América Latina, sin menospreciar a ningún autor. Leía hasta las bitácoras que se publicaban en Internet, siguiendo incluso la pista de escritores a quienes los editores rechazaban la obra por carecer de proyección comercial. Estos últimos le interesaban aún más, pues en ellos latía el corazón indomable de la literatura.

En una ocasión descubrió una de estas bitácoras que iba narrando la vuelta al mundo. El autor anónimo había partido desde un pequeño pueblo aragonés, y se había propuesto recorrer el mundo a lo largo de un año entero. Desde la primera jornada del diario, en la que el autor ultimaba los preparativos en su casa de Belchite, Friede Magnusen se sintió atrapado por aquel estilo lleno de fuerza y pasión, cautivador tanto por la belleza y riqueza del idioma como por las aventuras que magistralmente describía.

Friede Magnusen siguió las tribulaciones del autor belchitano por África, Asia, Suramérica... Las noches bajo las estrellas en algún lugar del Atlas, el bullicio de Delhi, el viento de Doha, las cumbias de Bogotá, el amanecer en Vladivostok, el crepúsculo en Machu Pichu, el silencio de la isla de Pascua, la tensión del valle del Rif, el mar de Goa, la canoa del río Congo, los tigres de Bengala, el plato de hormigas de Addis Abeba, el salón de tango de Mendoza, el ron de la Manigua, el burdel de Cabinda, los aromas de Manaos, las profundas simas de Chengdu, el zoco de Erevan, la boda de San Francisco, el concierto de Isfahan,...

Cierto día de invierno, el autor belchitano escribía desde Estocolmo, y Friede Magnusen le escribió un comentario, invitándole a cenar en su casa, pues ardía en deseos de conocer personalmente a aquel literato viajero que tan buenos ratos de lectura le prodigaba. Señor de Belchite -le escribió- le sigo desde el primer día de su aventura, y debo confesarle que la lectura de su diario me revoluciona el espíritu, renaciendo en mi la esperanza en la Humanidad, el Arte y la Literatura, la cuál creí agotada antes de leerle a usted. Me honraría usted profundamente si aceptara mi humilde invitación a cenar, aprovechando su escala en mi ciudad de Estocolmo. Por favor, escríbame a fmagnusen@....

Pese a tal candidez en sus palabras, Friede Magnusen no obtuvo respuesta del viajero belchitano. No obstante, las publicaciones se sucedieron en la bitácora electrónica hasta que el escritor regresó a Belchite, desapareciendo sin dar más señales de vida. A Friede Magnusen le corroía la posibilidad de que un escritor de semejante talento cayera en el olvido, así que viajó a Belchite con el propósito de conocer al viajero y convencerle de que la calidad de su obra pertenecía al patrimonio de la Humanidad, por lo que debía publicarla.

Friede Magnusen llegó a Belchite en un coche de alquiler, tras un largo viaje desde Estocolmo. Su corazón palpitaba de emoción al descubrir las antiguas ruinas del pueblo viejo en medio de una extensa llanura. Recordó las descripciones que leyera en la bitácora del viajero, y sintió como si ya hubiera parado por allí antes; como si aquel remoto pueblo español le perteneciera desde la infancia.

Preguntó en un bar por el vecino que había dado la vuelta al mundo, pero nadie supo darle reseña alguna. Preguntó si vivía algún escritor en Belchite, pero nadie tenía constancia de que ningún belchitano fuera escritor. Friede Magnusen empezaba a perder la esperanza de encontrar a su viajero en Belchite. Paladeando un tinto de la tierra, pensaba que cabía la posibilidad de que el viajero escribiera desde algún otro lugar de España, que no residiera en Belchite.

Cuando iba a pagar el vino se le acercó un señor, que se presentó como el médico del pueblo. Había salido un momento de su consulta porque había oído en la sala de espera que sus pacientes comentaban que había llegado un forastero al pueblo, preguntando por un escritor que había dado la vuelta al mundo. Creo saber a quien busca usted. Si tiene la bondad de seguirme -indicó el doctor, que condujo a Friede Magnnusen hasta una casa situada en las inmediaciones del bar. El doctor llamó a la puerta. Una señora abrió y les invitó a pasar. Subieron las escaleras y en el piso de arriba, en una alcoba, Friede Magnusen descubrió a un hombre sentado en una silla de ruedas, escribiendo una página en una bitácora de Internet.

Friede Magnusen regresó a Estocolmo sin haber persuadido al escritor belchitano de que publicara sus cuentos. Desde aquel primer viaje a Belchite, Friede Magnusen volvió todos los años, consciente de que vivía un sueño en vida al conocer a aquel talendo extraordinario de la Literatura. Friede Magnusen y el escritor belchitano trabaron una gran amistad que duró muchísimos años, incluso más allá de cuando Friede Magnusen no pudo volver a Belchite por encontrarse ya muy mayor y sin fuerzas.

Y cuentan que cuando los compañeros académicos de Friede Magnusen fueron a su despacho a recoger sus efectos personales para entregárselos a su viuda, descubrieron los escritos impresos de todas las bitácoras que había publicado el belchitano, emocionándose ante la lectura de Literatura en estado puro. Y cuentan también que en una reunión secreta, por unanimidad votaron que el premio Nobel de Literatura de aquel año se destinaría al autor anónimo, ése que nunca recibirá las alabanzas ni el reconocimiento de su época, que desde la sombra fantasea y contagia sus emociones a sus pocos lectores; ése autor anónimo que, sin saberla tal vez, contribuye con su granito de Literatura a que la Humanidad se acerque cada día más a la utopía.

Un abrazo

1 comentarios:

Belchitano dijo...

como diria jesulin IM PRESIONANTE

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