Querido amigo:
Aquella mancha lejana que ves desde la autopista era una aldea de poco más de 300 habitantes que, poco a poco, seha ido despoblando. No merece la pena que te desvies a visitarla. Ya no hay mucho que ver en ella. Para el coche, oríllate al arcén, quiero contarte su historia.
Una madrugada hace unos años me sacaron de la cama para que fuera allá, pues habían llamado denunciando la desaparición de una criatura. El cabo se quedó de guardia y yo me acerqué a la aldea con el coche patrulla. Fui solo pues no me pareció bien despertar a ningún compañero por lo que, probablemente, sería una chiquillada.
Tardé poco más de veinte minutos en llegar hasta allí. Los vecinos iban de acá para allá, desencajados. Al parecer, en mitad de la madrugada había empezado a oírse una desesperada llamada de auxilio. Todos se habían despertado y buscaban frenéticamente. Decían que era voz de niño, o quizás de niña, no sabían identificarla.
¡Socorro, socorro! ¡Por lo que más queráis, sacarme de aquí! ¿No podéis oírme? ¡Por favor... que alguien haga algo! Tened piedad de mi. Me falta el aire... Me falta el aire... No aguantaré mucho. ¿Me oís? ¿Alguien puede socorrerme! ¡Auxilio!
En seguida me di cuenta de la gravedad del caso y pedí refuerzos. Los aldeanos, mientras tanto, se habían puesto a discutir acalarodamente en la plaza. Todos habían registrado sus casas sin encontrar nada. Nadie podía determinar de dónde procedían las voces, y éstas se repetían aumentando la consternación general... ¡Me falta el aire! Estoy a punto de perder el sentido... Por favor, que alguien me ayude...
Por radio me instaron a que regresara inmediatamente al cuartel. Alarmado, obedecí, si bien no comprendía las órdenes. Más tarde supe que aquella aldea sufría brotes psicóticos colectivos que los psiquiatras no acertaban a explicar. Hacía años que ningún alma cuerda se atrevía a aventurarse en aquel lugar, y yo me había expuesto a perecer linchado por la población enfervorecida.
Con el tiempo se ha dejado de hablar de la aldea maldita. Han debido morir todos. Unos se suicidaron y los demás se matarían entre sí, pues la ansiedad les habría despertado instintos asesinos. ¿Que cómo puedo saberlo si no he vuelto por allí desde entonces? Muy sencillo, no debe quedar nadie, nadie que auxilie a esa pobre criatura cuyas voces siguen torturándome de ansiedad día y noche... ¿Tú no las oyes?
Un abrazo
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1 comentarios:
Guau... ¡Qué angustia!
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