lunes, 10 de noviembre de 2014

San Maraca

Querido amigo:

Esta mañana no nos despertamos con su fresco hocico acariciándonos las mejillas con dulzura. Se me hizo extraña su ausencia, después de tantos años. Luego, el niño nos preguntó dónde se había metido Maraca. Y no supimos que contestar.

Nuestro hijo apenas ha cumplido cuatro años, y tememos que pueda traumatizarle la verdad. Llevo todo el día cavilando una respuesta convincente. Pienso y pienso, y mis reflexiones se mezclan con el recuerdo aún caliente de nuestro perro Maraca.

Mi mujer trajo a Maraca en el momento más difícil de nuestro matrimonio. No llevábamos más de un año casados y los continuos roces de la recién inaugurada convivencia amenazaban con dar al traste con todo. Tal vez nos habíamos atado el uno al otro aún demasiado jóvenes. Y de repente, el día en que mi depresión tocaba fondo, se presentó ella con un cachorro.

Aquella indefensa y tierna criatura obró entonces su primer milagro. Saltó de la cesta en donde había venido y, torpemente, con los ojos cerrados aún, se arrimó a mis pies y se acurrucó. Aquella escena sigue aún viva en mi recuerdo. Su paso vacilante, tropezando consigo mismo, nos sugirió el nombre de Maraca. Tal vez aquel nombre, que acordamos juntos después de muchas otras divertidas tentativas, dio comienzo a una nueva vida conyugal. Por primera vez en mucho tiempo nos reíamos juntos, y por primera vez en mucho tiempo nos poníamos de acuerdo en algo.

Vienen a mi memoria los biberones que le dábamos hasta que pudo comer su pienso; los cataclismos que armábamos cuando nos encontrábamos sus cacas y sus pises en los lugares más inesperados de la casa, hasta que aprendió a esperarse al paseo... Y por la calle, todo cuanto hacía nos provocaba la risa. Maraca jugaba con todo niño que se cruzara en nuestro camino. En poco tiempo se convirtió en el cachorrico más popular del barrio. Gracias a Maraca, salimos de nuestra burbuja y conocimos a nuestros vecinos. Al poco tiempo, de coincidir en el parque, terminamos por trabar amistad.

¡Qué vitalidad! Maraca parecía no fatigarse nunca. Todavía me cuesta comprender cómo un perro tan chiquito podía tirar de mi con tal fuerza. Era la vida que se abría camino a empellones.

Han transcurrido cerca de quince años desde entonces, y cuánto ha cambiado mi vida desde que Maraca llegó a ella. Tanto amor recibido de una criatura, con tanta generosidad, sin pedir nada a cambio... parecía casi increíble. Pero ahí estaba, era real el sentido que Maraca tenía para intuir si nos encontrábamos alegres o tristes. Junto a él los tragos amargos pasaban mejor, pues se acercaba despacico, humilde, sencillo, buscándonos poco a poco con el morro, con la patica, hasta que le mirábamos y nos hallábamos ante su mirada clara, luminosa, que parecía decirnos que la pena carecía de todo fundamento... Y se obraba el milagro... porque siempre logró despertarnos una sonrisa.

Bajar a pasear a Maraca o, mejor dicho, cuando Maraca nos bajaba a pasear... Bajo la luna llena en verano, bajo la lluvia en otoño, en medio del frío cortante del invierno, en medio de las fragancias primaverales. Con su alegría Maraca sembraba la magia en el melancólico arrabal obrero donde vivimos. Con él corriendo, olisqueando, trayéndonos palitos con la boca ¡qué más se le podía pedir a la vida!

Había algo más... Superados los tortuosos inicios, nuestro matrimonio había hallado la armonía, gracias en gran medida al amor catalizador de nuestro Maraca, que fue el reactivo para que nuestras almas se liberaran de todo lastre y se dedicaran a aquello para lo que estaban predestinadas, a amarse. Fruto de ese amor, hace algo menos de cuatro años nació nuestro hijo.

Maraca se volvió loco de alegría. A veces creo que mi perro sentía como una persona más. Pero no,.. Maraca no nos defraudó nunca.

El bebé creció fascinado con Maraca, y cuando supo gatear ya se tiraba encima del perrico, cuya paciencia casi paternal, desbordaba bondad sin límites. Mi hijo encontró en Maraca a su mejor amigo, a su mejor compañero de juegos. Y ahora que Maraca nos ha dejado...

Hijo, Maraca se ha ido... al cielo de los perros. Se ha ido porque se le acabó la vida aquí con nosotros. Ahora jugará con los ángelicos. Se ha ido porque nos quería mucho y porque nosotros le queríamos mucho; y porque si todo lo que empieza no terminara alguna vez, entonces no tendría sentido quererse tanto.

El niño me miró con tristeza. No sabía si había comprendido el misterio del amor, el misterio de la vida. Supe que sí cuando debajo de la cama descubrió el muñeco con el que jugueteaba Maraca, y abrazándolo con una sonrisa, corrió a mi torpemente para darme un beso. Supongo que este es el último milagro del perro santo, de nuestro querido y siempre presente San Maraca.

Un abrazo

0 comentarios:

Publicar un comentario