domingo, 13 de marzo de 2011

Las tentaciones de Zacarías

Querido amigo:

Dos brillantes y recién licenciados abogados se conocieron en su primer día de trabajo en el bufete más prestigioso del país. El gerente les asignó al departamento de OPAs y adquisiciones. Desde el primer día compartieron un mismo despacho, de manera que si Abigail levantaba sus hermosos ojos verdes se topaba con la dulces facciones de Zacarías. Al poco de conocerse, de la cordialidad laboral pasaron a compartir una hermosa amistad, salpicada de complicidad y buen humor.

Habían transcurrido algo más de dos años desde que empezaran a trabajar, y Zacarías confesaba a Abigail que el bufete había defraudado sus ambiciones económicas y laborales, razón por la cuál planeaba cambiar de empresa. Ese mismo día, el gerente les avisó para que le acompañaran a una reunión con el presidente del bufete, un afamado abogado con inextricables influencias políticas.

Don Casto recibió sonriente a los jóvenes letrados, saludándoles efusivamente y felicitándoles por las excelentes referencias que de ellos le habían llegado de su gerente y de otros directivos del bufete. Tras acomodarles en los elegantes sillones de su despacho, don Casto abordó el asunto por el que les había convocado, asunto de la mayor reserva que prometía grandes repercusiones.

- Antes de desvelarles nada confidencial, debo contar con su total disponibilidad. Se trata de un caso que requerirá un gran sacrificio personal por su parte durante al menos un año, por lo que les agradecería que me confirmaran desde ahora que pueden consagrarse plenamente a este asunto. Ustedes dos, junto con su gerente y yo, seremos las únicas personas de este bufete que nos dediquemos a este grave asunto. Por supuesto que, si todo sale bien, serán recompensados como se debe...

Zacarías y Abigail no se lo pensaron dos veces, y allí mismo firmaron un documento por el que se comprometían a guardar estricta confidencialidad, así como a no abandonar el bufete hasta que hubieran transcurrido, al menos, dos años desde la conclusión del caso. Además, el documento les garantizaba una sustancial subida salarial desde aquel mismo instante, la cuál verían reflejada en la siguiente nómina.

El grave asunto se trataba los planes que el banco más importante del país albergaba para lanzar una OPA hostil sobre su más serio competidor. El éxito de tamaña operación convertiría al susodicho banco en la tercera mayor potencia financiera del mundo.

Abigail y Zacarías se pusieron trabajar inmediatamente en el caso. El presidente dispuso que ambos se trasladaran al espacho contiguo al suyo, para facilitar la comunicación entre ambos. Desde aquel día, las jornadas laborales se prolongaban durante doce y catorce horas diarias, incluyendo numerosos sábados y domingos. Los letrados se ahogaban entre poderes notariales, acuerdos de confidencialidad, informes y reuniones... Ni siquiera descansaron en Navidad, trabajando bien tarde, con el consecuente y lógico enfado de sus familias. Ni Semana Santa, ni verano, ni otras fiestas de guardar.

A los seis meses, Zacarías había ganado tanto dinero como para mudarse al barrio más exclusivo de la capital. Abigail, sin embargo, había perdido su vivacidad y no disimulaba el agotamiento que aquel ritmo de trabajo le suponía. Cierto día, aprovechando una pausa para almorzar un bocadillo en el despacho, Abigail susurró a Zacarías que se había enamorado de un muchacho que había conocido a través de una red social, y que después de haberse escrito durante un par de meses, aquella noche iban a citarse para cenar.

Aquella noche, apenas habían dado las once, el gerente irrumpió en el despacho preguntando por un informe que debía comentar para el día siguiente. La ausencia de Abigail le llamó y la atención, más aún cuando Zacarías le explicó que su compañera se había retirado por un dolor de cabeza. ¿Y no se podía haber tomado una aspirina? - apuntó el gerente.

Aquel episodio se repitió las semanas siguientes, hasta convertirse en algo habitual que Abigail no perdonara ya ningún fin de semana, y se despidiera cada día antes de dar las diez de la noche. Advertido por el gerente, el presidente del bufete convocó a los letrados para exigirles que redoblaron sus esfuerzos, porque el caso había entrado en una delicada fase de alianzas y negociaciones secretas que requerían una frenética actividad.

Para sorpresa de los demás, Abigail se excusó muy educadamente, pues tenía una vida privada que no quería perder, y se negaba tanto a seguir saliendo tarde como a sacrificar los festivos que marcaba el estatuto de trabajadores. Perplejo ante lo que acababa de oír, el presidente dirigió una mirada indagadora a Zacarías, quién confirmó su disponibilidad total para el caso.

Zacarías recibió un nuevo aumento de sueldo, en reconocimiento por su entrega y, para suplir la falta de dedicación de Abigail, el presidente integró al equipo a Sempronio, con la idea de que éste sustituyera del caso a la díscola abogada al cabo de uno o dos meses. Ya que despedirla no podía, por razones de confidencialidad, la apartarían a otro departamento, para que ayudara a los pasantes en temas de nula relevancia.

Zacarías se disculpó ante su querida amiga, argumentando que el caso significaba una gran oportunidad para él, que no podía arriesgarse a perder. ¿Y estás dispuesto a arriesgar nuestra amistad? - repuso Abigail. Zacarías bajó la mirada al suelo, para luego depositarla en los ojos verdes de Abigail: Abigail, tal vez, no seas feliz en este trabajo... La amistad entre ambos no volvería a ser igual. Las complicidades se ahogaron en la falta de confianza mutua, y el trato se redujo a una fingida cordialidad.

Sin embargo, el curso del caso se transtornó por completo cuando, cinco semanas más tarde, una banca extranjera anunció sus intenciones de adquirir el segundo banco del país, lo que desbarataría los planes del cliente del bufete, echando por tierra todo el esfuerzo empleado hasta entonces. La idea de perder la prima multimillonaria que prometía el banco cliente si consumaba la absorción del segundo banco del país, operación muñida en estricto secreto, desvelaba al presidente del bufete.

Don Casto aconsejó a presidente del banco cliente que reaccionara cuanto antes lanzando una contra OPA sobre el segundo banco del país, que neutralizara la intentona de la banca extranjera.

Zacarías, Sempronio, y la defenestrada Abigail trabajaron duramente para disponer toda la documentación a tiempo, pero la presencia de Sempronio entorpecía más que ayudaba, dado que había que demorarse en arduas explicaciones para ponerle al orden del caso.

La contra OPA fue lanzada y unos meses más tarde se anunciaba la inminente absorción del segundo banco del país por el banco cliente del bufete, fracasando la banca extranjera en la consecución de sus ambiciones.

Zacarías y Sempronio imprimieron las actas notariales que se rubricarían al día siguiente en solemne ceremonia, presenciada por miembros del Gobierno, en la sede del victorioso cliente en Barcelona.

Don Casto, el gerente, Sempronio y Zacarías volaron aquella noche a Barcelona. Al día siguiente, a las doce del mediodía, habían de presentar las actas para la ceremonia. Al pasar junto al escritorio donde habían arrinconado a Abigail, Zacarías desvió la mirada y pasó sin saludarla. Zacarías se encargaba de la custodia de los críticos documentos. Le obsesionaba la idea de perderlos, por lo que no había soltado su cartera desde que salieran del bufete para dirigirse al aeropuerto. Al llegar a la habitación de lujoso hotel de Barcelona, abrió la cartera para verificar de nuevo las actas, pero éstas no estaban. Aterrado, intentó hacer memoria. Los nervios le bloquearon el entendimiento, y la duda de si había guardado los documentos en la cartera antes de abandonar el despacho comenzó a atormentarle.

Zacarías tenía que reaccionar inmediatamente. Al final de unos ejercicios respiratorios, logró centrar sus ideas. Efectivamente, había debido de olvidarlos en el cajón de su escritorio. Tenía que recuperarlos como fuera sin que nadie se enterase. Después de mucho cavilar, determinó que no podría recuperar los papeles sin ayuda. Pensó en enviar a su padre al despacho para que buscara los papeles y los llevara a Barcelona en el primer puente aéreo del día siguiente... No, no le dejarían pasar. ¿Y Abigail?

Zacarías telefoneó a Abigail, rogándole por lo que más quisiera que entrara en su despacho y tomara los documentos, que él iría a buscarlos a casa de ella esa madrugada.

- ¿Pero no estás en Barcelona?

- No, no. Yo me he quedado en Madrid y viajaré a Barcelona mañana a primera hora. El problema es que estoy en plena reunión y calculo que no podré pasarme por tu casa hasta las cinco o seis de la madrugada. ¿Me harás el favor?

Abigail se avino a ello, pero diez minutos más tarde devolvía la llamada a Zacarías, asegurándole que las actas no estaban en su cajón. Zacarías casi se desmaya al escucharla. Enseguida pensó en que Abigail no quería ayudarle, lo cuál era lógico, y que tendría que volver él personalmente a Madrid para recoger las actas.

- Gracias, Abigail. No te preocupes, "querida", que ahora me doy cuenta de que llevo los papeles en mi cartera. Adiós, un beso.

Nada más colgar la llamada de Abigail, Zacarías contactó con una compañía de alquiler de coches, para que le dispusieran uno a la puerta del hotel lo antes posible. Pagaría al contado. Sólo por carretera podía llegar a Madrid antes del alba del día de la firma, ya que se había hecho tarde y los últimos vuelos y AVEs había salido ya para Madrid. Luego, llamó al gerente, pues de Sempronio no se fiaba en absoluto, indicándole que no bajría a cenar porque se encontraba con un fuerte dolor de cabeza y prefería descansar en la habitación. Mañana nos vemos después del desayuno ¿vale?

El coche le esperaba en el garaje del hotel. Una hora más tarde, conducía por una autopista con destino a Zaragoza. El agotamiento le causaba sueño, y en más de una ocasión creyó dormirse al volante. A las dos de la madrugada se detenía a reponer combustible en un pueblico pasado Zaragoza, sin embargo, el cansancio le hizo confundir el diésel con la gasolina, y el coche, sencillamente, no arrancó.

El cobrador de la gasolinera no daba crédito al ver entrar a un tipo elegantemente trajeado, fuera de sí. Zacarías apenas podía articular palabra, se le trababa la lengua, intentando explicar que necesitaba vaciar el tanque del coche para volverlo a llenar con gaolina. Apiadado ante aquel espectro, el gasolinero ayudó al muchacho, que se puso perdido el traje con grasa y combustible.

A las tres y media de la madrugada, después de beberse dos litros de Coca Cola, Zacarías proseguía su pesadilla hacia Madrid. El auto dió algunos tirones al principio, pero logró arrancar y, al cabo de un rato, rodaba sin mayores complicaciones.

A las seis y media, Zacarías irrumpió en el bufete. Casi enloqueció cuando comprobó por sí mismo que, efectivamente, Abigail tenía razón y los documentos no se encontraban en el cajón. Había que verle abrir y cerrar archivos como un poseso, levantado todo papel que hubiera sobre el escritorio... Con esas ojeras, con el traje hecho un Cristo, con el pelo enmarañado...

Agotado, hhubo de rendirse a la evidencia, los documentos no estban. Los habían robado. Lo peor de todo, es que rayaban ya las ocho de la mañana y los compañeros del bufete debían de estar a punto de llegar a la oficina. Corrió hacia la puerta, topándose en ella con Abigail.

- Hola, esto... Abigail, perdona pero voy all aeropuerto con el tiempo justo...

- Me ha llamado Sempronio, dice que te encontrabas mal, y que...

- Sí, sí, ahora le veo. Gracias por lo de ayer. Adiós, adiós... Por cierto, ¿no le habrás comentado nada a Sempronio de los documentos?

- Me dijo que los tenía él, que todo estaba listo para la firma.

- ¡Ah, claro! Que los tenía él... Sí, en eso quedamos. Bueno, Abigail, tengo que dejarte.

- Buena suerte.

Zacarías llegó a las diez y media de la mañana al hotel de Barcelona. El presidente, el gerente y Sempronio habían partido ya hacia la sede del banco cliente. La ceremonia trnscurrió con gran repercusión mediática. El presidente del banco agradeció personalmente a todos los del bufete la ayuda que habían prestado. Cuando fue a estrechar la mano de Zacarías, Sempronio hubo de despertarle de un codazo. Al abrir los ojos, Zacarías se encontró con la mirada asombrada del presidente del banco, a cuyas espaldas se encontraba don Casto, con gesto displicente.

Al volver a Madrid, Sempronio fue ascendido a gerente, con un sueldo de ensueño. Zacarías hubo de conformarse con un pequeño ascenso que en nada se asemejaba a la fábula con la que había soñado durante hacía más de un año. Don Casto no volvió a requerir los servicios de Zacarías, traicionado en el último momento por Sempronio.

Abigail se casó y dejó el bufete para llevar una vida más tranquila. Con el tiempo, acabó dirigiendo un departamento de otra prestigiosa firma de abogados, que pugnaban por defender la reconciliación familiar y laboral.

Zacarías también dejó el despacho al cabo de los dos años estipulados. Escarmentado por las tentaciones del poder y el dinero, enfermo de estrés, se retiró a trabajar con una ONG.

Por cierto, Abigail no le invitó a su boda, y don Casto se hizo el sueco cuando se cruzó con él por la calle, tiempo después.

Un abrazo

0 comentarios:

Publicar un comentario