lunes, 19 de marzo de 2012

Azar

Querido amigo:

Hay quienes opinan que la vida discurre en un puro azar. Yo lo afirmo a mi manera, porque Dios pone los naipes y el diablo los baraja. Permite que me explique.

Para mi la vida se resume en recuerdos, sentimientos y decisiones. Si quieres conocer a alguien, pregúntale su película favorita. A poco que escarbes en la mayoría de los casos encontrarás a un Don Corleone, una Mary Poppins, un James Bond, un Robin Hood, una monjica llamada Audrey Hepburn, una Catherine Deneuve o un Doctor Zhivago... (por poner unos ejemplos), a quienes admiramos por su integridad, su poder, su voluntad, su felicidad o su desgracia. Pero la vida real no entiende de personajes de ficción.

A diario, asistimos al pulso que libran quienes deciden dejarse guiar por el corazón y los que te instan a sentar la cabeza. En la vida hay muchos caminos, y hemos de elegir por dónde llevarla. ¿Cómo? Y tras esta cuestión trascendental surgen muchas respuestas. A menudo nos dejamos aconsejar por Don Vito Corleone, otras por Mary Poppins... o por un amigo, por el cónyuge o por los padres...

Independientemente del camino que elijamos, no importa tanto llegar a la meta, sino vivir el camino en sí. Y cuando un día nos encontremos tirados en una cuneta, empapados en alcohol; y mirando a las estrellas, tomemos conciencia y recordemos a aquél niño que fuimos, rebosantes de dicha en la seguridad, paz, armonía y amor del nido paterno; y nos preguntemos cómo y cuándo la vida nos arrojó al abismo; sepamos si fuimos o no felices en nuestros errores.

¿Dónde y en qué momento el diablo te puso cuatro ases en una misma baza? Tú que lo tenías todo: salud, inteligencia, amor, dinero... Ambiciones y debilidades. Y tú jugaste la partida pensando que te acompañaba una buena racha.

Y te arrojaste al trabajo en pos de la zanahoria que te tendían los poderosos, esa zanahoria que hace salivar a los burros, cruel y amarga zanahoria... que te incita a atraparla, a atraparla... inalcanzable. Tú que soñabas con verte erigido en el Don Corleone de tu empresa, misterioso y ambiguo, reservado y letal, paladeando el placer de controlar las vidas de los demás.

Y te arrojaste en brazos de la mujer seductora, antojadiza y siempre insatisfecha, que te llevó por la senda agridulce (más agria que dulce), y por la cuál cometiste tantas sinrazones. Por ella te devoraron los celos, y por ella te enfrentaste a aquel atracador que te mando a la UVI, o te compraste aquel deportivo que no podías pagar, con el que te saliste de la carretera a 200 km/h.

Y aquí estás en la cuneta, boca arriba contemplando las estrellas sin poder moverte, en una noche sembrada por el canto de los grillos, en mitad de ninguna parte. Jugaste mal tu baza, muchacho. ¿Escuchas las carcajadas del diablo? Perdiste con cuatro ases... ¿Pero fuiste feliz?

Y en esos momentos de dolor en todo el cuerpo, las heridas del alma te torturan todavía más. Entonces se reparte la nueva baza, y tus cartas ya no son ases, sino cuatros, doses, algún seis... Quedaron atrás las noches de placer inconmensurable, las apuestas, las borracheras, las comilonas, los excesos... Ahora toca jugar una baza pobre, dolorosa.

En medio del silencio de la noche, las estrellas forman figuras que te evocan los lugares donde te has sentido bien en tu vida. Bajo el brasero de la casa de tu abuela, arrullado por historias de unos y otros... El cine donde por primera vez invitaste a la única chica que has amado de verdad... En aquel bar donde sentiste la amistad verdadera con los compañeros del colegio, cuando no teníais ni un céntimo más que para un bocadillo de calamares y una caña... Donde aquel abrazo, aquel beso... En el silencio de una noche como ésta.

Sentimientos, recuerdos, decisiones... Pasa la vida. Pasa la vida. Tengo un presentimiento sobre los cuatros, los doses y el seis. A la luz de la aurora que se levanta, hermosa y eterna, ante tus ojos ensangrentados, se distinguen los reflejos de las sirenas de una ambulancia. Ya se disipa la noche trágica, el diablo se ha ido, y no importa dónde estés ni cómo, que los dolores pasarán, y con una baza pobre volverás a los lugares que te han hecho sentirte hombre, débil y vulnerable, pequeño y, sin embargo, pleno de significado en el universo infinito... Y esta vez no dejarás que James Bond tome decisiones por ti, porque las tomarás tú mismo, con tus cartas sin valor, que bien jugadas te llevarán hacia la felicidad.

Un abrazo

miércoles, 14 de marzo de 2012

España

Querido amigo:

Hace 40.000 ó 50.000 años, tuvo lugar la siguiente escena en algún lugar de nuestra amada España.

Un grupo de homínidos había abandonado la cueva donde vivían para buscar leña, comida, o cuanto pudieran encontrar que resultara útil para la comunidad.

En lo más hondo de un angosto desfiladero descubrieron un árbol enorme derribado por un rayo. Tras mucho discurrir, los más fuertes del grupo ordenaron que los más débiles bajaran a recoger el árbol, mientras que ellos aguardarían arriba vigilando por si aparecía alguna fiera. De mala gana obedecieron los más flaquitos, que no deseaban enojar al caudillo y al chamán, fuertes como osos porque siempre se reservaban los mejores bocados de las cacerías.

El caudillo tenía que alimentarse bien para estar fuerte y defender a la comunidad de otras tribus enemigas. Cada noche, el chamán ofrecía los más suculentos ciervos y gacelas a los dioses para que cuidaran de la comunidad; y cada mañana se encontraban en el altar los restos que los dioses dejaban tras su festín nocturno.

Con mucho esfuerzo y algún que otro resbalón, los pequeños homínidos llegaron al pie del gran árbol caído. Se distribuyeron como mejor pudieron y comenzaron a arrastrarlo. El árbol pesaba tanto que apenas se movía cuando todos empujaban con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, uno de los pobres pisó una piedra redonda y se cayó de espaldas.

El caudillo y el chamán comenzaron a desgañitarse de risa desde lo alto del barranco, y todos los presentes también se desahogaron a gusto. El que se había caído, mientras, ni pestañeaba. Cuando se acercaron a él, descubrieron que ya no vivía, que se había matado con el golpe. Un hondo silencio ensombreció a todos.

Sin moverse de la sombrica donde descansaba, el chamán gritó a los de abajo que aquel lamentable accidente podía ser un castigo de los dioses... que habría que ofrecerles más alimentos a partir de entonces... Los compañeros del difunto miraron con tanta ira al rollizo chamán, que éste temió que le atacaran. Recapacitando enseguida, entró en trance y con los ojos en blanco anunció que los dioses les enviaban una señal con aquel accidente... De la misma manera que aquel infeliz había deslizado con un canto rodado, así podrían juntar muchos cantos similares para poder arrastrar sin esfuerzo sobre ellos el enorme árbol.

¡Se acababa de inventar la rueda! ¡Qué maravilla!

Aquella misma tarde, el cuerpo del desventurado inventor llegaba ante la cueva encima del árbol que empujaban los demás sobre piedras redondas. Las mujeres comenzaron a llorarle a gritos, y el caudillo y el chamán ordenaron que todos ayunaran aquella noche como muestra de duelo.

Bueno, en realidad, todos no. El caudillo no podía acostarse con hambre, porque quién si no les defendería si los enemigos que acechaban a la comunidad atacaban y a él le fallaban las fuerzas.

El chamán se llevó toda la comida al altar, como acto de gratitud a los dioses que les habían revelado la rueda...

Y así, pasaron los años, los siglos,... Vinieron más caudillos y más chamanes, siempre bien alimentados, mientras que el pueblo ayunaba y lloraba... El pueblo temía... El pueblo ayunaba... El pueblo lloraba... Como hoy.

Un abrazo

sábado, 10 de marzo de 2012

Para Gustavo Adolfo Bécquer

Querido amigo:

¿Recuerdas que hace hoy exactamente... 10 años que sobreviví a un accidente? Desde entonces nunca he querido volver a hablar de ello, aunque no ha pasado ni un sólo día sin que mi corazón no haya evocado un recuerdo particular de aquellos vertiginosos momentos.

Presta atención antes de juzgarme por lo de hoy, sólo así me comprenderás.

Poco antes de perder el conocimiento se me apareció un ángel... Una mujer hermosísima, o al menos tal la rememoro, pese a que su rostro apenas se distinguía entre la oscuridad. Me apretó la mano y se acercó para mirarme... Y aquellos ojos... como si brillaran desprendiendo sosiego en medio de la tragedia... como si me penetraran hasta lo más hondo del alma... como si en aquel último instante, pues creí que nunca saldría de aquello, comprendiera el sentido de mi vida...

Te aseguro que no he vuelto a olvidar aquellos ojos. Aún sigo creyendo que aquella mujer y todo lo que ocurrió después no forman sino un episodio más de mi naturaleza proclive a la ensoñación, pero sólo recobrar la imagen de aquel ángel mirándome a los ojos y apretándome la mano, basta para disipar cuanta amargura y desolación lastran mi espíritu cuando revienen las pesadillas.

¿Quieres saber cómo me sentí? ¿Recuerdas el desenlace del ballet "El lago de los cisnes"? El enamorado príncipe ha seguido al cisne negro hasta el lago, seducido por su belleza. El cisne negro encarna a una malvada bruja que ha hechizado al infortunado para que se adentre al oscuro bosque, donde planea golpearle con su venganza. Vulnerable e indefenso, el noble corazón cae al lago y comienza a hundirse en sus tranquilas y traicioneras aguas. Entonces aparece el cisne blanco, una princesa en tal forma condenada, cuyo propio hechizo sólo puede quebrar a través del inmenso amor que le liga al príncipe. El cisne blanco se enfrenta al negro en un combate entre el bien y el mal, del que sale victorioso. Entonces, a los dulces arrullos del arpa de la melodía, rescata al príncipe del fondo del lago.

En aquellos momentos yo me sentía descender inerme a los oscuros abismos del lago, y aquella mujer, como aquel cisne blanco prodigioso, me rescató de un final seguro. Luego despareció... Nadie ha sabido darme referencias de ella. Ignoro quién fue, ignoro si quiera si fue real o celestial, o fruto de la conmoción... Sólo sé que antes de partir me dijo que sobreviviría a aquello, y que nos volveríamos a ver pasados 10 años exactamente. Y me citó en un lugar...

Tiempo después, ya totalmente recobrado, me casé con mi enfermera. Ella lo es todo para mi y sin ella no habría llegado hasta aquí.

Sin embargo, aún me abrasa el rescoldo que luce en el fondo de mi corazón, repitiéndome día tras día, durante 10 años, un lugar... Un lugar extraordinario... ¿Debo acudir a la cita? ¿Y si sólo fue un sueño? ¿Voy a dar la vuelta a la Tierra para citarme con una mujer de ojos enigmáticos y enloquecedores? ¿Y mi esposa?

Llevo varias noches sin conciliar el sueño, debatiéndome ahora en viajar a su encuentro, ahora en olvidarlo todo. Pero no quiero olvidar nada. Daría la vida por volver a ver aquella mirada una vez más.

Mi mujer ha facilitado las cosas. Le ha surgido un asunto familiar y habrá de ausentarse una semana de la ciudad. ¿Y yo mientras?

Llevo viajando casi 24 horas, y el cansancio me consume. Un vuelo de casi doce horas hasta una ciudad superpoblada. Luego un autobús decrépito durante media jornada hasta una ciudad un poco más pequeña, y desde allí, ya de noche, un taxi local que se deshace en cada bache, hasta una aldea remota, que se alza como una lágrima en la mejilla de una alta montaña.

He llegado a ese lugar, aguardo en la habitación de la casa de unos granjeros, justo donde ella me citó hace 10 años exactamente... Acabo de escuchar una voz entre las finas paredes de madera... ¡No lo soñé! ¡Ella fue real y se encuentra a tan sólo unos pasos de mi! Siento que el corazón se me sale del pecho... Siento que el destino me arrastra como una hoja de árbol en el torrente de una tempestad... Ya no hay marcha atrás... Unos pasos sobre el inestable piso de madera, ya cruje el marco de la puerta...

Amigo mío, me siento incapaz de relatar tanta felicidad. Hoy es el día más increíble de mi vida. Mi ángel ha vuelto, me aprieta la mano como en aquella ocasión y me besa con tanta pasión como emoción, como si se nos fuera a terminar el tiempo... La reconozco tan hermosa como entonces, en medio de la oscuridad, con su hechicera mirada rescatándome del abismo.

Al fin y al cabo, me confiesa, sólo dispone de una semana... Una semana de ausencia de su ciudad, que llevaba planificando durante 10 años, para encontrarse en las antípodas del mundo conmigo. Ahora comprendo ciertos asuntos familiares...

Un abrazo

domingo, 4 de marzo de 2012

El Traductor

Querido amigo:

Siento que algo nuevo, vivo y libre me alienta a despertar a la plenitud de la existencia. Un sentimiento ilegal, inmoral e indigno de un fiel servidor del orden público.

Hasta ahora había podido presumir de mi lealtad hacia Su Divina Majestad y su Imperecedero Reino de Concordia, a quien había consagrado mi vida como feliz letrado defensor. Hasta ahora no había indagado en las estrellas sobre el sentido de la vida, porque éstas permanecían eclipsadas por el bondadoso resplandor de Su Majestad. Sin embargo, mi alma ya no pertenece al Imperecedero Reino de Concordia...

Mi nueva e inmoral libertad arrancó el día que cayó en mi escritorio el expediente de un profesor universitario que había sido arrestado por corromper los principios y la sagrada doctrina de Su Divina Majestad. Un caso de rutina en apariencia, otro más que sumar a mis grises días de imperecedero súbdito de la Concordia.

La lectura del expediente me confirmó que nada podía alegar en defensa de ese infeliz, pues la magnitud de su delito no admitía ningún argumento. Me entrevisté con él por oficio, consciente de que perdía mi tiempo con aquel espíritu subversivo que nada podía esperar ya en la vida, sino la Clemencia de Su Divina Majestad.

Encontré a un hombre sereno y alegre, ignorante tal vez de la funesta suerte que la Ley le deparaba. La pena capital aplicaba a quienes como él amenazaban con pudrir la Imperecedera Concordia.

Desde el primer instante, la actitud del acusado me sorprendió. Una creciente curiosidad florecía en mi por aclarar cómo aquel reputado imperecedero súbdito de la Concordia había desembocado en un calabozo.

Mi cliente había dedicado su vida al estudio y al trabajo. Desde muy joven había destacado como un referente nacional en latín y griego. Sus escasos alumnos le tributaban un sentido respeto. Académicamente se le tenía por una sabia eminencia. Una existencia gris y discreta, que se desarrollaba a la sombra de las Grandes Ciencias que sostenían la gloria del Imperecedero Reino de la Concordia. Exiguo interés podía atribuirse a las lenguas muertas, cuando brillaban las Matemáticas, la Física, la Química en una Universidad destinada a forjar el vero alma de los imperecederos súbditos de la Concordia.

Mi cliente había recibido un peligroso encargo, que imprudentemente aceptó, condenándose irremisiblemente. Espías extranjeros le habían encomendado la traducción de ciertos textos latinos y griegos al idioma de Su Divina Majestad. Textos inmorales, que distanciaban el corazón del lector de su elevada responsabilidad de imperecedero súbdito de la Concordia.

Mi cliente trabajó durante años en dicha traducción, cuyo contenido doblegaba su corazón hasta el punto de trastornar su existencia completamente. Su metamorfosis no pasó por alto a los rectores de la Universidad, celosos guardianes de la moral. Tampoco sus alumnos dejaron de observar que algo diferente, peligroso, se apoderaba de las clases de su amado maestro.

Mi cliente levantó sospechas y terminó por ser objeto de una investigación. La policía no olvidaría resquicio alguno en su vida sin registrar. Todo en su vida resultó irreprochable... menos ciertos papeles hallados en el escritorio de su casa. Ni siquiera se preocupó de guardarlos bajo llave, ningún asomo de decoro.

Como abogado defensor nunca se me permitió acceder a dichos papeles, cuya maldad se afirmaba en el informe judicial, único documento sobre el cuál debía basar mi defensa, documento que no admitía apelaciones ni preguntas. Los papeles habían sido catalogados de pornografía, y habían sido destruidos por orden del juez.

Mi cliente fue ejecutado hace una semana. Antes de partir hacia el patíbulo me confió un secreto. Un lugar. Allí busqué una caja que contenía la obra de varios años de ininterrumpido trabajo en la sombra.

Confieso que me indignó aquella última voluntad. Mi cliente había sido condenado por aquellas traducciones y se atrevía, a pesar de todo, a comprometerme confiándome su custodia.

Repugnado por lo que pudiera encontrarme, acudí al lugar indicado, decidido a destruir los papeles antes de que siguieran destruyendo más vidas. No pude, una curiosidad enorme me había invadido desde que viera por primera vez a mi cliente, y sucumbí a ella.

Llevo una semana leyendo sin parar, noche y día. Aunque no he leído ni la décima parte de los manuscritos, he experimentado tal revolución en mi entero ser que ya no podré volver a vivir como hasta ahora.

Esta noche he cruzado la frontera del Imperecedero Reino de Concordia, adonde creo no podré regresar jamás. Viajo ligero de equipaje, tan sólo unos manuscritos. Me he convertido en un apátrida, en un subversivo delincuente, que huye furtivamente de la Bondad de Su Divina Majestad.

Durante mi huida, he creído distinguir entre las sombras al Magistrado que dictó la sentencia de mi cliente. Sospecho que las copias intervenidas en casa de mi cliente no se destruyeron como rezaba el expediente. Sospecho que el Magistrado comparte conmigo ese sentimiento nuevo, vivo y libre que me alienta a despertar a la plenitud de la existencia.

También ese Magistrado apostata de su noble condición de imperecedero súbdito de la Concordia, posiblemente tras sumergirse en las primeras páginas de la Biblia, un texto que ha convulsionado nuestras grises existencias, despojándonos de nuestra patria y hogar, arrojándonos a un mundo repleto de belleza y color, sediento de Justicia y Libertad.

Un abrazo