sábado, 9 de junio de 2012

El maestro

Querido amigo:

Durante décadas, el anciano maestro había enseñado a todas las generaciones de niños y niñas del pueblo. Como no había tenido hijos, había tratado como tales a todos sus discípulos. A todos los había querido como eran, con sus virtudes y defectos, y a todos los había llorado cuando crecían y partían a la ciudad, porque en el pueblo no les podía seguir enseñando nada más. 

Cuando el viejo sintió próxima la muerte, no temió marchar, sino al olvido. El olvido... Siempre lo había temido, porque de muy pequeño había perdido a su mamá y cierto día había descubierto que no recordaba su rostro. ¡Tenía que luchar contra el olvido! No quería seguir perdiendo a quienes más amaba en este mundo. 

Entonces, aquel joven y risueño maestro que acababa de llegar al pueblo (así se recordaba a sí mismo, muchos años atrás), decidió construir una biblioteca contra el olvido, en la que guardaría un libro por cada pupilo que pasara por su escuela. Así, aunque le dejaran para ir a estudiar a la ciudad, conservaría con cada libro el recuerdo leal e imborrable de cada uno de sus alumnos. 

Claro que nunca fue tarea fácil, pues cada niño y cada niña tenían su propio carácter, y el maestro se hubo de devanar los sesos con todos y cada uno hasta descubrir qué libro reflejaba con fidelidad el espíritu del pequeño. 

En la gran biblioteca se recordaba así a Ivanhoe, La Isla del Tesoro, El doctor Zhivago, el Quijote, Germinal, Platero y yo, Corazón, Tom Sawyer, Anna Karenina, Mujercitas, Siete semanas en globo, Viaje al centro de la Tierra, El último mohicano, Moby Dick, Drácula, En el camino, Cyrano de Bergerac, El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros, Notre Dame de Paris, Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas, La Regenta, Luces de Bohemia, El árbol de la ciencia, Niebla, etc... La biblioteca del maestro contaba con miles de libros, y cada libro recordaba a un alumno. 

El maestro se deleitaba largas horas leyendo y releyendo aquellos tesoros que le revivían las anécdotas, los rostros infantiles, las penas y las alegrías de todos aquellos años..., que colmaban de sentido toda su vida. 

¡Ay, el olvido! Pronto dejaría este mundo, y de él ya no quedaría nada... Había de encontrar la manera de demostrar su gratitud a los alumnos que tanto le habían regalado en la vida. Así fue como el maestro y su mujer se embarcaron en la tarea de localizar a todos los discípulos. 

La mayoría vivían en la capital de la provincia, pero otros habían partido al extranjero (cómo no, la niña que inspiraba Vuelta al mundo en 80 días), y sólo dos esperaban ya al maestro en el cielo. 

El maestro y su mujer, ya muy viejecicos, escribieron una carta a cada "niño" y "niña", invitándoles a una fiesta en el jardín de su casa. 

Llegó el día, y los dos ancianos se levantaron muy temprano para preparar bocadillos, chocolatinas, tarta, inflar globos y tejer guirnaldas para la fiesta. Al caer la tarde empezaron a llegar los invitados. 

La fiesta congregó a una multitud de "niños" y "niñas". Algunos venían del brazo de sus hijos, o de sus nietos, porque ya eran muy mayores y caminaban con dificultad. Otros venían con sus hijos pequeños. Unos venían de muy lejos y algunos de la casa de al lado.

Comieron y brindaron, cantaron y bailaron, se contaron sus vidas y, a los postres, el maestro tomó la palabra y les dijo que tenía una sorpresa para cada uno, en agradecimiento por haber venido. Acto seguido, les condujo a la biblioteca, donde fue buscando el libro de cada uno, para regalárselo. 

Así fueron pasando El Lazarillo de Tormes, que se apoyaba en su hija; Julio César, con su flamante uniforme de general; Huckelberry Finn, el ilustre periodista; El Criticón, quien a su vez le regaló un ejemplar de su primera novela; Lo que el viento se llevó, una gran empresaria; El doctor Jeckyll y Mister Hyde, que era psicóloga, etc... por citar sólo unos ejemplos. 

A pesar de los años y de las lecciones de la vida, todos los "niños" y "niñas" conservaban algo de su infancia, rasgos de aquellos caracteres que despuntaran ya durante sus primeros años de escuela, y que con el tiempo habían evolucionado por los derroteros más variados y extraordinarios, pero sin perder esa esencia genuina que ya supo adivinar su anciano profesor. 

Al caer la noche, todos se fueron. El maestro y su mujer se quedaron solos, en silencio. Sólo quedaban tres libros en la biblioteca. Dos de ellos correspondían a los dos alumnos que no habían podido venir, que ya nunca podrían venir... Un niña titulada Quijote y un niño titulado Cyrano de Bergerac... Por los compañeros que habían asistido a la fiesta supieron que ambos habían defendido el amor y la libertad hasta sus últimas consecuencias... El maestro apretó ambos libros contra su pecho y empezó a rezar por ellos. Dos palomas blancas se posaron en el alféizar de la ventana.

El tercer y último libro que quedaba en la biblioteca estaba escrito a mano, se titulaba "Gracias" y el maestro lo había ido escribiendo desde el día de su boda para regalárselo aquella noche a su mujer.

Y se acabó.

Un abrazo

0 comentarios:

Publicar un comentario