Querido amigo:
Bienvenido a la taberna El León Triste. Mi abuelo, que en paz descanse, fundó El León Triste antes de que naciera mi padre, hace 90 años. Hubo tiempos mejores, hace mucho... ¡pero el león siempre ha estado triste! ¿Qué esperabas, maldita sea, de un poblacho donde llueve todos los días del año? Eso sí, por aquí ha pasado lo más granado de la República Irlandesa. Mi padre, que Dios guarde en la Gloria, contaba que el mismísimo James Joyce se había emborrachado en la silla que se encuentra junto al piano. Nadie se volvió a sentar en ella durante décadas.
Bueno, nadie, hasta que contratamos a los hermanos O'Ryan para que amenizaran la taberna. Ellos sí podían sentarse en la silla de Joyce, pues eran artistas. Jack, el mayor de los O'Ryan trabajaba en un banco durante los años buenos. Además, tocaba el violín acompañando a su hermano Patrick, que tocaba el piano. Tras la crisis de 2010, Jack se quedó sin trabajo y al cabo de unos meses se marchó a trabajar a América.
Todos se han ido yendo de esta tierra maldita. ¿Qué esperaban? ¿Que el sueño iba a durar toda la vida? Irlanda ha sido siempre un país de pobres... Los propios O'Ryan han sido pobres toda su vida. Aún me acuerdo cuando se presentaron por aquí a mediados de los ochenta para sustituir al viejo Toby, que el Señor tenga en su seno. Dos mocosos que tocaban el piano y el violín como dos ángeles. Con lo que yo les daba ayudaban a la familia. El padre se había quedado en paro cuando cerraron las minas.
Todos se han ido yendo. Patrick no, que sigue tocando el piano todos los días porque es mudo y no tiene más estudios que la música. Eso sí, ese chico tiene magia en las manos. El piano habla por él ¡y cómo habla! Los demás,... a Londres, a Nueva York, a Australia... Todos se van. Todos huyen de Cork, todos huyen del fin del mundo. Desde que Jack se fue a América nadie ha vuelto a desenfundar el violín. Patrick toca solo, no quiere acompañamientos.
Cuando su hermano se marchó, las cosas iban muy mal en la ciudad. Medio Cork nadaba en el paro. Patrick sobrevivía con lo poco que ganaba al piano, incluidas las propinas. Todos las tardes, lloviera o nevara, venía andando casi 10 km desde su casa. No usaba el autobús para no malgastar el dinero. ¡Y eso que Jack le debía enviar dinero desde América!
Una noche muy fría, no quedábamos más que Patrick y yo en la taberna. Entonces se abrieron las puertas y entró Mary, la hija del tío Paddy, el del piso de arriba. Se dirigió a la barra y me pidió un whisky doble. Yo sabía que el novio de Mary se había ido a buscar trabajo a Inglaterra. Ella también se hubiera marchado con él, pero tenía que cuidar de su anciano padre. La pobre estaba al borde de las lágrimas.
Patrick comenzó a interpretar el Claro de Luna de Beethoven... y por unos instantes El León Triste se sumergió en la gloria ¡gloria pura! Yo no pude evitarlo, y saqué mi cuaderno y comencé a escribir. No te he contado, amigo mío, que además de tabernero soy poeta. Soy poeta musical... Escribo sólo con buena música. Tal vez por eso retengo a Patrick a mi lado. Sin su piano, me faltaría algo. Dios sabe que más de una vez apenas he ganado para pagarle. Hemos pasado unos doce años muy, muy duros. Pero la música...
El caso es que Mary regresó al día siguiente, y se sentó junto al piano. Patrick acometió los acordes del Doctor Zhivago. Luego, Love Story, y Para Elisa, etc... La muchacha se derretía de nostalgia mientras el mudo Patrick, por Dios bendito, la enamoraba con su música. Al cabo de un año se casaron y Patrick se vino a vivir al piso de arriba, a la casa de su suegro.
¡El viejo Paddy! ¡Nunca se vió mejor acompañado! Las piernas no le tiran y, pese a todo, raro es el día en que no baja a apurar una pinta de Guiness. ¡Eh, Paddy, me han dicho que eres el más macho de Cork! Y el tío Paddy se ríe a carcajadas. Hace ya muchos años, siendo yo un niño, el joven Paddy se puso muy malo con fiebre. El doctor O'hara le recetó un nuevo medicamento. ¿De qué se trata, doctor? Se llama supositorio. Cuando Paddy supo cómo había de usarse el supositorio clamó ¡a mí por ahí no me cabe ni la cabeza de un alfiler! Despachó a golpes al doctor O'hara... ¡Condenado Paddy! ¡Qué testarudo es!
Otro de los habituales por El León Triste es James Madigan. Una noche, en tiempos mejores, cerré la taberna a las cuatro de la madrugada. De vuelta a mi casa me crucé con James Madigan y señora, vestidos como si fueran de boda... ¡Es que iban de boda! James y Madeleine tenían cuatro hijas ya, pero se habían olvidado de casarse. Cuando la hija mayor y su novio fueron a ver al padre Harris para que les casara, éste les pidió el libro de familia... ¿El libro de qué, padre? ¡Cómo iban a tener libro de familia si James y Madeleine no estaban casados! Para evitar un escándalo, el padre Harris les hizo presentarse en la iglesia a las cuatro de la madrugada y les casó en secreto. Al domingo siguiente, se casó la hija mayor.
Cada día quedamos menos en Cork. No obstante, El León Triste tiene su dignidad. Cuando estalló la crisis financiera y el paro ensombreció las calles de la ciudad, una noche se dejó caer por aquí el dueño de la tienda de Compro Oro. ¡Una pinta de Guiness, amigo! No hay cerveza, le respondí, y yo no soy su amigo. Ahí tiene la puerta, y que sea la última vez que se atreve a venir por aquí. ¡Váyase a gastar su sucio oro a otra parte!
De eso hace ya mucho tiempo... ¡Malditos políticos! ¡Adónde nos llevaron! Miseria y miseria. Créeme, amigo, regento una taberna y estoy acostumbrado a ver resbalar las penas por las pintas de cerveza. Desamores, parados, borrachos, etc... Todos vienen a soñar con el piano de Patrick. Hace años que Patrick ha mudado su repertorio por piezas tan tristes como el León del letrero de la taberna.
Hace dos días ocurrió algo atípico. Un rayo de esperanza iluminó El León Triste.
Por la puerta entró un niño ¡un niño, virgen santa! Le acompañaba una mujer muy guapa, forastera. La dama se sentó frente al piano y el niño se sentó ¡en la silla de James Joyce! ¿Qué se habrá creído este mocoso? Sin embargo, Patrick no se inmutó.
¿Me engañan mis oídos o Patrick está tocando una marcha alegre? En efecto, interpretaba el Himno de la Alegría. El chiquillo, de unos nueve o diez años, desenfundó el violín del pobre Jack y se puso a tocar. ¡Cómo tocaba, Dios del cielo! El León Triste se alegró como nunca desde hacía años.
Salí de la barra y me acerqué al piano. ¡Por San Patricio, ese niño es tu viva imagen, Patrick! Apenas pronuncié estas palabras, se abrieron las puertas y apareció Jack O'Ryan en persona, para arrojarse a los brazos de su hermano Patrick.
El León Triste ya había olvidado lo que era una celebración. ¡Cerveza para todos! Atraídos por la música fueron llegando Mary y el tío Paddy, que hizo las paces con el doctor O'hara; James Madigan y el padre Harris... y muchos más.
Yo miraba al viejo del Compro Oro, que me miraba con el ceño fruncido desde su tienducha. ¡Rabia, viejo avaro! ¡Qué bien has vivido estos años de la carroña! ¡Veremos a ver qué pasa a partir de ahora! Jack O'Ryan ha vuelto a Cork para abrir un negocio con su esposa americana y su hijo. Detrás de él volverán todos los demás. Poco a poco, todos volverán a éste sucio puerto de mar.
Así son los de Cork, no pueden vivir sin su lluvia, sin su buena pinta de Guiness, sin escuchar la música del viejo Patrick, sin contarle al León Triste sus viejas historias de ultramar. Ésta es la mía, mi historia, una historia irlandesa.
¡Feliz Año Nuevo!
viernes, 31 de diciembre de 2010
jueves, 30 de diciembre de 2010
Otra para frívolos
Querido amigo:
El estudio de televisión rebosaba de público. El programa cosechaba los mejores niveles de audiencia del país. Todo el mundo hablaba de las cotidianas historias que a diario veían la luz en aquel programa: madres solteras, arruinados, parados, pensionistas, voluntarios, refugiados, reconciliaciones, drogadictos, etc... Todo un rosario de miseria, adornado con el lazo verde de la esperanza. ¿Quién no conocía algún caso similar? La desdicha reivindicaba su - durante tantos años - callado heroísmo.
Aquel día se contaba la historia de un tipo de treinta años que había sido abandonado al nacer y se había criado con las Hermanitas de la Caridad. El joven había sido contactado dos días antes para que su vida protagonizara el espacio televisivo de más éxito del país.
La presentadora le recibió con dos besos y le acompañó hasta un cómodo sofá. Hasta la primera pausa publicitaria no se habló más que de cómo había su infancia con las monjicas, sus estudios, su trabajo, su día a día...
Al arrancar la segunda mitad del programa ya se batían las mejores marcas de audiencia. Los patrocinadores daban saltos de alegría. La hermosa presentadora anunció una gran sorpresa. Tras algunos titubeos dialécticos informó que había alguien esperando a entrar en el plató para abrazarse al joven invitado. ¿Quién...?
- ¡Señoras y señores, el señor Expósito va a conocer a sus padres ahora mismo!
Las cortinas del estudio se descorrieron para dar paso a una pareja de unos cincuenta y tantos años que se abalanzó sobre el invitado, cubriéndole de besos y abrazos. ¡Qué momento! Entre el público asistente, no pocos lloraban ante tan emotiva escena.
El resto del programa versó sobre la accidentada vida de los padres que, muy jóvenes y sin una perra en el bolsillo, entregaron a su bebé a la Beneficiencia. Durante años habían buscado a su hijo sin éxito. Por fin, la sociedad de la tecnología y la información había favorecido los medios para reunir a la familia. El invitado apenas podía pronunciar nada coherente, tan inmensa había sido la impresión recibida. Las lágrimas le corrían por las mejillas como ríos desbocados.
Al concluir la emisión, se apagaron los focos del estudio. La presentadora tornó su encantadora sonrisa por una mueca de cansancio. Cuando se retiraba a su camerino se despidió de los padres: Hasta mañana.
El joven señor Expósito se quedó extrañado: No sabía que mañana también teníamos que venir, dijo a sus padres. Los cincuentones se miraron entre sí, como sin comprender, y se retiraron también a los camerinos, dejando solo al hijo en medio del plató.
Entonces llegó un señor muy trajeado que se presentó como el regidor del programa.
- Expósito, muchas gracias por participar en el programa. Le acompañaré a la salida. ¿Le ha dado ya su número de cuenta a la ayudante de realización para que le ingresemos sus honorarios?
- Pero, ¿y mis padres?
- ¿No hablará usted en serio?
El joven no entendía nada de aquello. ¿Es que se iba a marchar solo sin saber siquiera dónde volver a ver a sus padres?
- Señor Expósito... Lamento informarle de que esos señores no son sus padres, son actores que colaboran con el programa... Siento mucho el malentendido. Ya decía yo que usted estaba verdaderamente genial durante la entrevista ¡claro, usted no sabía nada! Bueno, en cualquier caso, le agradará saber que hemos alcanzado cotas históricas de audiencia.
El joven se marchó dejando al regidor con la palabra en la boca. Cuando sintió el frío invierno de la calle, todavía resonaban en su cabeza las... cotas históricas de audiencia.
¡Feliz día de los Santos Inocentes!
Un abrazo
El estudio de televisión rebosaba de público. El programa cosechaba los mejores niveles de audiencia del país. Todo el mundo hablaba de las cotidianas historias que a diario veían la luz en aquel programa: madres solteras, arruinados, parados, pensionistas, voluntarios, refugiados, reconciliaciones, drogadictos, etc... Todo un rosario de miseria, adornado con el lazo verde de la esperanza. ¿Quién no conocía algún caso similar? La desdicha reivindicaba su - durante tantos años - callado heroísmo.
Aquel día se contaba la historia de un tipo de treinta años que había sido abandonado al nacer y se había criado con las Hermanitas de la Caridad. El joven había sido contactado dos días antes para que su vida protagonizara el espacio televisivo de más éxito del país.
La presentadora le recibió con dos besos y le acompañó hasta un cómodo sofá. Hasta la primera pausa publicitaria no se habló más que de cómo había su infancia con las monjicas, sus estudios, su trabajo, su día a día...
Al arrancar la segunda mitad del programa ya se batían las mejores marcas de audiencia. Los patrocinadores daban saltos de alegría. La hermosa presentadora anunció una gran sorpresa. Tras algunos titubeos dialécticos informó que había alguien esperando a entrar en el plató para abrazarse al joven invitado. ¿Quién...?
- ¡Señoras y señores, el señor Expósito va a conocer a sus padres ahora mismo!
Las cortinas del estudio se descorrieron para dar paso a una pareja de unos cincuenta y tantos años que se abalanzó sobre el invitado, cubriéndole de besos y abrazos. ¡Qué momento! Entre el público asistente, no pocos lloraban ante tan emotiva escena.
El resto del programa versó sobre la accidentada vida de los padres que, muy jóvenes y sin una perra en el bolsillo, entregaron a su bebé a la Beneficiencia. Durante años habían buscado a su hijo sin éxito. Por fin, la sociedad de la tecnología y la información había favorecido los medios para reunir a la familia. El invitado apenas podía pronunciar nada coherente, tan inmensa había sido la impresión recibida. Las lágrimas le corrían por las mejillas como ríos desbocados.
Al concluir la emisión, se apagaron los focos del estudio. La presentadora tornó su encantadora sonrisa por una mueca de cansancio. Cuando se retiraba a su camerino se despidió de los padres: Hasta mañana.
El joven señor Expósito se quedó extrañado: No sabía que mañana también teníamos que venir, dijo a sus padres. Los cincuentones se miraron entre sí, como sin comprender, y se retiraron también a los camerinos, dejando solo al hijo en medio del plató.
Entonces llegó un señor muy trajeado que se presentó como el regidor del programa.
- Expósito, muchas gracias por participar en el programa. Le acompañaré a la salida. ¿Le ha dado ya su número de cuenta a la ayudante de realización para que le ingresemos sus honorarios?
- Pero, ¿y mis padres?
- ¿No hablará usted en serio?
El joven no entendía nada de aquello. ¿Es que se iba a marchar solo sin saber siquiera dónde volver a ver a sus padres?
- Señor Expósito... Lamento informarle de que esos señores no son sus padres, son actores que colaboran con el programa... Siento mucho el malentendido. Ya decía yo que usted estaba verdaderamente genial durante la entrevista ¡claro, usted no sabía nada! Bueno, en cualquier caso, le agradará saber que hemos alcanzado cotas históricas de audiencia.
El joven se marchó dejando al regidor con la palabra en la boca. Cuando sintió el frío invierno de la calle, todavía resonaban en su cabeza las... cotas históricas de audiencia.
¡Feliz día de los Santos Inocentes!
Un abrazo
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Cuento de Navidad
Querido amigo:
Aquella Nochebuena la presidenta del banco salió de su despacho, en la última planta del ilustre edificio, tan tarde como cualquier otro día del año. Hacía horas que se había despedido de sus colaboradores directos, su secretaria, su conductor, sus escoltas, etc..., pues su espíritu le demandaba un poco de soledad para reflexionar sobre la deriva que iba tomando su vida.
Pasadas las nueve de la noche, se levantó embargada por la melancolía. Se arrepentía de muchas cosas y si, en su poderosa mano, tuviera la posibilidad de dar marcha atrás al tiempo, ... ¿pero cómo? Ya era tarde para pedir perdón. Muy tarde para embarcarse en un avión con destino a Miami y arrodillarse en el umbral de la casa de sus hijos para no pasar sola la Nochebuena en una fría mansión de la Moraleja. Ya era tarde, entre otras cosas, porque internet informaba de que el temporal de nieve había paralizado el tráfico aéreo.
Ya no quedaba ningún empleado por la sede del banco, así que se dirigió a un ascensor normal. Habitualmente usaba su ascensor privado, pero aquella noche sólo deseaba ser una persona normal, como los demás. Al pasar por el vestíbulo se sorprendió al ver al joven conserje en la garita.
- Buenas noches, señora.
- Buenas noches, hijo ¿se puede saber qué hace usted a estas horas?
- No tengo mejor lugar adonde ir esta noche -. El muchacho, de apenas veinte años, explicó a la presidenta que no podía volver a su pueblo para cenar con su padre viudo porque habían suspendido todos los autobuses por culpa del temporal. - Ya ve usted, señora, mi padre pasará solo esta noche, y yo... -, pero la voz se le quebró, -... yo, no me queda otra que cenar solo en casa e irme temprano a la cama -.
La presidenta se acordó de sus hijos, tan sólo unos años más mayores que el joven conserje.
- Recoja sus cosas, que le llevo a su casa en coche -.
- Señora, no tiene usted por preocuparse por mi... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡No tardo ni un minuto! Con su permiso-, y se apresuró hacia el perchero para enfundarse el plumas y la bufanda.
Al cabo de unos minutos, por la rampa del garaje emergía el Mercedes blindado de la presidenta, conducido por ella misma. A su lado, un poco azorado, el conserje.
- ¿Dónde vives?
- Por Chamberí, señora. Si gira a la derecha dentro de dos glorietas, saldremos a la Castellana...
- No, no me has entendido... ¿de qué pueblo eres?
- Pero señora,... si está todo nevado... ¡no se le ocurrirá!
- Te propongo un trato. Yo te llevo a tu pueblo si me invitas a cenar con tu padre y contigo. ¿Qué te parece?
- Señora, pero usted tendrá compromisos... No es necesario que se moleste.... Bueno, yo soy de Argamasilla de Alba, en la Mancha. Está muy lejos de aquí...
- Toma mi móvil y llama a tu padre para decirle que vas para allá con compañía.
- Gracias, señora. Gracias de todo corazón. No sé cómo pagarle...
- Gracias a ti, hijo, gracias a ti. ¡Ah! Por favor, no me vuelvas a llamar señora. Me llamo María.
- Yo Jesús.
- ¿Y su padre? A que lo adivino...
- Seguro que sí. Mi padre se llama José.
Tal vez, amigo mío, aquel fuera el comienzo de una larga amistad. Tal vez no. Fuere lo que fuere, es otra historia digna de narrarse en otro momento. En cualquier caso, es la historia de tres personas que sentían que algo nuevo e intenso había dado a luz en su interior.
¡Feliz Navidad!
Aquella Nochebuena la presidenta del banco salió de su despacho, en la última planta del ilustre edificio, tan tarde como cualquier otro día del año. Hacía horas que se había despedido de sus colaboradores directos, su secretaria, su conductor, sus escoltas, etc..., pues su espíritu le demandaba un poco de soledad para reflexionar sobre la deriva que iba tomando su vida.
Pasadas las nueve de la noche, se levantó embargada por la melancolía. Se arrepentía de muchas cosas y si, en su poderosa mano, tuviera la posibilidad de dar marcha atrás al tiempo, ... ¿pero cómo? Ya era tarde para pedir perdón. Muy tarde para embarcarse en un avión con destino a Miami y arrodillarse en el umbral de la casa de sus hijos para no pasar sola la Nochebuena en una fría mansión de la Moraleja. Ya era tarde, entre otras cosas, porque internet informaba de que el temporal de nieve había paralizado el tráfico aéreo.
Ya no quedaba ningún empleado por la sede del banco, así que se dirigió a un ascensor normal. Habitualmente usaba su ascensor privado, pero aquella noche sólo deseaba ser una persona normal, como los demás. Al pasar por el vestíbulo se sorprendió al ver al joven conserje en la garita.
- Buenas noches, señora.
- Buenas noches, hijo ¿se puede saber qué hace usted a estas horas?
- No tengo mejor lugar adonde ir esta noche -. El muchacho, de apenas veinte años, explicó a la presidenta que no podía volver a su pueblo para cenar con su padre viudo porque habían suspendido todos los autobuses por culpa del temporal. - Ya ve usted, señora, mi padre pasará solo esta noche, y yo... -, pero la voz se le quebró, -... yo, no me queda otra que cenar solo en casa e irme temprano a la cama -.
La presidenta se acordó de sus hijos, tan sólo unos años más mayores que el joven conserje.
- Recoja sus cosas, que le llevo a su casa en coche -.
- Señora, no tiene usted por preocuparse por mi... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡No tardo ni un minuto! Con su permiso-, y se apresuró hacia el perchero para enfundarse el plumas y la bufanda.
Al cabo de unos minutos, por la rampa del garaje emergía el Mercedes blindado de la presidenta, conducido por ella misma. A su lado, un poco azorado, el conserje.
- ¿Dónde vives?
- Por Chamberí, señora. Si gira a la derecha dentro de dos glorietas, saldremos a la Castellana...
- No, no me has entendido... ¿de qué pueblo eres?
- Pero señora,... si está todo nevado... ¡no se le ocurrirá!
- Te propongo un trato. Yo te llevo a tu pueblo si me invitas a cenar con tu padre y contigo. ¿Qué te parece?
- Señora, pero usted tendrá compromisos... No es necesario que se moleste.... Bueno, yo soy de Argamasilla de Alba, en la Mancha. Está muy lejos de aquí...
- Toma mi móvil y llama a tu padre para decirle que vas para allá con compañía.
- Gracias, señora. Gracias de todo corazón. No sé cómo pagarle...
- Gracias a ti, hijo, gracias a ti. ¡Ah! Por favor, no me vuelvas a llamar señora. Me llamo María.
- Yo Jesús.
- ¿Y su padre? A que lo adivino...
- Seguro que sí. Mi padre se llama José.
Tal vez, amigo mío, aquel fuera el comienzo de una larga amistad. Tal vez no. Fuere lo que fuere, es otra historia digna de narrarse en otro momento. En cualquier caso, es la historia de tres personas que sentían que algo nuevo e intenso había dado a luz en su interior.
¡Feliz Navidad!
lunes, 27 de diciembre de 2010
Invisible, nunca más
Querido amigo:
Decidió salir de la invisibilidad una tarde al llegar a su casa después de una azarosa jornada laboral. ¿Se podía saber qué pasaba con los habitantes de aquella ciudad? ¿Es que no tenían ojos en la cara? ¡Ella no era invisible y lo iba a demostrar!
No se trataba de alcanzar la fama, nada de eso, ella adoraba llevar una vida normal. Sólo reivindicaba un poco de respeto, solamente eso, una pizca de respeto. Comprendía que su ciudad era muy grande y que las personas siempre llevaban prisa, pero ella sólo les pedía respeto ¡la hacían sentir como si fuera invisible!
Se arregló para salir, pues tenía una entrada para el teatro. Como estaba muy morena aquel verano, optó por ponerse el vestido amarillo. Se sentía preciosa. Una buen comienzo para hacerse visible en aquella jungla llena de salvajes.
Ya en la calle, se puso a caminar por el lado derecho de la acera, dispuesta a no retirarse si algún "ciego" se interponía en su camino. No había pasado ni un minuto cuando un señor salió de su portal, la miró, y se plantó delante. ¡Toma empujón! ¿Qué se creía ese tipo, que ella era de aire?
Continuó su periplo hacia la boca de metro. Una señora paseaba a su perrico y, ni corta ni perezosa, dejó correr la correa de manera que el animalico se alejó obstaculizando el paso con el cordel. ¡Empujón! ¿Pensaría que la calle era sólo para ella y su perro?
En el metro tuvo unos cuántos encontronazos. ¿Las personas nunca se apartaban de su camino? ¿Siempre tenía que apartarse ella? ¡Se acabó! ¡Empujón!
Al llegar al teatro, había empujado a media ciudad que había entorpecido su paseo. Se sentía más aliviada. Por fin salía de la invisibilidad, aunque fuera por las bravas. Durante el intermedio se levantó para ir al aseo. Una chica joven se paró justo en la puerta, hablando con el móvil, como si estuviera ella sola en el teatro. ¡Empujón, y paso libre! ¡Le tiró hasta el móvil!
Al final del último acto, la tensión del drama alcanzaba los cielos. Ella estaba en pleno éxtasis, su corazón y su mente sumidos en el desenlace de la obra. La última escena, un sublime diálogo entre la pareja protagonista... y entonces sonó, abruptamente, como un arma de fuego, histriónicamente... ¡un teléfono móvil! ¡Su teléfono móvil! ¡Había olvidado pornerlo en silencio!
El actor perdió toda la tensión dramática por culpa del insistente tono, mientras nuestra "invisible" amiga urgaba en su bolso con frenesí ¿dónde estaba el condenado teléfono? Cuando lo halló en medio de un caos de llaves, pañuelos maquillaje, espejo, peine, etc... ¡habían sonado más de diez tonos! Por supuesto, en cuanto lo tuvo en sus manos, quienquiera que llamase con tanta insistencia se cansó y colgó. Al levantar la mirada de la pantallica del móvil, sintió que, definitivamente, ya había dejado de ser invisible. Todo el público, hasta los dos actores la miraban con cara de pocos amigos. Una voz en la platea la increpó, y luego otra y otra... El teatro le tributó un sonado abucheo. Hubo de salir corriendo escoltada por los acomodadores.
Todo esto acaeció el día en que decidió dejar de ser invisible.
Un abrazo
Decidió salir de la invisibilidad una tarde al llegar a su casa después de una azarosa jornada laboral. ¿Se podía saber qué pasaba con los habitantes de aquella ciudad? ¿Es que no tenían ojos en la cara? ¡Ella no era invisible y lo iba a demostrar!
No se trataba de alcanzar la fama, nada de eso, ella adoraba llevar una vida normal. Sólo reivindicaba un poco de respeto, solamente eso, una pizca de respeto. Comprendía que su ciudad era muy grande y que las personas siempre llevaban prisa, pero ella sólo les pedía respeto ¡la hacían sentir como si fuera invisible!
Se arregló para salir, pues tenía una entrada para el teatro. Como estaba muy morena aquel verano, optó por ponerse el vestido amarillo. Se sentía preciosa. Una buen comienzo para hacerse visible en aquella jungla llena de salvajes.
Ya en la calle, se puso a caminar por el lado derecho de la acera, dispuesta a no retirarse si algún "ciego" se interponía en su camino. No había pasado ni un minuto cuando un señor salió de su portal, la miró, y se plantó delante. ¡Toma empujón! ¿Qué se creía ese tipo, que ella era de aire?
Continuó su periplo hacia la boca de metro. Una señora paseaba a su perrico y, ni corta ni perezosa, dejó correr la correa de manera que el animalico se alejó obstaculizando el paso con el cordel. ¡Empujón! ¿Pensaría que la calle era sólo para ella y su perro?
En el metro tuvo unos cuántos encontronazos. ¿Las personas nunca se apartaban de su camino? ¿Siempre tenía que apartarse ella? ¡Se acabó! ¡Empujón!
Al llegar al teatro, había empujado a media ciudad que había entorpecido su paseo. Se sentía más aliviada. Por fin salía de la invisibilidad, aunque fuera por las bravas. Durante el intermedio se levantó para ir al aseo. Una chica joven se paró justo en la puerta, hablando con el móvil, como si estuviera ella sola en el teatro. ¡Empujón, y paso libre! ¡Le tiró hasta el móvil!
Al final del último acto, la tensión del drama alcanzaba los cielos. Ella estaba en pleno éxtasis, su corazón y su mente sumidos en el desenlace de la obra. La última escena, un sublime diálogo entre la pareja protagonista... y entonces sonó, abruptamente, como un arma de fuego, histriónicamente... ¡un teléfono móvil! ¡Su teléfono móvil! ¡Había olvidado pornerlo en silencio!
El actor perdió toda la tensión dramática por culpa del insistente tono, mientras nuestra "invisible" amiga urgaba en su bolso con frenesí ¿dónde estaba el condenado teléfono? Cuando lo halló en medio de un caos de llaves, pañuelos maquillaje, espejo, peine, etc... ¡habían sonado más de diez tonos! Por supuesto, en cuanto lo tuvo en sus manos, quienquiera que llamase con tanta insistencia se cansó y colgó. Al levantar la mirada de la pantallica del móvil, sintió que, definitivamente, ya había dejado de ser invisible. Todo el público, hasta los dos actores la miraban con cara de pocos amigos. Una voz en la platea la increpó, y luego otra y otra... El teatro le tributó un sonado abucheo. Hubo de salir corriendo escoltada por los acomodadores.
Todo esto acaeció el día en que decidió dejar de ser invisible.
Un abrazo
domingo, 26 de diciembre de 2010
Cuento Belchitano
Querido amigo:
Otrora perla del barroco aragonés, los hermosos escombros de Belchite habían sido abandonados al demoledor arbitrio del cierzo. Un pueblo nuevo se construyó junto a las ruinas para dar mal cobijo a los despojos de la batalla, mas el nuevo Belchite no fue jamás ni la sombra de lo que había llegado a ser el viejo. La memoria histórica no perdonaba a los pueblos cuya desgracia no fuera inmortalizada por algún cuadro de Picasso. Poco a poco, la Leal, Noble y Heróica Villa iba quedando atrapada bajo la telaraña del olvido.
Las raíces del dramaturgo se enterraban en Belchite, por lo que su sensibilidad se deshacía de nostalgia a medida que sus calles se iban despoblando. Por ello, al poco de recibir el premio, el dramaturgo retornó a su amado pueblo para cumplir un sueño largamente anhelado. Desde niño había imaginado restaurar el antiguo cine que se alzaba, ya mudo y ciego, en un lado de la plaza del pueblo nuevo.
Invirtió toda la dotación del premio en la tarea. Los pocos que aún sobrevivían en Belchite aunaron sus esfuerzos para ayudarle a revivir la ilusión de aquel cine olvidado. Tras unos meses de duro esfuerzo, las puertas del patio de butacas se franquearon de nuevo al público local; si bien de cine habíase mudado en teatro, y sus carteles anunciaban un nuevo estreno del dramaturgo de la tierra.
Tratándose de Belchite, la obra había de ser un drama y los actores, gentes del pueblo. El autor rehusó ensayar con profesionales, todo debía hacerse en Belchite, por y para los belchitanos.
La obra cosechó encendidos aplausos de la crítica y pronto se recibieron solicitudes de compañías importantísimas que deseaban adquirir los derechos para interpretar el drama en los mejores teatros de Madrid, Barcelona, París, Londres... Zaragoza. El dramaturgo declinó toda oferta. No le motivaba el dinero, sólo el afán de devolver a Belchite el esplendor perdido. Quien quisiera ver representadas las obras, habría de pasar forzosamente por Belchite.
Ofendidas, las "autoridades culturales" presionaron al dramaturgo bajo amenaza de clausurar el teatro por no cumplir los requisitos mínimos de seguridad. Gigantes y cabezudos, los belchitanos resistieron..., y a resistir no les ganaba nadie en todo Aragón ni en toda España. La obra del dramaturgo se quedaba definitivamente en el pueblo, y no había más que hablar. ¡Que se metieran bien adentro sus astronómicas ofertas monetarias!
El teatro fue, finalmente, clausurado. A partir de aquel momento, las funciones se representaron clandestinamente en corrales, garajes, iglesias, o bajo el intenso azul del cielo bajoaragonés. Sólo podían asistir quienes tuvieran invitación, y ésta no se expedía a cualquiera. Políticos y miembros de la familia real, empresarios, comisarios de la SGAE,... viajaron inútilmente a Belchite y se quedaron sin saber si quiera dónde se representaba la función.
Atraídos por aquel bastión dramático que desafiaba a todo poder establecido, llegaron amantes del teatro de todo el país, y de más allá de sus fronteras. La población creció, se duplicó, triplicó, cuadruplicó... ¡quintuplicó! Al célebre dramaturgo se unieron otros tantos que convirtieron a Belchite en la "Desleal", Libre, Noble, Heroica y Dramática Villa. Cualquier día del año se representaban obras por sus calles. Volvieron a resonar los apagados ecos de las alegres voces de los zagales.
Hasta aquí hemos llegado, amigo mío, se acabó la función, se acabó el sueño de este cuento belchitano. Bajaremos el telón de ese cine mudo y ciego que habíamos izado con la fantasía, y saldremos a la plaza desierta, donde el cierzo aúlla con furia. ¡Ay, Belchite! Tu heróica historia no caerá en el olvido mientras viva tu amante dramaturgo. Hasta hoy, ningún premio me puede ayudar para empezar a recuperar tu esplendor. Empero, no temas, tu historia no ha terminado aún ¡Viva Belchite!
Un abrazo
Otrora perla del barroco aragonés, los hermosos escombros de Belchite habían sido abandonados al demoledor arbitrio del cierzo. Un pueblo nuevo se construyó junto a las ruinas para dar mal cobijo a los despojos de la batalla, mas el nuevo Belchite no fue jamás ni la sombra de lo que había llegado a ser el viejo. La memoria histórica no perdonaba a los pueblos cuya desgracia no fuera inmortalizada por algún cuadro de Picasso. Poco a poco, la Leal, Noble y Heróica Villa iba quedando atrapada bajo la telaraña del olvido.
Las raíces del dramaturgo se enterraban en Belchite, por lo que su sensibilidad se deshacía de nostalgia a medida que sus calles se iban despoblando. Por ello, al poco de recibir el premio, el dramaturgo retornó a su amado pueblo para cumplir un sueño largamente anhelado. Desde niño había imaginado restaurar el antiguo cine que se alzaba, ya mudo y ciego, en un lado de la plaza del pueblo nuevo.
Invirtió toda la dotación del premio en la tarea. Los pocos que aún sobrevivían en Belchite aunaron sus esfuerzos para ayudarle a revivir la ilusión de aquel cine olvidado. Tras unos meses de duro esfuerzo, las puertas del patio de butacas se franquearon de nuevo al público local; si bien de cine habíase mudado en teatro, y sus carteles anunciaban un nuevo estreno del dramaturgo de la tierra.
Tratándose de Belchite, la obra había de ser un drama y los actores, gentes del pueblo. El autor rehusó ensayar con profesionales, todo debía hacerse en Belchite, por y para los belchitanos.
La obra cosechó encendidos aplausos de la crítica y pronto se recibieron solicitudes de compañías importantísimas que deseaban adquirir los derechos para interpretar el drama en los mejores teatros de Madrid, Barcelona, París, Londres... Zaragoza. El dramaturgo declinó toda oferta. No le motivaba el dinero, sólo el afán de devolver a Belchite el esplendor perdido. Quien quisiera ver representadas las obras, habría de pasar forzosamente por Belchite.
Ofendidas, las "autoridades culturales" presionaron al dramaturgo bajo amenaza de clausurar el teatro por no cumplir los requisitos mínimos de seguridad. Gigantes y cabezudos, los belchitanos resistieron..., y a resistir no les ganaba nadie en todo Aragón ni en toda España. La obra del dramaturgo se quedaba definitivamente en el pueblo, y no había más que hablar. ¡Que se metieran bien adentro sus astronómicas ofertas monetarias!
El teatro fue, finalmente, clausurado. A partir de aquel momento, las funciones se representaron clandestinamente en corrales, garajes, iglesias, o bajo el intenso azul del cielo bajoaragonés. Sólo podían asistir quienes tuvieran invitación, y ésta no se expedía a cualquiera. Políticos y miembros de la familia real, empresarios, comisarios de la SGAE,... viajaron inútilmente a Belchite y se quedaron sin saber si quiera dónde se representaba la función.
Atraídos por aquel bastión dramático que desafiaba a todo poder establecido, llegaron amantes del teatro de todo el país, y de más allá de sus fronteras. La población creció, se duplicó, triplicó, cuadruplicó... ¡quintuplicó! Al célebre dramaturgo se unieron otros tantos que convirtieron a Belchite en la "Desleal", Libre, Noble, Heroica y Dramática Villa. Cualquier día del año se representaban obras por sus calles. Volvieron a resonar los apagados ecos de las alegres voces de los zagales.
Hasta aquí hemos llegado, amigo mío, se acabó la función, se acabó el sueño de este cuento belchitano. Bajaremos el telón de ese cine mudo y ciego que habíamos izado con la fantasía, y saldremos a la plaza desierta, donde el cierzo aúlla con furia. ¡Ay, Belchite! Tu heróica historia no caerá en el olvido mientras viva tu amante dramaturgo. Hasta hoy, ningún premio me puede ayudar para empezar a recuperar tu esplendor. Empero, no temas, tu historia no ha terminado aún ¡Viva Belchite!
Un abrazo
martes, 7 de diciembre de 2010
Peligro
Querido amigo:
Aquella mancha lejana que ves desde la autopista era una aldea de poco más de 300 habitantes que, poco a poco, seha ido despoblando. No merece la pena que te desvies a visitarla. Ya no hay mucho que ver en ella. Para el coche, oríllate al arcén, quiero contarte su historia.
Una madrugada hace unos años me sacaron de la cama para que fuera allá, pues habían llamado denunciando la desaparición de una criatura. El cabo se quedó de guardia y yo me acerqué a la aldea con el coche patrulla. Fui solo pues no me pareció bien despertar a ningún compañero por lo que, probablemente, sería una chiquillada.
Tardé poco más de veinte minutos en llegar hasta allí. Los vecinos iban de acá para allá, desencajados. Al parecer, en mitad de la madrugada había empezado a oírse una desesperada llamada de auxilio. Todos se habían despertado y buscaban frenéticamente. Decían que era voz de niño, o quizás de niña, no sabían identificarla.
¡Socorro, socorro! ¡Por lo que más queráis, sacarme de aquí! ¿No podéis oírme? ¡Por favor... que alguien haga algo! Tened piedad de mi. Me falta el aire... Me falta el aire... No aguantaré mucho. ¿Me oís? ¿Alguien puede socorrerme! ¡Auxilio!
En seguida me di cuenta de la gravedad del caso y pedí refuerzos. Los aldeanos, mientras tanto, se habían puesto a discutir acalarodamente en la plaza. Todos habían registrado sus casas sin encontrar nada. Nadie podía determinar de dónde procedían las voces, y éstas se repetían aumentando la consternación general... ¡Me falta el aire! Estoy a punto de perder el sentido... Por favor, que alguien me ayude...
Por radio me instaron a que regresara inmediatamente al cuartel. Alarmado, obedecí, si bien no comprendía las órdenes. Más tarde supe que aquella aldea sufría brotes psicóticos colectivos que los psiquiatras no acertaban a explicar. Hacía años que ningún alma cuerda se atrevía a aventurarse en aquel lugar, y yo me había expuesto a perecer linchado por la población enfervorecida.
Con el tiempo se ha dejado de hablar de la aldea maldita. Han debido morir todos. Unos se suicidaron y los demás se matarían entre sí, pues la ansiedad les habría despertado instintos asesinos. ¿Que cómo puedo saberlo si no he vuelto por allí desde entonces? Muy sencillo, no debe quedar nadie, nadie que auxilie a esa pobre criatura cuyas voces siguen torturándome de ansiedad día y noche... ¿Tú no las oyes?
Un abrazo
Aquella mancha lejana que ves desde la autopista era una aldea de poco más de 300 habitantes que, poco a poco, seha ido despoblando. No merece la pena que te desvies a visitarla. Ya no hay mucho que ver en ella. Para el coche, oríllate al arcén, quiero contarte su historia.
Una madrugada hace unos años me sacaron de la cama para que fuera allá, pues habían llamado denunciando la desaparición de una criatura. El cabo se quedó de guardia y yo me acerqué a la aldea con el coche patrulla. Fui solo pues no me pareció bien despertar a ningún compañero por lo que, probablemente, sería una chiquillada.
Tardé poco más de veinte minutos en llegar hasta allí. Los vecinos iban de acá para allá, desencajados. Al parecer, en mitad de la madrugada había empezado a oírse una desesperada llamada de auxilio. Todos se habían despertado y buscaban frenéticamente. Decían que era voz de niño, o quizás de niña, no sabían identificarla.
¡Socorro, socorro! ¡Por lo que más queráis, sacarme de aquí! ¿No podéis oírme? ¡Por favor... que alguien haga algo! Tened piedad de mi. Me falta el aire... Me falta el aire... No aguantaré mucho. ¿Me oís? ¿Alguien puede socorrerme! ¡Auxilio!
En seguida me di cuenta de la gravedad del caso y pedí refuerzos. Los aldeanos, mientras tanto, se habían puesto a discutir acalarodamente en la plaza. Todos habían registrado sus casas sin encontrar nada. Nadie podía determinar de dónde procedían las voces, y éstas se repetían aumentando la consternación general... ¡Me falta el aire! Estoy a punto de perder el sentido... Por favor, que alguien me ayude...
Por radio me instaron a que regresara inmediatamente al cuartel. Alarmado, obedecí, si bien no comprendía las órdenes. Más tarde supe que aquella aldea sufría brotes psicóticos colectivos que los psiquiatras no acertaban a explicar. Hacía años que ningún alma cuerda se atrevía a aventurarse en aquel lugar, y yo me había expuesto a perecer linchado por la población enfervorecida.
Con el tiempo se ha dejado de hablar de la aldea maldita. Han debido morir todos. Unos se suicidaron y los demás se matarían entre sí, pues la ansiedad les habría despertado instintos asesinos. ¿Que cómo puedo saberlo si no he vuelto por allí desde entonces? Muy sencillo, no debe quedar nadie, nadie que auxilie a esa pobre criatura cuyas voces siguen torturándome de ansiedad día y noche... ¿Tú no las oyes?
Un abrazo
domingo, 5 de diciembre de 2010
Entrevista de trabajo
Querido amigo:
El hombre tomó asiento en frente del entrevistador, intentando aparentar calma. El entrevistador levantó la mirada del currículum y se quedó mirando fijamente al candidato. Un tipo de edad imprecisa entre los treinta y los cuarenta, bien vestido, de aspecto saludable...
Según he deducido de su currículum, es usted una eminencia en matemáticas... Concretamente en estadística. ¿Me permitiría conocer por qué razón le interesa este trabajo?
El hombre se puso serio para contestar: Es una historia un poco larga de contar. El entrevistador calló, por lo que el candidato al puesto comprendió que se le invitaba a explicarse largamente.
Cuando terminé Matemáticas, me consagré a mi tesis doctoral. Se trataba de un proyecto innovador, un programa estadístico que pretendía resolver complejos algoritmos, con infinitas aplicaciones en todos los ámbitos de la ciencia... Durante tres años malviví de beca en beca, trabajando incluso fines de semana, para sacar adelante la tesis... pero una semana antes de presentarla, una revista de Estadística de prestigio internacional publicó un artículo con conclusiones similares a las mías...
El entrevistador le ofreció un chicle, pero el matemático rehusó con un gesto de la mano.
Hube de romper el trabajo de tres años. Existía una remota probabilidad de que a alguien se le hubiera ocurrido un proyecto semejante, pero un autodidacta de un instituto de la selva amazónica preside hoy una consultoría informática de renombre con sedes en los cinco continentes... Se me adelantó una semana con su artículo.
... el día del examen apenas pude levantarme por una lumbalgia. No pude presentarme y perdí la plaza. Nunca antes había padecido lumbalgia, y nunca después la he vuelto a sufrir.
El entrevistador le acercó un pañuelo de papel, que el matemático agradeció. Las pupilas de los ojos le temblaban como dos estrellas rutilantes.
En resumen, que había perdido otro año. Pensé en volver a opositar, pero al año siguiente no convocaron plazas, por lo que envié mi currículum a varias empresas, entre ellas la multinacional que había fundado el matemático aficionado que se me había adelantado una semana en publicar su artículo.
¿Y? el entrevistador le observaba por encima de las lentes de las gafas de cerca.
Acudí a las entrevistas con una copia de mi malograda tésis doctoral. Quedaron impresionados y me ofrecieron la dirección de su oficina en Europa. Sólo que...
¿Qué? el entrevistador le tendió otro pañuelo de papel. El estadístico se limpió los ojos y, repuesto, prosiguió. He trabajado tres años en una tésis sobre Estadística. Sé que las probabilidades pueden acotarse. Sé que ... que había una probabilidad entre millones de que dejara encinta a una mujer que se me cruzó una noche en un bar de copas...
No siga- rogó el entrevistador, conmovido por tales desventuras-. Escuche, si lo desea puede empezar a trabajar ahora mismo. El puesto es suyo. No todo le iba a salir mal en la vida ¿verdad?
El estadístico suspiró aliviado. Un empleo, por fin...
Al cabo de una semana, se olvidó de cerrar la llave del gas al despedirse y la hamburguesería saltó por los aires porque, no se sabe cómo, la rejjilla de ventilación estaba obturada por una errante servilleta de papel. El matemático ha vuelto a buscar empleo...
Un abrazo
El hombre tomó asiento en frente del entrevistador, intentando aparentar calma. El entrevistador levantó la mirada del currículum y se quedó mirando fijamente al candidato. Un tipo de edad imprecisa entre los treinta y los cuarenta, bien vestido, de aspecto saludable...
Según he deducido de su currículum, es usted una eminencia en matemáticas... Concretamente en estadística. ¿Me permitiría conocer por qué razón le interesa este trabajo?
El hombre se puso serio para contestar: Es una historia un poco larga de contar. El entrevistador calló, por lo que el candidato al puesto comprendió que se le invitaba a explicarse largamente.
Cuando terminé Matemáticas, me consagré a mi tesis doctoral. Se trataba de un proyecto innovador, un programa estadístico que pretendía resolver complejos algoritmos, con infinitas aplicaciones en todos los ámbitos de la ciencia... Durante tres años malviví de beca en beca, trabajando incluso fines de semana, para sacar adelante la tesis... pero una semana antes de presentarla, una revista de Estadística de prestigio internacional publicó un artículo con conclusiones similares a las mías...
El entrevistador le ofreció un chicle, pero el matemático rehusó con un gesto de la mano.
Hube de romper el trabajo de tres años. Existía una remota probabilidad de que a alguien se le hubiera ocurrido un proyecto semejante, pero un autodidacta de un instituto de la selva amazónica preside hoy una consultoría informática de renombre con sedes en los cinco continentes... Se me adelantó una semana con su artículo.
¿Qué hizo, entonces? indagó el entrevistador, rascándose una oreja con pésimo disimulo.
Me encontraba en una encrucijada. Buscar otra tesis doctoral que me abriera las puertas académicas o trabajar en la empresa privada. Opté por opositar. Llegué al último ejercicio, un examen oral que no me suponía ningún obstáculo para aprobar, ya que dominaba la materia sobradamente. Sin embargo,... El matemático apretó los puños con rabia.... el día del examen apenas pude levantarme por una lumbalgia. No pude presentarme y perdí la plaza. Nunca antes había padecido lumbalgia, y nunca después la he vuelto a sufrir.
El entrevistador le acercó un pañuelo de papel, que el matemático agradeció. Las pupilas de los ojos le temblaban como dos estrellas rutilantes.
En resumen, que había perdido otro año. Pensé en volver a opositar, pero al año siguiente no convocaron plazas, por lo que envié mi currículum a varias empresas, entre ellas la multinacional que había fundado el matemático aficionado que se me había adelantado una semana en publicar su artículo.
¿Y? el entrevistador le observaba por encima de las lentes de las gafas de cerca.
Acudí a las entrevistas con una copia de mi malograda tésis doctoral. Quedaron impresionados y me ofrecieron la dirección de su oficina en Europa. Sólo que...
¿Qué? el entrevistador le tendió otro pañuelo de papel. El estadístico se limpió los ojos y, repuesto, prosiguió. He trabajado tres años en una tésis sobre Estadística. Sé que las probabilidades pueden acotarse. Sé que ... que había una probabilidad entre millones de que dejara encinta a una mujer que se me cruzó una noche en un bar de copas...
No siga- rogó el entrevistador, conmovido por tales desventuras-. Escuche, si lo desea puede empezar a trabajar ahora mismo. El puesto es suyo. No todo le iba a salir mal en la vida ¿verdad?
El estadístico suspiró aliviado. Un empleo, por fin...
Al cabo de una semana, se olvidó de cerrar la llave del gas al despedirse y la hamburguesería saltó por los aires porque, no se sabe cómo, la rejjilla de ventilación estaba obturada por una errante servilleta de papel. El matemático ha vuelto a buscar empleo...
Un abrazo
Un taxista
Querido amigo:
Aquella mañana de lunes llovía intensamente. El tráfico se había convertido en un puro infierno.
Un taxista que acababa de tomarse un par de brandys se desgañitaba riñendo y pitando a todo el mundo. En un semáforo próximo, divisó a un tipo vestido con un abrigo oscuro, muy largo. Éste tiene pasta, pensó. El cliente se acomodó atrás, y luego abrió un maletín de donde extrajo un fajo de billetes que dejó en el asiento del copiloto. Todo este dinero será suyo si llegamos al aeropuerto en un cuarto de hora, ni un segundo más.
El taxista aceleró y abandonó la congestionada avenida por la primera bocacalle que encontró. Debe haber varios miles... Eso no lo gano yo ni en dos meses. Conducía sin mirar al tráfico, la vista se le iba a los billetes. Se saltó varios semáforos y cerca anduvo de arrollar a un peatón. Se montó en la acera y adelantó a varios vehículos atascados. Al llegar a la autopista, sacó un pañuelo blanco por la ventanilla como si llevara un caso grave y aceleró por el arcén.
Habían pasado diez minutos. Levantó la vista y distinguió a su pasajero por el retrovisor. Éste esbozó una siniestra sonrisa. ¿Quién será? Algún alto ejecutivo, seguro. ¿Quién si no se permitiría pagar semejante suma por una carrera de taxi?
Entonces, el pasajero, como si hubiera leído los pensamientos del taxista, se desabrochó el botón superior del abrigo descubriendo un alzacuellos. El taxista abrió unos ojos enormes y se giró para comprobar si su imaginación no le engañaba. El viajero seguía sonriendo, mostrando una tétrica dentadura. Trece minutos, indicó el taxista, procurando disimular su turbación.
Al volver la mirada hacia la carretera, apenas pudo reaccionar... Hundió el pie en el freno para evitar empotrarse contra un furgón quehabía parado en el arcén. El taxi chocó lateralmente con el quitamiedos y salió rebotado hacia el furgón. El airbag se disparó ocultando el mundo tras él. Cuando el taxi se detuvo por fin, el taxista no halló ni rastro de su pasajero ni del fajo de billetes. El furgón, que había resultado indemne, portaba un letrero en una ventanilla lateral que rezaba Madrid-Los Ángeles. En ese momento, el cronómetro marcaba dieciséis minutos, y el taxista comprendió que acababa de escapar de las garras del mismísimo diablo.
Un abrazo
Aquella mañana de lunes llovía intensamente. El tráfico se había convertido en un puro infierno.
Un taxista que acababa de tomarse un par de brandys se desgañitaba riñendo y pitando a todo el mundo. En un semáforo próximo, divisó a un tipo vestido con un abrigo oscuro, muy largo. Éste tiene pasta, pensó. El cliente se acomodó atrás, y luego abrió un maletín de donde extrajo un fajo de billetes que dejó en el asiento del copiloto. Todo este dinero será suyo si llegamos al aeropuerto en un cuarto de hora, ni un segundo más.
El taxista aceleró y abandonó la congestionada avenida por la primera bocacalle que encontró. Debe haber varios miles... Eso no lo gano yo ni en dos meses. Conducía sin mirar al tráfico, la vista se le iba a los billetes. Se saltó varios semáforos y cerca anduvo de arrollar a un peatón. Se montó en la acera y adelantó a varios vehículos atascados. Al llegar a la autopista, sacó un pañuelo blanco por la ventanilla como si llevara un caso grave y aceleró por el arcén.
Habían pasado diez minutos. Levantó la vista y distinguió a su pasajero por el retrovisor. Éste esbozó una siniestra sonrisa. ¿Quién será? Algún alto ejecutivo, seguro. ¿Quién si no se permitiría pagar semejante suma por una carrera de taxi?
Entonces, el pasajero, como si hubiera leído los pensamientos del taxista, se desabrochó el botón superior del abrigo descubriendo un alzacuellos. El taxista abrió unos ojos enormes y se giró para comprobar si su imaginación no le engañaba. El viajero seguía sonriendo, mostrando una tétrica dentadura. Trece minutos, indicó el taxista, procurando disimular su turbación.
Al volver la mirada hacia la carretera, apenas pudo reaccionar... Hundió el pie en el freno para evitar empotrarse contra un furgón quehabía parado en el arcén. El taxi chocó lateralmente con el quitamiedos y salió rebotado hacia el furgón. El airbag se disparó ocultando el mundo tras él. Cuando el taxi se detuvo por fin, el taxista no halló ni rastro de su pasajero ni del fajo de billetes. El furgón, que había resultado indemne, portaba un letrero en una ventanilla lateral que rezaba Madrid-Los Ángeles. En ese momento, el cronómetro marcaba dieciséis minutos, y el taxista comprendió que acababa de escapar de las garras del mismísimo diablo.
Un abrazo
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