Querido amigo:
Aquella Nochebuena la presidenta del banco salió de su despacho, en la última planta del ilustre edificio, tan tarde como cualquier otro día del año. Hacía horas que se había despedido de sus colaboradores directos, su secretaria, su conductor, sus escoltas, etc..., pues su espíritu le demandaba un poco de soledad para reflexionar sobre la deriva que iba tomando su vida.
Pasadas las nueve de la noche, se levantó embargada por la melancolía. Se arrepentía de muchas cosas y si, en su poderosa mano, tuviera la posibilidad de dar marcha atrás al tiempo, ... ¿pero cómo? Ya era tarde para pedir perdón. Muy tarde para embarcarse en un avión con destino a Miami y arrodillarse en el umbral de la casa de sus hijos para no pasar sola la Nochebuena en una fría mansión de la Moraleja. Ya era tarde, entre otras cosas, porque internet informaba de que el temporal de nieve había paralizado el tráfico aéreo.
Ya no quedaba ningún empleado por la sede del banco, así que se dirigió a un ascensor normal. Habitualmente usaba su ascensor privado, pero aquella noche sólo deseaba ser una persona normal, como los demás. Al pasar por el vestíbulo se sorprendió al ver al joven conserje en la garita.
- Buenas noches, señora.
- Buenas noches, hijo ¿se puede saber qué hace usted a estas horas?
- No tengo mejor lugar adonde ir esta noche -. El muchacho, de apenas veinte años, explicó a la presidenta que no podía volver a su pueblo para cenar con su padre viudo porque habían suspendido todos los autobuses por culpa del temporal. - Ya ve usted, señora, mi padre pasará solo esta noche, y yo... -, pero la voz se le quebró, -... yo, no me queda otra que cenar solo en casa e irme temprano a la cama -.
La presidenta se acordó de sus hijos, tan sólo unos años más mayores que el joven conserje.
- Recoja sus cosas, que le llevo a su casa en coche -.
- Señora, no tiene usted por preocuparse por mi... ¡Gracias! ¡Gracias! ¡No tardo ni un minuto! Con su permiso-, y se apresuró hacia el perchero para enfundarse el plumas y la bufanda.
Al cabo de unos minutos, por la rampa del garaje emergía el Mercedes blindado de la presidenta, conducido por ella misma. A su lado, un poco azorado, el conserje.
- ¿Dónde vives?
- Por Chamberí, señora. Si gira a la derecha dentro de dos glorietas, saldremos a la Castellana...
- No, no me has entendido... ¿de qué pueblo eres?
- Pero señora,... si está todo nevado... ¡no se le ocurrirá!
- Te propongo un trato. Yo te llevo a tu pueblo si me invitas a cenar con tu padre y contigo. ¿Qué te parece?
- Señora, pero usted tendrá compromisos... No es necesario que se moleste.... Bueno, yo soy de Argamasilla de Alba, en la Mancha. Está muy lejos de aquí...
- Toma mi móvil y llama a tu padre para decirle que vas para allá con compañía.
- Gracias, señora. Gracias de todo corazón. No sé cómo pagarle...
- Gracias a ti, hijo, gracias a ti. ¡Ah! Por favor, no me vuelvas a llamar señora. Me llamo María.
- Yo Jesús.
- ¿Y su padre? A que lo adivino...
- Seguro que sí. Mi padre se llama José.
Tal vez, amigo mío, aquel fuera el comienzo de una larga amistad. Tal vez no. Fuere lo que fuere, es otra historia digna de narrarse en otro momento. En cualquier caso, es la historia de tres personas que sentían que algo nuevo e intenso había dado a luz en su interior.
¡Feliz Navidad!
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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1 comentarios:
Me he quedado con las ganas de saber si lo de María y José resultó un flechazo...
Un beso,
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