Querido amigo:
Cuando Félix cumplió 10 años, sus padres cedieron a su pasión y consintieron en que tomara lecciones de piano. De manera que acudía a casa de una profesora todas las tardes al salir de la escuela.
La música había acompañado a Félix desde la cuna. De la mano de sus padres, el niño había aprendido a reconocer a los clásicos, cuyas piezas más célebres conocía y silbaba. Le apasionaba aquel misterio por el cuál la combinación de ondas sonoras penetraba hasta el fondo del alma, arrancando los más profundos sentimientos.
La tarde en que iba a tomar su primera lección de piano, apenas prestó atención a las clases del colegio. Soñaba con devenir un gran compositor, un virtuoso del piano que recorriera los mejores teatros del mundo cosechando alabanzas y premios.
Sin embargo, la señora Elena, su profesora de piano, no le permitió ni acercarse al apreciado instrumento. La primera lección, así como las que sucedieron a lo largo de casi tres meses, se concentró en el solfeo. Y así solfeando, a los pocos días se apagó la pasión de Félix por el piano.
El día menos esperado, la señora Elena sentó a Félix frente al teclado. El niño temblaba de emoción, por fin aprendería a tocar. Sin embargo, aquel como los días que siguieron, apenas se limitó a pulsar unas pocas teclas. La señora Elena se distraía en pormenores como la postura, los ritmos, la posición de las manos... sin permitirle jugar a interpretar las grandes obras. Todavía no estás preparado..., le repetía una y otra vez, cuando Félix se impacientaba.
Unos meses después, la señora Elena colocó una partitura sobre el atril. Se trataba de una canción popular infantil. Félix se deshacía de ganas por demostrar sus virtudes de pianista, pero tales virtudes no se manifestaron aquella tarde, ni las que siguieron. No tardó en comprender que había subestimado a aquel hermoso instrumento. El piano se le resistía. Incluso una pieza tan simple como aquella canción infantil representaba un enorme esfuerzo de concentración. Con una maño había de sostener el ritmo, mientras que con la otra había de interpretar la melodía. Los dedos se le enredaban, tropezando entre sí. Paciencia, no corras... insistía dulcemente la señora Elena.
Félix se desanimaba, se desesperaba. Tras miles de ensayos frustrados, había terminado por detestar aquella canción popular que tanto le había gustado al principio. Sugirió cambiar a otra partitura, pero la señora Elena no claudicó y se negó a ensayar otra pieza hasta que Félix no dominara la canción infantil.
Horas y horas de ensayos, seguidas por las lágrimas de frustración que Félix derramaba por las noches al reconocerse a si mismo que carecía de aptitudes para el piano, que habría de abandonar sus delirios de gran pianista.
Le faltaba talento, se excusaba ante la señora Elena cuando cometía otro fallo, y ella con dulzura le contestaba que el talento brotaría con paciencia y perseverancia. Y así fue. Al terminar el primer año de lecciones, Félix interpretó la canción infantil ante sus padres y hermanos, cosechando felicitaciones y aplausos. Y cuando había visita en casa, siempre le instaban a interpretar la canción al piano.
Y la historia de esta canción se repitió a lo largo de los años. Años de esfuerzo y fatigas, logros y fracasos. Una canción, otra, otra... Cada partitura más complicada que la anterior... Poco a poco, venciendo, sobreponiéndose a los fallos. Entre el piano y Félix se forjó una profunda relación.
Escuchando ensayar a Félix, la señora Elena afirmaba sentir si éste se encontraba alegre o triste, pues el estado de ánimo del alumno se confundía de alguna manera con la pieza que interpretaba. Paradójicamente, Félix podía transmitir tristeza al tocar una pieza alegre, así como alegría al interpretar una lenta.
Amigo mío, este cuento de Félix duró mientras éste vivió. Atrás quedó la señora Elena y sus lecciones. Con ella, Félix aprendió a respetar al piano, extirpando fantasías de éxito que reducían al instrumento a un "mero instrumento". El piano significaba mucho más, un compañero, un amigo fiel que jamás le abandonaría. A medida que sufría para arrebatarle sus complejos matices, Félix iba compenetrándose profundamente con el piano y, olvidada la abrasadora y pueril pasión inicial, se agrandaba su amor por él. Un amor verdadero e indestructible.
Félix nunca llegó a convertirse en pianista profesional, pero sumidos en una misma soledad, su piano y él volaron juntos por las mayores esferas musicales, durante largos e íntimos conciertos, auténticas conversaciones con Mozart, Beethoven, Listz, Haydn, Schumann, Mendelson, Chopin, Tchaikovsky,.. y tantos otros grandes compositores, que revivían en el alma del músico. Y este Félix cualquiera, se descubría a si mismo durante estos conciertos, ya que cada partitura esconde inextricables caminos para interpretarse, caminos que exploraba el pianista ignorando a dónde le conducirían.
Amigo mío, ya llegamos al final de este cuento de amor. La peregrinación de Félix por la Música a bordo de su piano nos presenta ante el misterio del amor, un misterio en el que se acrisola el conocimiento, el respeto, la dedicación, el sufrimiento... un misterio que colma el alma y vence al tiempo y al espacio.
Un abrazo
domingo, 13 de enero de 2013
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