Querido amigo:
Un poeta que se siente solo... ¡Vaya novedad! El poeta nace, vive y muere solo e incomprendido. Todo el mundo lo sabe, o debería saberlo, porque de una u otra manera, todos somos algo poetas. Y ahí me encontraba yo, un utópico de las palabras, desahuciado y sin tener adónde ir.
El mundo ya no necesita a poetas. El sistema se derrumba y el pueblo sólo anhela hundirse con una sonrisa, desvanecerse con una carcajada, por muy absurda que ésta sea. El pueblo cierra los ojos a parte de la vida, a la tristeza. Si el poeta glosa a la tristeza, a la melancolía, a la nostalgia del pasado... Mejor exiliar al poeta, con sus versos que amargan la de por sí triste realidad.
Y vagando sin rumbo, voy a topar con un amigo. Uno de esos pocos que aún me quedan, alguien que vive en su isla, en su oasis, ajeno a la patética comedia contemporánea, un espíritu libre y abierto a la melancolía, un alma que aún puede comprenderme. Mi amigo trabaja en el museo del Prado, rodeado de la sabiduría que desde hace siglos ha encarnado y conferido pleno sentido a la Humanidad. ¿Entendéis a qué me refería cuando decía que mi amigo vive en un oasis?
Cuando más joven, de estudiante, muchas madrugadas de alcohol y bohemia acabaron ante el pedestal de la estatua de Velázquez que se eleva frente a la fachada principal del Prado. Muchas madrugadas sentí que el maestro me llamaba... Ven con nosotros, aquí está tu sitio...
Aquella noche la pasaría en el Prado, gracias a mi amigo. Los vigilantes habían sido prevenidos, no me molestarían en la búsqueda de mi sitio. Nadie me echaría de menos, aquella noche disponía para mi solo, en exclusiva, todas las salas y galerías del museo.
Comencé por las grandes composiciones renacentistas, rebosantes de luz y color, majestuosas escenas clásicas, donde la humanidad se muestra en éxtasis, plena de saber y conocimientos, ajena a la vulgaridad que destruiría la cultura de las generaciones futuras. La Sabiduría se apeó de uno de estos espectaculares lienzos y se ofreció a guiarme en mi periplo por el museo.
Nos detuvimos frente al retrato ecuestre del emperador Carlos V. Su vista se pierde en un crepúsculo dorado, una mirada serena y mayestática. Emperador ¿qué sentís? ¡Ah, gran señor! ¿No teméis al futuro? ¿No os acecha la desconfianza? Claro que sí, me susurró la Sabiduría, y detrás de toda esa coraza, latió un corazón desdichado.
Seguimos nuestro paseo por las pinturas de juventud de Goya. Alegres danzarines, majas sonrientes... El maestro surgió de uno de sus autorretratos. Dejó de sonreír hace dos siglos. La guerra y el odio borraron su sonrisa para siempre. Me señaló con el dedo el duelo a bastonazos. En seguida comprendí su lamentable significado... Dos hombres que se enfrentan hasta la muerte...
Sabiduría ¿hay remedio para la Humanidad? Y ella, seria, no contestó. Me tomó del brazo y me condujo hasta la muerte de Séneca, desangrado en una bañera, ante la circunspección de sus desolados discípulos. Séneca se había abierto las venas porque Nerón le perseguía, acusándole de conspiración.
La historia de la Humanidad discurrió ante mis ojos durante toda la noche. Lloré, sentí puñaladas de traición, despecho y desamor; apenas reí; apenas se sostenía mi esperanza. Entonces, levanté la mirada ante el Cristo crucificado de Velázquez, y cuando busqué a la Sabiduría para interrogarla... había desaparecido. Solo, como nadie se ha sentido nunca. Solo y sufriendo con la Humanidad. Me dolía hasta el alma... pero en mi corazón brotaba la esperanza. ¡Hay esperanza!
Al amanecer, mi amigo me despertó a los pies del Cristo. Poco antes de que el museo abriera sus puertas, regresé a las calles de la ciudad. El paseo del Prado aparecía tranquilo. Las fragancias del Jardín Botánico me espabilaron. La vida volvía a brillar ante mi, el sol me calentaba el rostro.
Me regodeé en mi tristeza, una tristeza alegre que renovaba mi espíritu ante un futuro que sólo tenía una dirección... Nunca una noche con la Sabiduría, el Arte y la Humanidad habrían sido tan necesarias a nuestra generación triste que se muere por la risa... Volveré a componer poemas, versos y sonetos clavados de sufrimiento y esperanza, pues no importa que hoy sea hoy, sino que hoy me confundí con el ayer y me uniré al futuro en un abrazo de Fe, para la cual el tiempo desaparece y se transmuta como una gota de agua en el desierto.
Un abrazo
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