domingo, 20 de febrero de 2011

Historia de un triunfador

Querido amigo:

Hoy lunes me he despertado a las seis de la mañana después de haber dormido casi nueve horas de un tirón. Me sentía plenamente descansado y de excelente humor. Hay quienes se irritan sólo de pensar en el trabajo, pero yo no pertenezco a esa casta. Yo disfruto con mi trabajo y me esfuerzo para ser mejor cada día. Esta mañana me sentí un ganador.

Nada más levantarme me puse la ropa de deporte y bajé a correr al parque durante tres cuartos de hora. Luego me duché, me afeité y me apliqué las cremas para tonificar la piel. Me embargaba tanto placer y alegría que no podía evitar entonar un aria de ópera. La báscula me dió una gran noticia... 70 kg... ¡y qué abdominales! ¡Sexi, sexi!

Más tarde me desayuné una buena taza de café con leche y tostadas con tomate y aceite. Mientras recobraba fuerzas, mi mente iba planificando la jornada. En mi móvil había un mensaje de una preciosidad que conocí la semana pasada en pleno metro, una monada que trabaja para un prestigioso despacho de abogados en una de las torres del Paseo de la Castellana: ¿Cenamos juntos? Enseguida respondí: ¿Conoces Zalacaín? ¿A qué hora te recojo? Besos

Elegí mi mejor traje, una camisa recién planchada y estrené corbata. Al reflejarme en el espejo me quedé absorto... Por unos instantes no me reconocía a mi mismo... Se cumplían dos años exactamente desde que me habían despedido del banco. Cobré paro durante un año sin encontrar nada donde reconocieran mis virtudes. Fueron tiempos muy duros en los que creí enloquecer... Las deudas me acuciaban. No llegué a pasar hambre, pero me ví en situaciones límite: perdí el coche y estuve al borde de que me embargaran el piso. Tampoco hubiera importado pues, al fin y al cabo, mi ex-mujer se quedó con él cuando consiguió el divorcio.

Aquellos tiempos ya quedaron atrás. Desde hace medio año dirijo mi propio negocio, con mucho éxito por cierto. Soy dueño de mi tiempo y no tengo porque rendir cuentas con nadie. Libertad absoluta para crecer y labrarse un futuro. España es un verdadero paraíso para mi negocio, todo son facilidades para reducir los riesgos.

Salí del portal con la cabeza muy alta, que todos en el vecindario sepan que soy un triunfador. Nunca volveré a pasar apuros económicos ¡jamás!

La estación de metro más cercana es Congosto, en el corazón de Vallecas. Los demás viajeros me observaban con el rabillo del ojo, admirados de mi elegancia y porte naturales. Hacia las ocho, en plena hora punta, me encontraba en pleno meollo del barrio de los negocios. En la estación de Nuevos Ministerios confluyen varias líneas de metro y el Cercanías. A tan tempranas horas, los oficinistas que trabajan en la torre Picasso, en el edificio Mahou o en la torre BBVA, recorren apresuradamente los largos pasillos. En los vagones, unos se distraen leyendo un libro o algún periódico, y otros aprovechan para echar una cabezada. Yo soy de los que va leyendo el Expansión.


Al abrirse las puertas del vagón, se desencadenó la habitual estampida... ¡Qué malas formas!Entonces, parapetándome con el periódico, alargué la mano con suma delicadeza hasta acariciar el fondo de un bolso, o un bolsillo al descubierto... Nada de riesgos, todo técnica... Un leve empujoncillo, a lo sumo. Hay quienes al sentir el roce de mis dedos se giraron súbitamente, pero al encontrarse con un caballero trajeado a la última, se despreocuparon y continuaro su camino hacia el andén.


Al volver a cerrarse las puertas, me llevé de nuevo el periódico a la vista. Parece que mejora la bolsa... Excelente, excelente... Al cabo de media hora de duro y finísimo trabajo, me di por satisfecho. La avaricia rompe el saco. Me apeé en Santiago Bernabéu y me senté a tomar café en alguna de las cafeterías de la calle Orense. Con toda la naturalidad del mundo extraje la primera de las siete carteras sustraídas hace tan sólo unos minutos. El siete me da suerte. En total había reunido cuatrocientos treinta y cinco euros. No se me dió mal la mañana. Ya sabía yo que hoy me iba a salir todo a pedir de boca.

Pagué el café y me fui al metro de nuevo. Al cabo de cuarenta minutos, sobre las once de la mañana, me mezclaba entre la multitud que congestiona los alrededores del Corte Inglés de Goya. A la hora del almuerzo ya había juntado casi mil euros. ¡Qué fácil! Con esto ya tenía para la letra de la hipoteca.

Pedí un sandwich vegetal en Nebraska, con Coca Cola Zero, por supuesto. Tras el café, decidí tomarme el resto del día libre. Hay que saber retirarse a tiempo, hay que saber dosificar el talento. Esto lo aprendí nada más iniciarme en este negocio. El primer mes me pasaba todo el día en el metro, hasta que en cierta ocasión me detuvieron y me llevaron a comisaría. Media hora después salía tan campante con dos lecciones aprendidas: tenía que saber retirarme a tiempo y necesitaba un traje mejor... Con mis primeras ganancias me hice con un impecable fondo de armario, con el no hubiera podido soñar cuando trabajaba por cuenta ajena. Nunca más me han vuelto a arrestar.

En fin, que ya estaba bien para el lunes. Además, la noche anterior había dejado a medias "Los hermanos Karamazov" de Dovtoieski, y me moría de ganas por terminar el capítulo. Adoro la literatura del XIX.

Y ahora que ha caído la noche, espero con un taxi a una chica fabulosa a la puerta de una de las torres de ensueño de la Castellana, para llevarla a cenar al mejor restaurante de la ciudad. Luego... Bueno, tal vez me acueste tarde y mañana me tomaré el día libre.

Un abrazo

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