Querido amigo:
Conocí a Alba en la guardería, crecimos juntos en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre...; hasta que la universidad dividió nuestros caminos. A pesar de las divergentes derivas de nuestras vidas, todos los amigos del pueblo hemos mantenido viva nuestra relación. Todos los años, aunque muchos de nosotros hemos dejado el pueblo, siempre nos reunimos en la peña para celebrar juntos las fiestas de agosto. Una semana al año en la que todos recobramos la niñez, engañándonos con la ilusión de que todo sigue igual, y todos seguimos siendo los mismos...
Alba devino ingeniera y yo psicólogo,aAmbos somos solteros y residimos en Madrid. Confieso que hubo un tiempo en que anduve enamorado de ella, un tiempo de confusión en el que mi alma vagaba entre el polo norte y el polo sur, a merced de una desbocada brújula hormonal que me alejó de todo vínculo con el pasado. En aquel tiempo del bachillerato, era ver a Alba delante de mi, en la plenitud de su primavera, y los sentimientos se me debordaban por las pupilas, simplemente porque no encontraban palabras para mostrarse con forma y color, voluptuosos y tímidos.
Aquella época ya pasó, las nubes se disiparon y el alma cristalina del adulto descubrió que la luz del sol encerraba siete prístinas irisaciones, como siete palabras de un verso que resume toda la vida de un hombre.
En las últimas fiestas ocurrió algo que no ha dejado de atormentarme... Aquella madrugada, Alba y yo nos habíamos quedado solos después de que todo los casados de la peña se hubieran retirado a dormir. Nos quedamos bailando en la plaza hasta que se despidió la orquesta, y luego nos retiramos a la peña para conversar hasta el amanecer, mano a mano con una botella de ron.
A penas guardábamos el equilibrio cuando la charanga pasó por delante de la peña con su diana floreada, seguida por un deprimente rosario de noctámbulos. Apoyándonos el uno en el otro, Alba y yo logramos llegar a la plaza para desayunarnos un chocolate con churros en una terraza.
Aguardando a que nos sirvieran, me levanté para ir al aseo, dejando sola a Alba. Al volver, el suculento desayuno humeba en la mesa, y ella se encontraba un tanto molesta pues unos borrachines de fuera del pueblo la habían estado vacilando durante mi breve ausencia.
Yo estaba degustando el chocolate cuando Alba se agachó para recoger un papel del suelo. Al levantar la vista de los churros me di cuenta de que una lágrima furtiva rodaba por su mejilla . Me mostró el papel, en el que había escritos unos versos a mano... Apenas le devolví el poema, Alba se despidió de mi intentando disimular las lágrimas, dejándome con la palabra en la boca.
Durante todo aquel día anduve consternado pensando si Alba podía haberse sentido herida por aquellos versos. Nos volvimos a encontrar en la peña a la hora del almuerzo. Alba me llevó a parte y me confió que se había enamorado del autor de los versos... Me ruboricé en seguida, al tiempo que un sentimiento amargo me cruzó el alma como un puñal helado.
- ¿Estás segura? Yo no sé qué decirte... - empecé a balbucear.
- Totalmente segura. Tienes que ayudarme a buscar a los chicos que se metieron conmigo esta mañana en la terraza -, replicó Alba.
Sus últimas palabras me aliviaron como un trago de agua al final de un largo paseo bajo el sol. ¿Alba me pedía que la ayudara a buscar a uno de los niñatos de esta mañana? ¿El presunto autor de unos versos? ¿El amor de su vida?
- El amor de mi vida ¿qué pasa? Alguien capaz de llegar tan dentro de mi con unos versos, por muy niñato que sea, será capaz de dar plenitud y sentido a mi vida. Si no quieres ayudarme a encontrarle, no te preocupes, que lo haré yo sola...
- Pero Alba... No sabes lo que estás haciendo...
Alba me dejó solo, abatido en un mar de incertidumbres. En mi interior ardían los celos por culpa de aquel poeta que me había robado su corazón, que me había alejado de mi mejor amiga. En los días de fiestas que siguieron, no tuve valor para disculparme ante ella, tan pronto la tenía delante, me traicionaban los sentimientos y terminaba por extraviarme en un barullo de incoherencias.
Al terminar las fiestas volví a Madrid. Han pasado los meses y otra amiga de la peña con la que Alba se confesó, me ha contado en secreto que mi amor platónico se siente muy defraudada por mi... Y que vuelve siempre que puede al pueblo sin que hasta hoy haya encontrado al poeta que la desvela día y noche... Que Alba se muere de amor...
Y yo, cobarde de mí, sin atreverme a confesar que mi mano escribió aquellos versos; que la quiero y que no puedo amarla, porque fue ella quien me inspiró siete palabras en un verso que resumen toda la vida de un hombre; que muero de celos por ese poeta que nunca podré llegar a ser, que nunca sabrá desearla más que como sincero e incondicional amigo; que me busca a mi sin saberlo; que espera en vano porque supe derramarle unas lágrimas; que con ella comparto un mismo alma... Pero en mi caso, por un antojo de la Naturaleza, un mismo alma de mujer enamorada, prisionera en un cuerpo de hombre.
Un abrazo
domingo, 13 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario