Querido amigo:
Aquella mañana de lunes llovía intensamente. El tráfico se había convertido en un puro infierno.
Un taxista que acababa de tomarse un par de brandys se desgañitaba riñendo y pitando a todo el mundo. En un semáforo próximo, divisó a un tipo vestido con un abrigo oscuro, muy largo. Éste tiene pasta, pensó. El cliente se acomodó atrás, y luego abrió un maletín de donde extrajo un fajo de billetes que dejó en el asiento del copiloto. Todo este dinero será suyo si llegamos al aeropuerto en un cuarto de hora, ni un segundo más.
El taxista aceleró y abandonó la congestionada avenida por la primera bocacalle que encontró. Debe haber varios miles... Eso no lo gano yo ni en dos meses. Conducía sin mirar al tráfico, la vista se le iba a los billetes. Se saltó varios semáforos y cerca anduvo de arrollar a un peatón. Se montó en la acera y adelantó a varios vehículos atascados. Al llegar a la autopista, sacó un pañuelo blanco por la ventanilla como si llevara un caso grave y aceleró por el arcén.
Habían pasado diez minutos. Levantó la vista y distinguió a su pasajero por el retrovisor. Éste esbozó una siniestra sonrisa. ¿Quién será? Algún alto ejecutivo, seguro. ¿Quién si no se permitiría pagar semejante suma por una carrera de taxi?
Entonces, el pasajero, como si hubiera leído los pensamientos del taxista, se desabrochó el botón superior del abrigo descubriendo un alzacuellos. El taxista abrió unos ojos enormes y se giró para comprobar si su imaginación no le engañaba. El viajero seguía sonriendo, mostrando una tétrica dentadura. Trece minutos, indicó el taxista, procurando disimular su turbación.
Al volver la mirada hacia la carretera, apenas pudo reaccionar... Hundió el pie en el freno para evitar empotrarse contra un furgón quehabía parado en el arcén. El taxi chocó lateralmente con el quitamiedos y salió rebotado hacia el furgón. El airbag se disparó ocultando el mundo tras él. Cuando el taxi se detuvo por fin, el taxista no halló ni rastro de su pasajero ni del fajo de billetes. El furgón, que había resultado indemne, portaba un letrero en una ventanilla lateral que rezaba Madrid-Los Ángeles. En ese momento, el cronómetro marcaba dieciséis minutos, y el taxista comprendió que acababa de escapar de las garras del mismísimo diablo.
Un abrazo
domingo, 5 de diciembre de 2010
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1 comentarios:
He leído este relato y "Los caminantes" unos detrás de otro y no sé cuál me gusta más...
Qué gran regalo de domingo!!
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