domingo, 27 de febrero de 2011

Parla

Querido amigo:

Nada hacía presagiar lo que estaba a punto de desencadenarse aquella mañana del último lunes del mes de febrero. España se levantaba tranquila, sin nada más en mente que distrajera la atención popular que los partidos de fútbol de la jornada pasada.

Aquel lunes, a las 07:23 de la mañana, Francisco García González, administrativo de una inmobiliaria, un hombre de los que no destacan por nada especial, un hombre que jamás se había mezclado en nada político, que no tenía nada que contar... como todas las mañanas desde hacía veinte años, esperaba uno de los trenes que van hacia Nuevos Ministerios y Chamartín en uno de los andenes de la estación de Atocha.

Quienquiera que haya recalado en los Cercanías de Atocha en hora punta, recordará sin duda el sempiterno mensaje de la megafonía: ¡Parla, vía 5! ¡Parla, vía 5! ¡Parla, vía 5! ¡Parla, vía 5!

Al escuchar el consabido aviso, Francisco elevó su voz a pleno pulmón sobre el andén: ¿Quién se viene conmigo a Parla? ¡Vamos, a Parla! ¡A Parla! ¡Seguidme, yo voy a Parla!

Lejos de espantarse ante lo que pudiera haber parecido un arrebato de locura, todos los viajeros que aguardaban en el andén alrededor de Francisco se sumaron sin rechistar a la llamada, y en tropel se abalanzaron hacia las escaleras mecánicas para encaminarse hacia la vía 5, donde el tren de Parla estaba a punto de partir.

¡A Parla! ¡Vamos a Parla! ¡Uníos! - gritaban a otros viajeros de otros andenes.

Algo sucede en el tren de Parla. ¡Vamos! ¡A Parla!

Al cabo de un par de minutos desde el grito de Francisco, el tren de Parla rebosaba de viajeros que cantando, riendo y botando, animaban a cualquiera para que uniera su destino con el del tren de Parla.

A las 07:50 de aquella mañana del último lunes de febrero, en contra de lo que es habitual -que los de Parla colmen el tren con destino a Madrid-, el tren procedente de Madrid irrumpía en la estación de Parla con miles de personas a bordo. Igual ocurrió con el tren siguiente, y con el siguiente....

Las calles de la localidad, una ciudad dormitorio de poco más de cien mil habitantes, se poblaban de una inesperada algarabía que coreaba consignas sin sentido.... ¡Parla! ¡A Parla! ¡Parla!

Recorriendo la calle Sal, la multitud se orientaba hacia la Casa Consistorial. Los parleños dejaban lo que estuvieran haciendo y engrosaban la comitiva. Cafeterías y comercios se vaciaban al paso de la inusitada comparsa.

La policía local no supo cómo reaccionar, los agentes se sentían poderosamente atraídos por la multitud, por lo que no opusieron resistencia cuando los cánticos y los bailes inundaron los pasillos del Ayuntamiento de Parla. Una vez allí dentro, resulta difícil adivinar lo que ocurrió.

Las autoridades municipales abandonaron las dependencias consistoriales sin dar crédito a lo que ocurría. Al caer la tarde, la Delegación del Gobierno de Madrid declaraba el estado de alerta en Parla. Efectivos de la Guardia Civil, la Policía Nacional y el Ejército habían intentado acceder a las calles de Parla, intransitables porque la multitud se había sentado en ellas obstaculizando la circulación. Los automóviles habían sido abandonados en cualquier parte. Hubieran hecho falta cientos de grúas para despejar las calles y avenidas, operación que requeriría varias semanas.

¿Pero qué estaba ocurriendo en Parla? ¿Por qué seguían llegando a la ciudad personas de todos los rincones de España?

Nada de violencia, ninguna consigna revolucionaria ni nada por el estilo. Quienes llegaban, buscaban un hueco para sentarse en el asfalto, y entonaban las canciones que, con gran intensidad emotiva, se elevaban al límpido cielo invernal: El corro de la patata, Pimpón es un muñeco..., Tengo una muñeca vestida de azul..., Mambru se fue a la guerra,, la Zarzamora...

Las noticias sobre Parla dieron la vuelta al mundo y, durante días, el mundo entero siguió con expectación lo que acaecía en la ciudad. De cuanto ocurriera tras las paredes del Ayuntamiento, nada se sabía. Más de tres mil personas se encontraban allí sin que se oyera nada más que coros y danzas. Los analistas políticos y los sociólogos se devanaban los sesos intentando comprender qué fenómeno se estaba produciendo, las razones y consecuencias de aquella alucinación colectiva. Las imperfecciones de la democracia, el pueblo español está harto... El paro galopante... La incompetencia de los políticos españoles... La corrupción en las administraciones...

Al decimoquinto día de ocupación pacífica de la ciudad, el Gobierno en pleno presentó su dimisión. El Gobierno interino emprendió reformas urgentes de la Constitución, encaminadas a ampliar la aplicación práctica de los derechos civiles.

Sin embargo, las medidas no fueron suficientes, y al vigésimo día del ya célebre grito de Francisco en un andén de la estación de Atocha, las calles de Parla seguían vibrando con una armonía y solidaridad nunca vistas. Miles de personas lograban llegar a Parla a todas las horas del día, procedentes de cualquier parte del globo. España comenzaba a paralizarse. Cerraban las fábricas y las industrias, los comercios, los bares... ¡hasta la Liga BBVA! Un éxodo de personas sin nada mejor que hacer que peregrinar hacia Parla.

El Gobierno interino también dimitió y hubo de formarse una coalición provisional con personas de la calle, sin nada que les afiliara a la política, que acometieron intensivas reformas de perfeccionamiento democrático.

Otras naciones del planeta, temerosas de que la fiebre de Parla se extendiera a su población, endurecieron las leyes para evitar manifestaciones de ningún tipo. Pero en Parla no, en Parla reinaba la camaradería y el buen orden.

Al trigésimo día de la sentada, a las 19:30 de la tarde, se abrieron las puertas del consistorio parleño y la multitud allí concentrada comenzó a retirarse. Francisco García se vió al instante rodeado por cámaras y micrófonos de prensa de todo el mundo. ¿Por qué lo han hecho? ¿Francisco, por qué?

Por nada, no sabría qué decirles. Ahora, si me permiten, voy a tomar el primer tren para Madrid. Tengo muchas cosas que hacer antes de acostarme, y mañana a las 06:30 madrugaré para ir a trabajar.

No hubo forma de arrancarle más declaraciones. Francisco y todos los que le habían seguido en aquel legendario grito de ¡A Parla! regresaron a sus casas y a sus trabajos. Las calles de Parla volvieron a la normalidad antes de las 23:00 de aquel mismo día. Ni coches cruzados en avenidas y aceras, ni papeles ni restos ni nada de nada.

Nada hubiera hecho pensar que aquellas calles habían vivido los momentos más intensos del globo durante un mes completo. El último martes de aquel mes de marzo, transcurrió con total normalidad.

Lo más extraño de todo, a juicio de los académicos y eruditos, es que la revolución de la nada se había producido sin que nada especial hubiera acaecido. Nada de disturbios, nada de enfrentamientos, ... y dos gobiernos habían dimitido, dejando las riendas del país en manos de perfectos desconocidos... Personas como un tal Francisco García González, José Fernández, María Díaz, Pablo Gómez, etc... , sin nada que contar, sin nada que coloreara sus vidas, gente corriente y humilde, trabajadora y honrada, olvidada por los políticos de los Gobiernos que dimitieron...

En otros países, otros políticos creyeron aprender las lecciones de Parla, una ciudad dormitorio sin nada, o casi nada, interesante por lo que merezca la pena visitarla. Comprendieron que la nada había destronado la mediocridad y la corrupción, y que no había peor enemigo para un gobernante que eso, precisamente, la nada. Pues nada...

Un abrazo

0 comentarios:

Publicar un comentario