lunes, 27 de diciembre de 2010

Invisible, nunca más

Querido amigo:

Decidió salir de la invisibilidad una tarde al llegar a su casa después de una azarosa jornada laboral. ¿Se podía saber qué pasaba con los habitantes de aquella ciudad? ¿Es que no tenían ojos en la cara? ¡Ella no era invisible y lo iba a demostrar!

No se trataba de alcanzar la fama, nada de eso, ella adoraba llevar una vida normal. Sólo reivindicaba un poco de respeto, solamente eso, una pizca de respeto. Comprendía que su ciudad era muy grande y que las personas siempre llevaban prisa, pero ella sólo les pedía respeto ¡la hacían sentir como si fuera invisible!

Se arregló para salir, pues tenía una entrada para el teatro. Como estaba muy morena aquel verano, optó por ponerse el vestido amarillo. Se sentía preciosa. Una buen comienzo para hacerse visible en aquella jungla llena de salvajes.

Ya en la calle, se puso a caminar por el lado derecho de la acera, dispuesta a no retirarse si algún "ciego" se interponía en su camino. No había pasado ni un minuto cuando un señor salió de su portal, la miró, y se plantó delante. ¡Toma empujón! ¿Qué se creía ese tipo, que ella era de aire?

Continuó su periplo hacia la boca de metro. Una señora paseaba a su perrico y, ni corta ni perezosa, dejó correr la correa de manera que el animalico se alejó obstaculizando el paso con el cordel. ¡Empujón! ¿Pensaría que la calle era sólo para ella y su perro?

En el metro tuvo unos cuántos encontronazos. ¿Las personas nunca se apartaban de su camino? ¿Siempre tenía que apartarse ella? ¡Se acabó! ¡Empujón!

Al llegar al teatro, había empujado a media ciudad que había entorpecido su paseo. Se sentía más aliviada. Por fin salía de la invisibilidad, aunque fuera por las bravas. Durante el intermedio se levantó para ir al aseo. Una chica joven se paró justo en la puerta, hablando con el móvil, como si estuviera ella sola en el teatro. ¡Empujón, y paso libre! ¡Le tiró hasta el móvil!

Al final del último acto, la tensión del drama alcanzaba los cielos. Ella estaba en pleno éxtasis, su corazón y su mente sumidos en el desenlace de la obra. La última escena, un sublime diálogo entre la pareja protagonista... y entonces sonó, abruptamente, como un arma de fuego, histriónicamente... ¡un teléfono móvil! ¡Su teléfono móvil! ¡Había olvidado pornerlo en silencio!

El actor perdió toda la tensión dramática por culpa del insistente tono, mientras nuestra "invisible" amiga urgaba en su bolso con frenesí ¿dónde estaba el condenado teléfono? Cuando lo halló en medio de un caos de llaves, pañuelos maquillaje, espejo, peine, etc... ¡habían sonado más de diez tonos! Por supuesto, en cuanto lo tuvo en sus manos, quienquiera que llamase con tanta insistencia se cansó y colgó. Al levantar la mirada de la pantallica del móvil, sintió que, definitivamente, ya había dejado de ser invisible. Todo el público, hasta los dos actores la miraban con cara de pocos amigos. Una voz en la platea la increpó, y luego otra y otra... El teatro le tributó un sonado abucheo. Hubo de salir corriendo escoltada por los acomodadores.

Todo esto acaeció el día en que decidió dejar de ser invisible.

Un abrazo

2 comentarios:

Una astrofísica por el mundo dijo...

Ya me parecía a mí que eso de dejar de ser invisible a costa de empujar y avasallar al quien se cruce en nuestro camino no era buena idea...

Muy buena moraleja, querido amigo.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

¡Lo consiguió con su propia medicina!

Muy bueno, Javi. Te sientan muy bien las vacaciones... ¡Vuelve pronto!

Besicos,

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