Querido amigo:
El estudio de televisión rebosaba de público. El programa cosechaba los mejores niveles de audiencia del país. Todo el mundo hablaba de las cotidianas historias que a diario veían la luz en aquel programa: madres solteras, arruinados, parados, pensionistas, voluntarios, refugiados, reconciliaciones, drogadictos, etc... Todo un rosario de miseria, adornado con el lazo verde de la esperanza. ¿Quién no conocía algún caso similar? La desdicha reivindicaba su - durante tantos años - callado heroísmo.
Aquel día se contaba la historia de un tipo de treinta años que había sido abandonado al nacer y se había criado con las Hermanitas de la Caridad. El joven había sido contactado dos días antes para que su vida protagonizara el espacio televisivo de más éxito del país.
La presentadora le recibió con dos besos y le acompañó hasta un cómodo sofá. Hasta la primera pausa publicitaria no se habló más que de cómo había su infancia con las monjicas, sus estudios, su trabajo, su día a día...
Al arrancar la segunda mitad del programa ya se batían las mejores marcas de audiencia. Los patrocinadores daban saltos de alegría. La hermosa presentadora anunció una gran sorpresa. Tras algunos titubeos dialécticos informó que había alguien esperando a entrar en el plató para abrazarse al joven invitado. ¿Quién...?
- ¡Señoras y señores, el señor Expósito va a conocer a sus padres ahora mismo!
Las cortinas del estudio se descorrieron para dar paso a una pareja de unos cincuenta y tantos años que se abalanzó sobre el invitado, cubriéndole de besos y abrazos. ¡Qué momento! Entre el público asistente, no pocos lloraban ante tan emotiva escena.
El resto del programa versó sobre la accidentada vida de los padres que, muy jóvenes y sin una perra en el bolsillo, entregaron a su bebé a la Beneficiencia. Durante años habían buscado a su hijo sin éxito. Por fin, la sociedad de la tecnología y la información había favorecido los medios para reunir a la familia. El invitado apenas podía pronunciar nada coherente, tan inmensa había sido la impresión recibida. Las lágrimas le corrían por las mejillas como ríos desbocados.
Al concluir la emisión, se apagaron los focos del estudio. La presentadora tornó su encantadora sonrisa por una mueca de cansancio. Cuando se retiraba a su camerino se despidió de los padres: Hasta mañana.
El joven señor Expósito se quedó extrañado: No sabía que mañana también teníamos que venir, dijo a sus padres. Los cincuentones se miraron entre sí, como sin comprender, y se retiraron también a los camerinos, dejando solo al hijo en medio del plató.
Entonces llegó un señor muy trajeado que se presentó como el regidor del programa.
- Expósito, muchas gracias por participar en el programa. Le acompañaré a la salida. ¿Le ha dado ya su número de cuenta a la ayudante de realización para que le ingresemos sus honorarios?
- Pero, ¿y mis padres?
- ¿No hablará usted en serio?
El joven no entendía nada de aquello. ¿Es que se iba a marchar solo sin saber siquiera dónde volver a ver a sus padres?
- Señor Expósito... Lamento informarle de que esos señores no son sus padres, son actores que colaboran con el programa... Siento mucho el malentendido. Ya decía yo que usted estaba verdaderamente genial durante la entrevista ¡claro, usted no sabía nada! Bueno, en cualquier caso, le agradará saber que hemos alcanzado cotas históricas de audiencia.
El joven se marchó dejando al regidor con la palabra en la boca. Cuando sintió el frío invierno de la calle, todavía resonaban en su cabeza las... cotas históricas de audiencia.
¡Feliz día de los Santos Inocentes!
Un abrazo
jueves, 30 de diciembre de 2010
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1 comentarios:
Me ha recordado mucho al Método Gronholm. Está muy bien escrito y me gusta ese final realmente frívolo que hace que toda la magia se apague nada más apretar el off de la tele. Lo peor es que gusta.
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