Querido amigo:
Esta es la fabulosa historia de un dramaturgo trostkista que despertó en el modesto hospital de una provincia de poca población, después de haber pasado un año y medio de coma, desde que se sometiera a una cirugía de peritonitis. Su caso había conmocionado a toda la nación, por lo que la prensa se volcó para cubrir su feliz despertar.
Todos recordarán la entrevista que el dramaturgo trotskista concedió a las 24 horas de su restablecimiento. Rodeado de su médico, su esposa y sus herederos, el paciente confesó que había estado plenamente consciente de cuanto ocurría a su alrededor durante su convalecencia, y que tenía mucho que contar. La entrevista no duró más de cinco minutos, pues el doctor consideró que no había que fatigar al trotskista.
Los periodistas se despidieron con la promesa de que volverían al día siguiente para satisfacer la curiosidad del país entero, que se preguntaba qué declaraciones devolverían al dramaturgo la corona de la polémica que detentaba antes de caer en coma.
Sin embargo, lejos de publicar la ansiada entrevista, los titulares de las primeras tiradas de los diarios matutinos anunciaron con grandes caracteres la súbita defunción del adorado dramaturgo, ahora convertido en un mito, acaecida horas después de despertar. Al parecer, las enfermeras lo habían encontrado sin vida momentos después de que la esposa se despidiera para volver al día siguiente.
El suceso desencadenó el consabido rosario de homenajes póstumos y reportajes sobre la vida y obra del ínclito personaje. Enseguida se erigió una escultura conmemorativa en un rincón de la plaza del ayuntamiento de la pequeña capital de provincia donde vivió y se constituyó una fundación para gestionar su vasta obra literaria.
Cuando las amistades del finado acudieron a la viuda para recabar fondos para la fundación, ésta confesó que nada estimable había heredado de su marido, de quien se presumía que había amasado una gran fortuna -como todo trotskista, por cierto-. Aquello provocó la ira de los demás herederos, que se apresuraron a desmentir a la viuda, quien -todo hay que decirlo- era treinta años más joven que el difunto.
La gota que colmó el vaso fueron las fotografías que un diario publicó de la joven viuda acaramelada con un hombre más bien madurito. Ella desafió las habladurías esgrimiendo que no había porque dar explicaciones a nadie de su vida privada, y que ella no creía en eso de enlutarse. Lo curioso es que las fotografías se habían captado antes de que feneciera el dramaturgo.
Se especuló mucho sobre la viuda. Había opiniones para todos los gustos: que si estos trotskistas predicaban el amor libre y que la infidelidad era moneda común entre ellos; que si la pobre joven, resignada a no volver a ver jamás consciente a su marido en coma, abandonada por los hijos de éste, requirió el cariño de otros labios para superar la desgracia; que si estaba hecha una avechucha, y que poco había tardado en dilapidar la fortuna del pobre desgraciado...
Lo sensacional sobrevino cuando los herederos presentaron, una semana después de publicarse las comprometidas fotografías y dos semanas después de la imprevista muerte del dramaturgo, una denuncia en el juzgado de guardia con la sospecha de que su padre había sido víctima de asesinato. Se abrió entonces una minuciosa investigación que prometía un juicio muy interesante.
Pasaron unos meses, y llegó el esperado día del juicio. La prensa se arracimaba a las puertas de los juzgados, al paso de los acusados y de los testigos.
El primero en ser llamado a declarar fue el cirujano, quien aseguró no comprender aún cómo su paciente había podido caer en coma, ya que él, personalmente, había sido testigo de su reanimación después de la intervención.
El juez, entonces, llamó al médico que había tratado el postoperatorio del dramaturgo, para exigirle explicaciones. El doctor, el mismo que posó junto al paciente el día en que éste revivió del coma, se perdió en doctas aclaraciones académicas que sobrepasaban las competencias del juez. Concluyó afirmando que no hubo negligencia alguna por su parte, insinuando después que el coma fue inducido por una mal aplicación de la anestesia, lo que desbocó la cólera del cirujano que, a su vez, se deshizo en imprecaciones hacia el doctor. ¿Cómo puede este animal sospechar de mi profesionalidad? Ambos médicos fueron desalojados en medio de un escándalo intolerable.
Al día siguiente, le tocó el turno a las enfermeras que habían cuidado del paciente durante el año y medio que había permancido en coma. El juez deseaba dilucidar qué había ocurrido durante la comparecencia del dramaturgo para que, al poco de despertar del coma, éste anunciase que tenía mucho que contar. Las dos chicas se ruborizaron, negando que nada anormal hubiera acaecido, con excepción de unos extraños ruidos que el paciente profirió durante los primeros días del coma. ¿Qué clase de ruidos? Las enfermeras no supieron explicarse, no se acordaban bien después de casi dos años. Ruidos como... tintineos, sumbidos, tintineos ... Muy raro. El perito médico que el juez había llamado para intervenir en cuestiones científicas, postuló que los ruidos podían deberse a la expulsión de gases.
La siguiente en declarar fue la viuda del dramaturgo trotskista. El juez indagó en las fechas exactas en las que inició su relación con su actual pareja. La joven se plantó, argumentando que eso no aportaba nada al caso y que su vida privada no debía mezclarse con cuestiones del pasado. El juez se enojó mucho y la amenazó con acusarla de desacato si no se avenía a responder, ante lo cuál la viuda admitió que festejaba con su amante desde mucho antes de que su marido cayera en coma.
- ¡Zorra! ¡Golfa! - exclamó uno de los hijos del dramaturgo.
La viuda se abalanzó sobre el muchacho, y de no terciar un grueso policía, aquello habría acabado como el rosario de la aurora. Una vez sosegados los ánimos, la viuda prosiguió su declaración con las confesiones que su marido le había realizado pocas horas antes de morir... Al parecer, aunque inmovilizado de cuerpo, supo en todo momento cuanto ocurría en la sala donde estaba, habilitada específicamente para él, pues era el único paciente en coma en aquel modesto hospital de provincias. Mi marido aseguraba que las enfermeras celebraban orgías en la sala... Casi todos los fines de semana, cuando los médicos se iban los viernes...
- ¡Eso es una calumnia! ¿Qué sabrá ésta, si no pasó por el hospital durante más de un año? - saltó una de las enfermeras.
- ¿Por qué no explica que le hizo a su marido durante el tiempo que estuvo con él antes de morir? ¡Señoría, ella fue quien le mató! ¿A qué viene tanta farsa? Ella fue la última persona en verlo vivo, nosotras nos lo encontramos ya muerto cuando ella se despidió. No estamos dispuestas a que se nos insulte por esta pelandrusca... - vociferó la otra enfermera.
Entonces, se enzarzaron a tirarse del pelo y a llamarse de todo. El juez suspendió la vista y ordenó el inmediato desalojo de la sala, ante la imposibilidad de neutralizar a las combatientes.
El tercer día de juicio se dedicó a interrogar a los dos hijos del dramaturgo, quienes, trotskistas a ultranza como su progenitor, se presentaron en vaqueros y camiseta, ondeante al viento sus largas, desgreñadas y transgresoras melenas.
Ante la pregunta del juez de qué sospechas les habían motivado a presentar una denuncia de asesinato, el mayor reconoció que había cuestiones económicas que podían conjugar intereses diversos para asesinar a su padre. El gerente del hospital había de gestionar un exiguo presupuesto, por lo que se quejaba a menudo del enorme gasto que suponía mantener a mi padre comatoso en una sala para él solo, rodeado de costosas atenciones. Además, es un facha recalcitrante que no podía ver a mi padre ni en pintura, y en muchas ocasiones intentó incoar el traslado a un hospital de Madrid. Tenemos razones para sospechar que él ordenó retirar paulatinamiente las máquinas que mantenían vivo a mi padre para acelerar su muerte. Cuando mi padre despertó del coma, lo más seguro es que quisiera denunciar las malévolas intenciones de este fascista.
- El doctor que cuidó a mi padre durante el postoperatorio- prosiguió el hijo menor- era amigo literario de mi padre desde hacía años. Mi padre desconfiaba de él desde hacía un tiempo, porque este señor había publicado relatos con ideas, presuntamente plagiadas a mi padre. Los relatos del doctor habían cosechado enorme éxito, del que mi padre era acreedor. Mi padre tenía intenciones de demandar al médico por plagio, cuando enfermó de peritonitis y hubo de ser operado de urgencias... Resulta muy extraño que después de haber sido reanimado con éxito, cayera en coma... Exijo el informe de un forense.
- Y por último -apostilló el hijo mayor- la madrastra ... Ella se burlaba de nuestro padre desde mucho antes de que éste enfermara. En realidad, mi padre estaba a punto de pedirle el divorcio, pero no le dio tiempo. Ella controlaba sus cuentas corrientes y dilapidó toda la fortuna en un año y medio. Cuando mi padre salió del coma, debió de pensar que tendría que internarlo en una residencia para que le cuidaran, para lo cuál ella no tenía ni un duro. Ella nunca amó a mi padre, no crean en las lágrimas de cocodrilo que virtió durante el funeral. Ella fue la última persona en verle vivo.
El juez interrumpió la declaración del muchacho. Un ujier le había traído las pruebas de la autopsia. Se suspendió el juicio hasta el día siguiente.
La última jornada del juicio transcurrió con la sala hasta arriba de prensa y curiosos. No cabía ya ni un alfiler. El ambiente era asfixiante.
El fiscal se levantó de su banco portando una bolsa de plástico con un teléfono móvil en su interior. Ante la sorpresa general se dirigió al cirujano, y le mostró la bolsa: ¿Reconoce este teléfono?
Tras unos segundos de tenso silencio, admitió que aquel teléfono le había pertenecido, pero que se lo habían robado hace tiempo.
- ¿Puede precisar desde cuándo echa de menos este excelente teléfono? - insistió el fiscal, pero el cirujano encojió los hombros sin saber qué responder. - Señor cirujano, comprendo que no se acuerde, pero yo sí que sé cuándo "le hurtaron" el móvil... , porque el forense encontró este aparato en el cuerpo de la víctima...
Un gran alboroto se contagió por toda la sala, sólo mitigado por los frenéticos martillazos del juez.
- Señoría, he aquí la razón de los extraños ruidos que procedían del paciente durante los primeros días del coma... El teléfono del señor cirujano sonó en el organismo de nuestro amado dramaturgo hasta que se agotó la batería...
¡Qué revuelo! Los hijos del difunto insultaban y amenazaban a voz en grito al cirujano, que hubo de ser escoltado por la policía. El médico literato también vituperaba al cirujano, que no sabía dónde meterse.
- Sin embargo -prosiguió el fiscal - si el teléfono pudo haber provocado o no el coma, no es una cuestión fácil de dilucidar. Veamos el informe del forense... "El paciente tuvo muerte natural". Ante esta prueba, señoría, esta acusación retira los cargos contra los imputados.
- ¡Se acabó el juicio! - suspiró el juez.
Al controvertido juicio siguieron muchas demandas, la mayoría de ellas todavía no resueltas. Las enfermeras denunciaron a la viuda por calumnias; los hijos denunciaron a la madrastra por la herencia dilapidada; a viuda denunció al médico por plagiar la obra de su difunto marido; el fiscal inició una causa contra el cirujano por el error médico; el gerente del hospital fue destituído de su cargo, etc...
Diez años después del juicio, prosigue el último drama de aquel trotskista dramaturgo, cuya vida transcurrió como su muerte, un puro teatro.
un abrazo
domingo, 6 de marzo de 2011
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