sábado, 22 de octubre de 2011

La energía y el cerebro

Querido amigo:

Tomando café con Arancha, me contó cómo de vez en cuando soñaba que le llamaban de la universidad porque se había olvidado de cursar y aprobar algunas asignaturas de la carrera. Aquel sueño se repetía en sus noches con cierta frecuencia desde que terminara sus estudios hace ya algunos años, coincidiendo con etapas de estrés o ansiedad.

El cerebro humano simplifica la realidad que nos rodea y la clasifica con emociones. Por ejemplo: la ansiedad que experimentamos antes de un examen queda grabada en algún lugar de nuestro cerebro; si en el futuro atravesamos una época de ansiedad (por razones de trabajo, de pareja, de salud, etc... ), el cerebro reconoce esa emoción y recupera los recuerdos latentes asociados con esa emoción concreta, por lo que soñamos con experiencias pasadas que nos provocaron tal emoción.

De la misma manera, si pronunciamos la palabra alegría, el cerebro rescatará automáticamente recuerdos alegres. Resulta revelador realizar la experiencia de concentrarse en palabras que estimulan el cerebro: felicidad, júbilo, belleza, risa, fiesta, euforia, carcajada, etc... El ejercicio de encadenar palabras asociadas con una emoción puede activar el cerebro, liberando energía que nos induzca esa emoción.

Esto de la liberación de energía no tiene nada que ver con ninguna filosofía oriental, ni mucho menos. Los seres vivos nos alimentamos y sobrevivimos gracias a la transformación de la energía de los alimentos. Cuando nos falta energía, nos sentimos hambrientos y cansados.

El cerebro regula el balance energético del cuerpo humano. Toda actividad humana conlleva un consumo energético. Correr, andar o solucionar un sudoku. Tras varias horas de estudio concentrado, los estudiantes sienten haber consumido grandes dosis de energía, porque pensar gasta mucha energía.

El cerebro procura guiar nuestras apetencias a través de las emociones, porque se encarga de administrar nuestra energía. De esta manera, inspira la pereza antes de ir al gimnasio, donde quemaremos bastantes calorías; inspira divagaciones sin sentido que impiden concentrarse en resolver un problema, porque las divagaciones no consumen tanta energía como el acto de reflexionar; el cerebro nos incita a adoptar hábitos que ahorren la energía de pensar o improvisar.

Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos hemos empleado sustancias que catalizan la liberación de energía. La cafeína de un café o la nicotina de un cigarrillo aceleran la liberación de energía, por lo que después de beber café o fumar, sentimos mayor claridad de ideas. Si consumimos mucha energía de manera muy concentrada, después de tomar café o fumar, luego nos sentiremos más cansados. Deducimos entonces que necesitamos comer algo, beber más café o fumar otro cigarrillo, para recuperar el balance energético.

Si tenemos presente, entonces, que todos nuestros actos y hasta pensamientos, consumen energía, podemos intentar conducirnos de manera más eficiente en nuestras vidas, reservando las energías para aquellas actividades que más exijan y recuperándolas mediante la alimentación cuando sea necesario mantener el balance energético.

Retomando el asunto de la reflexión, parece un hecho que el cerebro asocia la realidad con emociones, y que éstas consumen energía. Por tanto, los pensamientos pueden liberar energía. Pensamientos como tristeza, amargura, ansiedad, estrés, miedo, pánico, tétrico, putrefacto, etc... también liberan energía, pero en este caso ésta nos daña.

Pensemos en felicidad y alegría, que siempre nos ayudará a llevar una vida mejor.

Un abrazo

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Podríamos ser perfectamente objeto de los experimentos de Pavlov. A mí, de lunes a viernes, el cerebro me manda una señal a eso de las 9.30 h porque empieza a echar de menos el cafelito, o mejor dicho, la conversación agradable que lo acompaña y que ayuda a pasar con alegría la tediosa mañana. El día que falta, nada es lo mismo. Gracias por el guiño!

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