domingo, 23 de noviembre de 2014

La ley de la jungla

Querido amigo:

La selva amaneció inquieta. Los pájaros difundieron la noticia.  Se habían avistado a unos hombres abriéndose camino en la espesura a machetazos.

Los animales huían despavoridos hacia el corazón más impenetrable de la jungla, allí donde la densidad de la vegetación constituía un muro impenetrable.

El cuervo real despertó a Su Majestad el león, que dormía apaciblemente a orillas del río.

- Al parecer, Majestad, algunos hombres de la expedición van armados con machetes y otros con escopetas. El resto, sin embargo, portan redes -, informó el cuervo.

El león frunció el ceño, muy preocupado. Otras veces se habían aventurado los hombres en su reino, y siempre habían dejado desolación y tristeza a su paso.

- ¿Cazadores? -, inquirió con un tremendo rugido.

- Hasta ahora no han disparado ni un solo tiro, Majestad.

El rey ordenó que todos los animales evacuaran la zona por donde se movían los humanos.

- Que los elefantes, las jirafas, los hipopótamos... que todos los animales grandes ayuden a los pequeños a atravesar el río. Hoy se prohíbe cazar. Todos han de salvarse.

Inmediatamente, una bandada de pajarillos emprendió el vuelo para transmitir las órdenes del monarca por todos los rincones de la selva.

- Majestad ¿qué haremos si los hombres llegan al río? -, preguntó el cuervo real.

- Que se preparen los tigres. 

En ese momento aterrizó un loro que había crecido en casa de unos humanos hasta que logró fugarse. Desde entonces servía como intérprete para Su Majestad el león, ya que durante su convivencia con los hombres había aprendido a hablar su lengua.

- Majestad, no hay de que preocuparse. Los hombres sólo están cazando insectos. No son cazadores, son científicos que recogen escarabajos, mosquitos, mariposas... - explicó el loro.

El león profirió un rugido terrible, y acto seguido desapareció entre los árboles.

- ¡Majestad, dónde váis! ¡Es peligroso! - gritó el cuervo real. - ¡Seguidle! - ordenó a las hienas.

Mientras tanto, el león atravesó la selva corriendo con todas sus fuerzas, dejando muy atrás a las hienas que le seguían para escoltarle.

Al llegar donde se encontraban los hombres, irrumpió de un salto magnífico en medio de ellos, y de un solo zarpazo desarmó a varios de ellos. Uno de ellos empuño la escopeta, pero le temblaban tanto las manos del miedo que erró el disparo y apenas rozó a Su Majestad. Al cabo de unos instantes, toda la comitiva había salido huyendo, aterrada.

Fue entonces cuando llegaron el cuervo real y las hienas.

- Majestad ¿estáis herido? 

- No es nada, ahora ayudarme a libertar a los insectos de las redes. 

Entre todos desenredaron a las infelices mariposas y a los escarabajos que habían quedado atrapados por los científicos. Su Majestad los contempló con cariño sobre sus zarpas, antes de impulsarlos para que emprendieran el vuelo. El cuervo contemplaba la escena admirado.

- Pero Majestad... ¿Arriesgar vuestra vida por tan insignificantes criaturas? 

El león le respondió con una mirada feroz.

- !En mi reino nadie es insignificante, cuervo presumido! - replicó Su Majestad. - Tal vez ya no recuerdas que de cachorro estuve a punto de sucumbir de unas terribles fiebres, de no haber sido porque un escarabajo me inoculó su sangre, gracias a la cuál remitió la calentura y logré sobrevivir. Entonces comprendí que la más pequeña de las criaturas de la selva era tan importante como la más grande, y prometí batirme con quien fuera que se atreviera a amenazarlas. 

La zarpa del rey se curó y el cuervo real no olvidaría nunca las sabias palabras de su soberano. Los hombres volverían a la selva, pero siempre saldrían huyendo porque, en aquella selva, todos, desde el más fuerte al más débil, lucharían solidariamente para preservar la armonía, la belleza, el equilibrio y la paz de un ecosistema  lleno de amor y secretos.

Un abrazo


 

0 comentarios:

Publicar un comentario