lunes, 7 de enero de 2013

A los Reyes Magos

Querido amigo:

Aquel 5 de Enero había transcurrido en un puro frenesí de cierre de contabilidad.

En la empresa, el trabajo se había ido acumulando durante las fiestas navideñas, obligando a doblar los esfuerzos para aliviar la congestión.  El reloj marcaba las once de la noche cuando Paco, el contable, apagó las luces de la oficina y salió a la calle. Se notaba tan cansado que el camino de vuelta a casa se le hacía una proeza heroica. Una hora a pie bajo aquel viento gélido, porque había huelga en el transporte público.

Al pasar por delante de un bar decidió entrar a calentarse.

- Un whisky... ¡sin hielo! por favor - pidió casi sin voz - ¡Perdone! Por favor, que sea doble -.

Tras aquel whisky vino otro, y otro. Paco paladeaba el licor, deseando olvidar en cada trago, pero los recuerdos afluían a su mente como un carrusel desbocado. Siempre le habían tachado de romántico...

Paco, el alegre Paco, con cuyas historias disfrutaba toda la familia, sus papás y sus hermanos, en las vísperas de Reyes, sentados alrededor del abeto decorado de luces, con el Mesías de Haendel sonando en el radio casette... Y Paco, con una taza de chocolate en la mano, se inventaba aquella historia del Rey Baltasar que se perdió por los tejados de Madrid, porque había mucha niebla... ¿Y qué pasó luego? preguntaba su hermanica pequeña... Había un pajecillo muy listo que abrigó una gran idea para hallar a Su Majestad... Y la imaginación de Paco guiaba a toda la familia hasta que, ya muy tarde, los papás disponían que todos se acostaran para no entorpecer la labor de los Reyes Magos. Pero antes, había que dejar las zapatillas al pie del abeto navideño... Y leche con galletas para los Reyes, que necesitarán reponer fuerzas... se empeñaba la pequeña de la familia. Y una vela encendida para que Baltasar no vuelva a perderse... concluía Paco antes de retirarse a dormir.

Todos aquellos momentos se abalanzaban sobre el nostálgico contable, sorbo a sorbo de aquel whisky traidor, que sin piedad, le enredaba en la maraña del pasado. Paco suspiró ante el presente. Hacía años que se había vaciado su fantasía, castigada por las muchas preocupaciones del día a día. Siempre rodeado de albaranes y balances, con su niñez se perdieron las viejas historias de Navidad. Además, la familia se había disgregado y las distancias habían impedido que se reunieran a rememorar aquellas felices veladas navideñas.

Cuando los Reyes Magos entraron en el bar le hallaron con los ojos fijos mirando el espejo de la barra. Aquellos Melchor, Gaspar y Baltasar, acababan de despedirse de los pajes y carteros, de los saltimbanquis y titiriteros, de los malabaristas y magos, y de los prestidigitadores y payasos, junto a quienes habían compartido la tradicional cabalgata que congregaba a toda la chiquillería de aquel barrio humilde de la ciudad. Ateridos de frío después de varias horas a la intemperie, Sus Majestades apetecieron tomar un café bien calentico para entrar en calor.

Al despertar de su ensoñación, Paco se vio rodeado de los magos del Oriente, con sus largas y rizadas barbas, sus relucientes coronas, sus ricos mantos de terciopelo ribeteados de armiño. Creyó que alucinaba y apartó el vaso de whisky, resuelto a pagar y volver a casa.

- ¿Va a dejar libre el banquete? - inquirió Melchor.

- Perdone Majestad... - respondió Paco, saltando del banquete para cederlo a Su Majestad. - me había despistado-.

El whisky y los nostálgicos recuerdos habían deformado tanto la realidad de Paco, que en verdad éste se convenció que los Reyes Magos en carne y hueso se habían presentado en aquel perdido bar para devolverle a la feliz infancia.

- Majestades - comenzó Paco, con la voz empapada de emoción. - Majestades, no imaginan cuánto me alegra volver a verles... Yo, yo soy contable. Trabajo aquí al lado, en una gestoría. Majestades, yo no he sido muy bueno, me merezco sólo carbón... Pero de ahora en adelante me portaré bien... -.

Los Reyes Magos no daban crédito a las palabras de aquel borrachín. ¿Les estaba tomando el pelo o de veras creía que ellos eran los auténticos Melchor, Gaspar y Baltasar? Se cruzaron miradas de asombro y, tras un guiño de Gaspar, resolvieron por seguirle la corriente al contable, en cuyas mejillas resbalaban gordos lagrimones.

- ¿Y qué deseas que te traigamos esta noche? ¿Una botellita de whisky, tal vez? - indagó con sorna Gaspar.

- No, no Majestades... Yo no suelo beber... Hoy se me ha ido un poco la mano porque sentía la angustia aquí en la garganta, ahogándome de pena, recordando que mis padres y hermanos viven lejos de aquí y no nos hemos podido juntar para celebrar la Navidad como antaño, entre historias, villancicos, dulces y risas... Necesitaba cobrar ánimo para volver a casa... Solo, solo...-.

- Entonces, amigo mío - medió Baltasar, traspasado de pena al comprender al buen contable - no bebas más por hoy. Regresa a tu casa y duerme, que mañana será otro día y quizás te aguarden muchas sorpresas-.

Melchor sacó de su bolsillo el patuco que se había perdido de alguna de las muchas muñecas que habían repartido durante la cabalgata.

- Toma, buen hombre, para que te acuerdes de los Reyes Magos. No pierdas este patuquito, y cuando llegues a casa déjalo en la ventana para que sepamos que ahí vive un joven muy bueno al que no hemos de olvidar-.

Tocaban la medianoche en el campanario de una parroquia vecina cuando Paco abandonó el bar. Caminó soportando el frío viento que le helaba el rostro. Al llegar a la puerta de su casa sacó las llaves y, tras varios ensayos, logró acertar a introducirlas en la cerradura. No se dio cuenta de que el patuco caía sobre el felpudo al rebuscar el llavero en su bolsillo.

Una vez dentro, se desplomó sobre el sofá. Una lagrima brotaba, como un arroyuelo de hilo, por su mejilla.

A la mañana siguiente le despertó el timbre de la puerta. Se levantó del sofá algo aturdido. El traje se le había arrugado un poco. Se atusó un poco el pelo y abrió. Se encontró con una hermosa joven.

- Hola, soy Irene, tu vecina. He visto el patuco en el felpudo y pensé que lo habrías perdido - dijo la joven, que disimulaba el rubor que le producía presentarse en casa de su vecino con una excusa tan  burda. Ya hacía tiempo que había puesto los ojos en Paco, pero hasta aquel día no había encontrado oportunidad alguna para entrarle.

No seguiré contando más, querido amigo lector. Ya imaginarás que Paco e Irene se enamoraron y terminaron casándose. Al año siguiente, por Reyes, Paco salió muy tarde de trabajar, pero en lugar de entrar en un bar, se dirigió directamente a casa para contarle un cuento navideño a Irene, y dar cuenta de un delicioso roscón con chocolate. A Irene le tocó la sorpresa.

- Pero yo tengo una sorpresa para ti, Paco. Piensa un deseo... -.

Paco cerró los ojos y recordó su frugal encuentro con los Reyes Magos. ¿Qué deseo? ¿Qué más podía desear en la vida?

- ¿Un hijo? - se le escapó.

Irene le dio un beso enorme y sonrió.

Efectivamente, la familia creció y creció. Volvieron las historias de Navidad... ¿Y cómo te encontraron los Reyes, papá? ¿Qué había dentro del patuco? preguntaba su hijo pequeño, mordiendo el turrón duro. Y Paco sonreía, con la mirada puesta en el Nacimiento, donde el Niño Jesús descansaba sobre un cálido patuco de lana.

Un abrazo

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