Estimado amigo:
Los tres amigos habían concertado pasar un fin de semana juntos en la casa de campo de uno de ellos. Su amistad sobrevivía desde los tempranos años de guardería. Ahora, se reencontrarían tras casi diez años sin verse. Sus vidas habían evolucionado de forma muy distinta.
Marco había destacado en las finanzas y residía en Londres, donde ocupaba un buen cargo en un banco. Se presentó conduciendo un modelo deportivo, acompañado de su novia inglesa. Ambos vestían de marca, sin sacrificar detalle alguno al mediocre gusto.
Tomás dirigía el departamento de ingeniería de una gran multinacional. Se había casado nada más acabar los estudios con María, su novia de toda la vida. Ya tenían tres hijos, que habían logrado repartir entre los abuelos para poder acudir a la cita con los amigos. Tomás y María llegaron en un monovolúmen lleno de juguetes y muñecos.
Marco y Tomás, con sus respectivas parejas, se preguntaban en qué lugar viviría Javier, el tercer y último amigo. Javier no acabó sus estudios, por lo que malvivía de la escritura, arte que siempre profesó desde que tenía uso de razón y aprendió a hablar. Se había retirado a vivir a un pueblo del corazón de Castilla, rodeado de montañas y salvajes bosques. Con lo poco que ingresaba con sus artículos, sus comedias y sus cuentos, se pasaba buena parte del día restaurando una casa de pueblo, que desde que murieron sus abuelos hacía treinta años, había permanecido cerrada. Allí vivía, rodeado de vigas descubiertas, sacos de yeso y cemento, tejas, ladrillos y silencio, sobre todo silencio, para poder escuchar a la inspiración.
Los invitados llegaron a casa de Javier, que hubo de disimular al sorprender la mueca de disgusto que desfiguró la sonrisa artificial de la inglesa al ver el estado semiruinoso de la casa. Sólo lo notó Javier, sensible por naturaleza hasta a los gestos más sutiles e imperceptibles.
Los tres amigos se fundieron en un largo y sentido abrazo. Tenían muchas cosas que contarse, aunque Tomás y María no se despegaran del móvil. El pueblo, que tenía quince vecinos y un bar, carecía de cobertura, por lo que los cuatro invitados se sintieron algo desconcertados, y la ansiedad comenzó a apoderarse de ellos conforme pasaban las horas.
Cenaron una barbacoa al aire libre. Javier había comprado un lechal recién sacrificado, que se deshacía en la boca. No obstante, sobró mucha cantidad porque los invitados se limitaron a probar las chuleticas, preocupados por engordar y perder en una cena la línea que tantas horas de gimnasio y privaciones culinarias les había costado mantener.
Bajo un cielo estrellado, se enfrascaron en una curiosa conversación. El vino de la tierra despegó los labios y sinceró los corazones.
Las campanas de la ermita del pueblo tañeron lánguidamente, mecidas por el viento. En aquel rincón de la Castilla profunda, parecían no haber superado la Edad media, pensaba la inglesa mientras paladeba su tinto.
María se olvidó por unos instantes de sus tres retoños, y recordó en voz alta los siete pecados capitales de la iglesia medieval: Lujuria, Pereza, Gula, Ira, Envidia, Avaricia y Soberbia.
Marco el financiero opinaba que los tiempos habían progresado y que aquellos siete pecados que amenazaban a los ancestros, carecían de sentido en el presente. ¿Lujuria? Todo programa televisivo que se precie, toda publicidad exalta la lujuria. ¿Pereza y Avaricia? Vivimos en los tiempos del enriquecimiento rápido y sin esfuerzo. ¿Gula? Tenemos las neveras repletas de alimentos que caducan porque no los consumimos para no engordar. ¿Ira y Soberbia?
Javier intervino en este lance. ¿Ira y Soberbia? ¡Cómo no experimentar la ira ante el mundo que nos acabs de describir! ¿Soberbia? La de esos pelanas que de la noche a la mañana se ven con un móvil de empresa, se engominan el pelo y apostatan de sus dignos y humildes orígenes para codearse con lo más "pijo" de la alta sociedad.
Se hizo un silencio tras las duras palabras de Javier. Tomás, que no se había dado por aludido, terció reconociendo que el progreso se cobraba siempre un precio y que no sólo había que destacar lo negativo, si no ensalzar lo bueno de nuestra época.
La inglesa, que no había cejado de quejarse en silencio ante Marco por las incomodidades de aquella casa, instándole a poner una excusa y largarse al día siguiente a primera hora, confesó contar con sus propios pecados capitales, a saber: llevar calcetines blancos con zapatos ¡el sursum corda del mal gusto! La heterosexualidad, ir a misa, engordar, casarse, un móvil del año pasado y vivir de alquiler.
Tomás recogió las perneras del pantalón para evitar que se vieran sus calcetines blancos. María enrojeció al confesarse que asistía a misa los domingos, si bien tenía tantas preocupaciones en la cabeza que siempre se distraía del sermón. La conservadora pareja rió las ocurrencias de la inglesa, enmascarando sus heridos "egos" y confensando ser "pecadores" con una mal fingido sentido del humor. Aquella británica engreída se burlaba de ellos por haber formado una familia y haber criado panza o por creer en Dios. La hipoteca que pagaban por un piso en un buen barrio de Madrid no les permitía vestirse mejor, ni cambiarse de coche o de móvil cada dos por tres... ¡qué se creía esa pija sin moral ni valores!
Javier volvió a tomar la palabra. ¿Sabéis cuáles son los pecados capitales de hoy en día? En realidad, más que pecados, son actitudes que impiden el progreso y la convivencia... A saber: la frivolidad, el conformismo, la imagen, el derroche, la infidelidad, la hipocresía y, sobre todo, el miedo. ¿La frivolidad? Me mortifica la indiferencia de la "gente bien" ante las injusticias del mundo. ¿El conformismo? Rechazo que no sea pecado el pensar que el mundo no puede mejorar. El egoísmo asociado a pensar que cada cuál se apañe con sus problemas mientras a mi no me toquen lo mío. ¿La imagen? Esas clínicas de estética, ese "qué diran" siempre amenazando nuestra intimidad. ¿El derroche? ¿La infidelidad? Campean a sus anchas, desgraciadamente, en nuestros días. ¿La hipocresía? Es la religión de la gentuza. ¿El miedo? De ese pecado no nos salvamos ninguno, pues todos somos unos malditos cobardes.
Javier continuó su incómoda perorata. Bajo las piedras de nuestro pasado escucho gritar las ánimas de aquellos que murieron sin sentido... a hierro y fuego... Claman a que luchemos por un mundo mejor, más humano, donde el respeto y la dignidad no se compren ni vendan con dinero, ni dependan del color de la piel ni de las creencias... Y si para alcanzar la humanidad, hemos de evolucionar y olvidar tradiciones, costumbres elitistas, nacionalismos y pasiones... El mundo lo agradecerá... Tenemos una responsabilidad, nosotros afortunados frente a quienes no lo son tanto, frente a aquellos cuyo único pecado consiste en "nacer y sobrevivir".
¿Quién te crees que eres Javier? preguntó el financiero .Yo te lo diré. Eres un iluso...
No, Marco, no soy un iluso. Me atacas porque represento el mayor enemigo para ese cenagal tuyo de finanzas y avaricia... Soy un Utópico.
Los tres ex amigos se despidieron aquella misma noche. Las parejas regresaron a Madrid y, sufriendo la soledad bajo un infinito estrellado, el joven Utópico se entregó a sus sueños pacíficos, pero peligrosos, sueños que se vivirán reales antes del fin de los tiempos, recordándole a los humanos que la grandeza de su condición vulnerable y "pecadora" no conoce límites.
Un abrazo
domingo, 26 de junio de 2011
viernes, 24 de junio de 2011
Un trébol
Estimado amigo:
Mi nieta acaba de cumplir seis añicos. Desde que aprendió a dar sus primeros pasos me acompaña casi todas las tardes a pasear por el campo. La pequeña gusta de escuchar mis cuentos y fábulas. Yo alimento su fantasía y ella me contagia su vitalidad, su alegría, ya que a su lado me siento rejuvenecer y olvido los achaques que mis muchos años me cargan sobre los huesos.
Desde que le conté la historia del duende de la suerte, a mi nieta se le metió en la cabeza encontrar un trébol de cuatro hojas. La criaturica se revolcaba por los verdes pastos primaverales en busca de la plantica de la fortuna.
¡Abelo ven! - me grita desde un predio. Me sigue llamando abelo como cuando era muy pequeña. ¡Qué bien me conoce! ¡Sabe que no puedo resistirme a su abelo! Así que salto la cerca del prado y me uno a ella en su infatigable búsqueda del imposible trébol. Al final, acabo subiéndomela sobre los hombros y, a caballito, regresamos cantando a casa.
Esta tarde se ha armado un gran revuelo en el pueblo, porque la nena ha encontrado un verdadero trébol de cuatro hojas. ¡Abelo, abelo! ¡He encontrado uno! ¡Un trébol de cuatro hojas! - me gritó emocionada.
A ver, hija, a ver... Efectivamente, un trébol de cuatro hojas. Déja que lo examine... A veces, la lluvia arrastra las hojas sueltas de los tréboles y alguna de éstas se queda pegada en otro trébol, provocando la ilusión de que éste posee cuatro hojas. Pasé el dedo por encima y me quedé pasmado, porque aquel trébol verdaderamente poseía cuatro hojas.
¿Dónde lo has encontrado, bonica? - le pregunté. La niña me indicó con el dedo. Ahí, en la tapia de la fábrica de papá. Me quedé blanco de la sorpresa. Inmediatamente tomé a la niña de la mano y eché a correr hacia el pueblo. ¿Me dará suerte el trébol, abelo? No supe contestarle...
El pueblo entero recoge sus enseres y abandonan sus casas, temerosos de una desgracia porque mi nieta, de seis años, ha hallado un trébol de cuatro hojas junto a la tapia del lugar donde trabaja su padre, ... ¡la central nuclear!
Un abrazo
Mi nieta acaba de cumplir seis añicos. Desde que aprendió a dar sus primeros pasos me acompaña casi todas las tardes a pasear por el campo. La pequeña gusta de escuchar mis cuentos y fábulas. Yo alimento su fantasía y ella me contagia su vitalidad, su alegría, ya que a su lado me siento rejuvenecer y olvido los achaques que mis muchos años me cargan sobre los huesos.
Desde que le conté la historia del duende de la suerte, a mi nieta se le metió en la cabeza encontrar un trébol de cuatro hojas. La criaturica se revolcaba por los verdes pastos primaverales en busca de la plantica de la fortuna.
¡Abelo ven! - me grita desde un predio. Me sigue llamando abelo como cuando era muy pequeña. ¡Qué bien me conoce! ¡Sabe que no puedo resistirme a su abelo! Así que salto la cerca del prado y me uno a ella en su infatigable búsqueda del imposible trébol. Al final, acabo subiéndomela sobre los hombros y, a caballito, regresamos cantando a casa.
Esta tarde se ha armado un gran revuelo en el pueblo, porque la nena ha encontrado un verdadero trébol de cuatro hojas. ¡Abelo, abelo! ¡He encontrado uno! ¡Un trébol de cuatro hojas! - me gritó emocionada.
A ver, hija, a ver... Efectivamente, un trébol de cuatro hojas. Déja que lo examine... A veces, la lluvia arrastra las hojas sueltas de los tréboles y alguna de éstas se queda pegada en otro trébol, provocando la ilusión de que éste posee cuatro hojas. Pasé el dedo por encima y me quedé pasmado, porque aquel trébol verdaderamente poseía cuatro hojas.
¿Dónde lo has encontrado, bonica? - le pregunté. La niña me indicó con el dedo. Ahí, en la tapia de la fábrica de papá. Me quedé blanco de la sorpresa. Inmediatamente tomé a la niña de la mano y eché a correr hacia el pueblo. ¿Me dará suerte el trébol, abelo? No supe contestarle...
El pueblo entero recoge sus enseres y abandonan sus casas, temerosos de una desgracia porque mi nieta, de seis años, ha hallado un trébol de cuatro hojas junto a la tapia del lugar donde trabaja su padre, ... ¡la central nuclear!
Un abrazo
domingo, 19 de junio de 2011
El Tiempo
Querido amigo:
Bienvenido, presintió que le saludaban. Decimos "presintió", por no encontrar otro término más apropiado para describir lo indescriptible... ¿Lo "indescriptible"? Así parece..., lo "indescriptible" se revelaba ante él, o tal vez ella (en este relato, tanto da "él" como "ella"). No podía oír y, sin embargo, presentía nítidamente todos los sonidos del mundo. Tampoco podía ver y, no obstante, todo presentía ver. En resumen, se hallaba en un estado indefinido en el que sus cinco sentidos parecían haberse desvanecido mientras que "presentía" cuanto había acaecido, cuanto sucedía y cuanto hubiera de ocurrir. ¿Lo entiendes ahora, lo "indescriptible"?
Ahora lo entiendo todo, todo cobra sentido en mi, presintió que respondía. ¿Respondía? ¿A quién respondía? Al fin te veo cara a cara... Siempre he sabido que estabas ahí.
Siempre, yo soy Siempre, Yo soy Todo. Siempre has estado conmigo y Yo he estado en ti, pues soy el Tiempo.
¿El Tiempo?
Sólo los seres racionales me sienten, mejor dicho me "presienten"... ¿Conoces algún otro ser de la Naturaleza que me "presienta"? Tomemos, por ejemplo, un simio ¿crees que se preocupa por el paso del Tiempo? ¿Siente el Tiempo? El Tiempo surge de la Razón, y en toda la Naturaleza, sólo los seres humanos cuentan con Razón... Aunque no sepáis hacer buen uso de ella.
Entonces, ¿dado que tenemos Razón podemos sentir el Tiempo?
Efectivamente.
¿Quiere decir que el Tiempo reside intrínsecamente en cada persona?
En realidad, el Tiempo reside en la Razón que desarrolla toda persona.
Muy interesante... El Tiempo... ¿Pero qué es el Tiempo?
El Tiempo pasa y los seres humanos apenas tomáis conciencia del mismo. Me denomináis de muchas formas: años-luz, milenio, siglo, década, lustro, año, mes, día, hora, minuto, segundo, etc... Me sentís sólo como el Presente, pues os falta el poder de "presentir" el Pasado y el Futuro, como ahora "presientes".
Es cierto... ¿Qué dimensión tan extraña es esta donde me hallo? El Presente, el Pasado y el Futuro confluyen, y claramente puedo apercibirlos.
¿Dimensión? No hay dimensiones aquí.
No es posible, ¿cómo que no hay dimensiones? Todo tiene sus tres dimensiones: largo, ancho y alto. ¡Cómo si no!
Los pensamientos carecen de forma, no son aprehensibles por los cinco sentidos que los seres humanos habéis identificado. Los pensamientos y los sentimientos no poseen volumen, no se miden en largo, ancho o alto ¿comprendes? No hay materia. La Ciencia de los seres humanos no concibe que pueda existir algo sin materia, sin dimensiones, sin tiempo... Vuestra Ciencia ha acuñado una palabra para describir algo ingrávido, adimensional y atemporal: la Nada.
Por ello muchos han negado tu existencia.
Tú lo has dicho. Al menos han creído que Yo soy la Nada, sólo porque no cabía en sus cálculos.
¡Pero los sentimientos sí existen!
No se miden. Recuerda, los seres humanos sólo habéis sabido moveros en el restringido mundo que aprehendéis a traves de la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. ¿Nunca se os ha ocurrido imaginar que contáis con otros sentidos?
¿Quieres decir que los seres humanos podemos observar los sentimientos, los pensamientos de unos y otros?
¡Otra vez con lo mismo! Entiendo que aún razonas dentro de tus limitaciones lingüísticas. "Observar", lo que se dice "observar" los sentimientos de los demás, no podéis, a menos que los artistas traduzcan sus sentimientos en obras reconocibles por los cinco sentidos que conocéis. Sin embargo, con los "sentidos no descubiertos aún", para los que vuestros idiomas aún carecen de vocablos concretos, podéis sentir los sentimientos de los demás.
No entiendo, me he perdido.
¿Nunca has amado a alguién?
Sí.
Entonces, has estado cerca de experimentar el sentimiento de los demás. Te pongo de ejemplo el Amor, porque es el único sentimiento por el que los seres humanos habéis llegado a intuir que disponéis de otros "sentidos" más allá de la vista, oído, tacto, gusto y olfato.
Ahora creo que comprendo. Pero aún tengo dudas.
Nada más fácil. Tan sólo concéntrate en los sentimientos de otro ser humano, quienquiera que tú elijas. Ahora te encuentras conmigo, donde para nada necesitas de tus cinco sentidos (en realidad, ya nunca más los necesitarás), donde sólo puedes usar tus "otros sentidos". Inténtalo.
Él, o ella, se concentró tal y como le indicaba el Tiempo. Enseguida se sintió abrumado por millones de sentimientos.
¡Tranquilo! La primera vez no resulta fácil. Concéntrate en alguien en particular.
Una vez más, probó a concentrarse. Eligió a su padre y, claramente, sintió y comprendió sus sentimientos.
¿Ya lo has sentido? Prueba con tus tataranietos.
No tengo tataranietos, sólo un hijo.
Recuerda que Yo soy el Tiempo, y que en mi reino confluyen Pasado, Presente y Futuro.
No entiendo ¿cómo puedo sentir los sentimientos de alguien que no ha nacido aún?
Porque eres inmortal.
¡Cómo inmortal!
Escucha, te lo traduciré en un concepto físico que entenderás enseguida. ¿Recuerdas la velocidad de la luz?
Sí.
Bueno, pues a mi lado, como Yo soy el Tiempo, también soy la Luz. Es decir, que la Ciencia de los seres humanos se ha acercado mucho a mí cuando, haciendo uso de las matemáticas y la Física, estimó la velocidad de la luz.
Me he perdido, de nuevo.
Presta atención. Imagina que fueras capaz de viajar a la velocidad de la luz. Imagina que pudieras distinguir los fotones de un haz de Luz.
Entonces, él o ella, sintió una fuerte sacudida de energía. Millones de millones de acontecimientos pasaron por él, o por ella.
¡Es increíble! ¡Viajo a través del Tiempo! ¿Es este uno de esos "sentidos por descubrir"?
No, los seres humanos no pueden sentir el Tiempo como tú acabas de sentirlo ahora.
¿Por qué?
Muy sencillo, porque estáis hechos de materia. Si el cerebro humano fuera tan rápido como para captar un fotón, habría de estar hecho de otra materia más resistente. Si el cerebro humano funcionara a la velocidad de la luz, la vida terrestre pasaría en un abrir y cerrar de ojos ¿comprendes?
No.
¡Que el cerebro humano habría de estar compuesto de fotones, de Luz, de Energía, para poder viajar sin masa por el Tiempo y el Espacio!
Entonces, si el cerebro humano no puede experimentar la velocidad de la luz ¿qué acabo de sentir hace un instante?
Me parece que aún no te has percatado de que ya no moras en la Tierra, de que ya no moras en el siglo XXI, de que ya no tienes cuerpo, de que te encuentras en el Tiempo.
¡Pero eso es maravilloso! ¡Ahora comprendo! ¿Estoy soñando?
Siento decirte que no, no estás soñando. Concéntrate en ti mismo.
Él, o ella, presintió entonces una visión de sí mismo. Yacía en medio de una calle atestada de gente. Conforme se concentraba y se acercaba a sí mismo, reconoció las sucias calles de Calcuta por donde solía mendigar un poco de pan. Reconoció a los miles de personas que pasaban por delante de él, desviando la mirada para no verle. Se acercó aún más a sí mismo, hasta reparar en que su cuerpo, rígido, frío y pálido, no respiraba. Entonces, le invadió un terror enorme...
Entonces, si no estoy soñando... Estoy...
Sí, has dejado la vida tal y como la habías conocido hasta ahora, y desde ahora estarás a mi lado, al lado del Tiempo.
¿Y no puedo regresar a la Vida?
Nunca has abandonado la Vida, recuerda que te he dicho que eres inmortal.
Me refiero a volver a la Tierra, a mi cuerpo. ¡Recobrar mis cinco sentidos!
Yo soy el Tiempo, no tú. Para ti y para cualquier ser humano, Yo sólo avanzo en una dirección: del pasado hacia el futuro. Si tú pudieras cambiar la dirección del Tiempo, entonces tú serías Yo.
Así es como un mendigo que murió de hambre por las calles de Calcuta descubrió la atemporalidad e ingravidez de la Vida. Lástima que, como cualquier ser humano desde que el Tiempo es Tiempo, no pueda regresar a desvelar estos insondables misterios a la Humanidad.
Un abrazo
Bienvenido, presintió que le saludaban. Decimos "presintió", por no encontrar otro término más apropiado para describir lo indescriptible... ¿Lo "indescriptible"? Así parece..., lo "indescriptible" se revelaba ante él, o tal vez ella (en este relato, tanto da "él" como "ella"). No podía oír y, sin embargo, presentía nítidamente todos los sonidos del mundo. Tampoco podía ver y, no obstante, todo presentía ver. En resumen, se hallaba en un estado indefinido en el que sus cinco sentidos parecían haberse desvanecido mientras que "presentía" cuanto había acaecido, cuanto sucedía y cuanto hubiera de ocurrir. ¿Lo entiendes ahora, lo "indescriptible"?
Ahora lo entiendo todo, todo cobra sentido en mi, presintió que respondía. ¿Respondía? ¿A quién respondía? Al fin te veo cara a cara... Siempre he sabido que estabas ahí.
Siempre, yo soy Siempre, Yo soy Todo. Siempre has estado conmigo y Yo he estado en ti, pues soy el Tiempo.
¿El Tiempo?
Sólo los seres racionales me sienten, mejor dicho me "presienten"... ¿Conoces algún otro ser de la Naturaleza que me "presienta"? Tomemos, por ejemplo, un simio ¿crees que se preocupa por el paso del Tiempo? ¿Siente el Tiempo? El Tiempo surge de la Razón, y en toda la Naturaleza, sólo los seres humanos cuentan con Razón... Aunque no sepáis hacer buen uso de ella.
Entonces, ¿dado que tenemos Razón podemos sentir el Tiempo?
Efectivamente.
¿Quiere decir que el Tiempo reside intrínsecamente en cada persona?
En realidad, el Tiempo reside en la Razón que desarrolla toda persona.
Muy interesante... El Tiempo... ¿Pero qué es el Tiempo?
El Tiempo pasa y los seres humanos apenas tomáis conciencia del mismo. Me denomináis de muchas formas: años-luz, milenio, siglo, década, lustro, año, mes, día, hora, minuto, segundo, etc... Me sentís sólo como el Presente, pues os falta el poder de "presentir" el Pasado y el Futuro, como ahora "presientes".
Es cierto... ¿Qué dimensión tan extraña es esta donde me hallo? El Presente, el Pasado y el Futuro confluyen, y claramente puedo apercibirlos.
¿Dimensión? No hay dimensiones aquí.
No es posible, ¿cómo que no hay dimensiones? Todo tiene sus tres dimensiones: largo, ancho y alto. ¡Cómo si no!
Los pensamientos carecen de forma, no son aprehensibles por los cinco sentidos que los seres humanos habéis identificado. Los pensamientos y los sentimientos no poseen volumen, no se miden en largo, ancho o alto ¿comprendes? No hay materia. La Ciencia de los seres humanos no concibe que pueda existir algo sin materia, sin dimensiones, sin tiempo... Vuestra Ciencia ha acuñado una palabra para describir algo ingrávido, adimensional y atemporal: la Nada.
Por ello muchos han negado tu existencia.
Tú lo has dicho. Al menos han creído que Yo soy la Nada, sólo porque no cabía en sus cálculos.
¡Pero los sentimientos sí existen!
No se miden. Recuerda, los seres humanos sólo habéis sabido moveros en el restringido mundo que aprehendéis a traves de la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. ¿Nunca se os ha ocurrido imaginar que contáis con otros sentidos?
¿Quieres decir que los seres humanos podemos observar los sentimientos, los pensamientos de unos y otros?
¡Otra vez con lo mismo! Entiendo que aún razonas dentro de tus limitaciones lingüísticas. "Observar", lo que se dice "observar" los sentimientos de los demás, no podéis, a menos que los artistas traduzcan sus sentimientos en obras reconocibles por los cinco sentidos que conocéis. Sin embargo, con los "sentidos no descubiertos aún", para los que vuestros idiomas aún carecen de vocablos concretos, podéis sentir los sentimientos de los demás.
No entiendo, me he perdido.
¿Nunca has amado a alguién?
Sí.
Entonces, has estado cerca de experimentar el sentimiento de los demás. Te pongo de ejemplo el Amor, porque es el único sentimiento por el que los seres humanos habéis llegado a intuir que disponéis de otros "sentidos" más allá de la vista, oído, tacto, gusto y olfato.
Ahora creo que comprendo. Pero aún tengo dudas.
Nada más fácil. Tan sólo concéntrate en los sentimientos de otro ser humano, quienquiera que tú elijas. Ahora te encuentras conmigo, donde para nada necesitas de tus cinco sentidos (en realidad, ya nunca más los necesitarás), donde sólo puedes usar tus "otros sentidos". Inténtalo.
Él, o ella, se concentró tal y como le indicaba el Tiempo. Enseguida se sintió abrumado por millones de sentimientos.
¡Tranquilo! La primera vez no resulta fácil. Concéntrate en alguien en particular.
Una vez más, probó a concentrarse. Eligió a su padre y, claramente, sintió y comprendió sus sentimientos.
¿Ya lo has sentido? Prueba con tus tataranietos.
No tengo tataranietos, sólo un hijo.
Recuerda que Yo soy el Tiempo, y que en mi reino confluyen Pasado, Presente y Futuro.
No entiendo ¿cómo puedo sentir los sentimientos de alguien que no ha nacido aún?
Porque eres inmortal.
¡Cómo inmortal!
Escucha, te lo traduciré en un concepto físico que entenderás enseguida. ¿Recuerdas la velocidad de la luz?
Sí.
Bueno, pues a mi lado, como Yo soy el Tiempo, también soy la Luz. Es decir, que la Ciencia de los seres humanos se ha acercado mucho a mí cuando, haciendo uso de las matemáticas y la Física, estimó la velocidad de la luz.
Me he perdido, de nuevo.
Presta atención. Imagina que fueras capaz de viajar a la velocidad de la luz. Imagina que pudieras distinguir los fotones de un haz de Luz.
Entonces, él o ella, sintió una fuerte sacudida de energía. Millones de millones de acontecimientos pasaron por él, o por ella.
¡Es increíble! ¡Viajo a través del Tiempo! ¿Es este uno de esos "sentidos por descubrir"?
No, los seres humanos no pueden sentir el Tiempo como tú acabas de sentirlo ahora.
¿Por qué?
Muy sencillo, porque estáis hechos de materia. Si el cerebro humano fuera tan rápido como para captar un fotón, habría de estar hecho de otra materia más resistente. Si el cerebro humano funcionara a la velocidad de la luz, la vida terrestre pasaría en un abrir y cerrar de ojos ¿comprendes?
No.
¡Que el cerebro humano habría de estar compuesto de fotones, de Luz, de Energía, para poder viajar sin masa por el Tiempo y el Espacio!
Entonces, si el cerebro humano no puede experimentar la velocidad de la luz ¿qué acabo de sentir hace un instante?
Me parece que aún no te has percatado de que ya no moras en la Tierra, de que ya no moras en el siglo XXI, de que ya no tienes cuerpo, de que te encuentras en el Tiempo.
¡Pero eso es maravilloso! ¡Ahora comprendo! ¿Estoy soñando?
Siento decirte que no, no estás soñando. Concéntrate en ti mismo.
Él, o ella, presintió entonces una visión de sí mismo. Yacía en medio de una calle atestada de gente. Conforme se concentraba y se acercaba a sí mismo, reconoció las sucias calles de Calcuta por donde solía mendigar un poco de pan. Reconoció a los miles de personas que pasaban por delante de él, desviando la mirada para no verle. Se acercó aún más a sí mismo, hasta reparar en que su cuerpo, rígido, frío y pálido, no respiraba. Entonces, le invadió un terror enorme...
Entonces, si no estoy soñando... Estoy...
Sí, has dejado la vida tal y como la habías conocido hasta ahora, y desde ahora estarás a mi lado, al lado del Tiempo.
¿Y no puedo regresar a la Vida?
Nunca has abandonado la Vida, recuerda que te he dicho que eres inmortal.
Me refiero a volver a la Tierra, a mi cuerpo. ¡Recobrar mis cinco sentidos!
Yo soy el Tiempo, no tú. Para ti y para cualquier ser humano, Yo sólo avanzo en una dirección: del pasado hacia el futuro. Si tú pudieras cambiar la dirección del Tiempo, entonces tú serías Yo.
Así es como un mendigo que murió de hambre por las calles de Calcuta descubrió la atemporalidad e ingravidez de la Vida. Lástima que, como cualquier ser humano desde que el Tiempo es Tiempo, no pueda regresar a desvelar estos insondables misterios a la Humanidad.
Un abrazo
domingo, 12 de junio de 2011
Sin memoria

Querido amigo:
Soy arqueólogo informático. Desde que colapsara la sociedad de la información, me dedico a recorrer los cementerios de material informático en busca de memorias descatalogadas. Algunas de ellas pueden restaurarse y volverse a emplear. Estas memorias tienen un valor incalculable. Pero recapitulemos un poco de historia... ¡La breve historia de la Informática!
Las primeras investigaciones matemáticas sobre códigos y algoritmos tuvieron lugar durante la I Guerra Mundial, con objeto de transmitir mensajes cifrados, imposibles de decodificar por el enemigo. A finales de la II Guerra Mundial, la industria militar ya construía los primeros ordenadores. Se trataba de costosas y primitivas máquinas, tan sencillas en su concepción como aparatosas, pues requerían edificios enteros para albergar una insignificante capacidad de memoria.
A mediados de los años 80 del siglo pasado, la informática empezó a popularizarse, reemplazando a las viejas máquinas de escribir en las oficinas. En los 90, ningún estado del primer mundo carecía de bases de datos informáticas donde almacenar toda la información de sus contribuyentes. Al comenzar el presente siglo, Internet revolucionaba el mundo tal y como se conocía hasta entonces. Los ordenadores personales se contaban por millones en todo el mundo, incluso en los países más pobres. Se diseñaban entonces para que duraran entre 4 y 10 años, tiempo necesario para que la industria informática se reinventase y los equipos quedaran obsoletos.
Los ordenadores agotados se almacenaban en grandes cementerios, de donde los fabricantes se surtían de piezas usadas para reciclar en nuevos modelos.
Hacia 2020, ya nadie cuestionaba que la Humanidad había entrado de lleno en la Era Informática. Se abandonó el papel y la tinta. Todo, absolutamente todo, dependía de ingenios digitales. Fotografías, música, libros, cuadros, el aire climatizado, el ordenador de vuelo, el automóvil, la cirugía, las bibliotecas, las comunicaciones, el transporte, el armamento, etc... hasta la propia identidad y vida de una persona quedaba registrada en una base de datos desde el día de su nacimiento. Pantallas y memorias, robots hasta para las más básicas tareas..., y ni rastro quedaba ya de libros, fotografías, cuadros de papel o tela, ... ni discos, ni instrumentos siquiera...
Sin embargo, aquellos que planearon un futuro computerizado erraron en sus previsones. A mitad del siglo XXI, los metales raros empleados en la fabricación de memorias informáticas empezaron a escasear. En pocos años, toda la sociedad informática colapsó como una torre de naipes. La Humanidad había de enfrentarse a una nueva amenaza: la pérdida de memoria.
En efecto, el agotamiento de los metales raros planteaba enormes retos a la industria informática. No sólo no había metales para almacenar la vida de 10.000 millones de habitantes, sino que la poca memoria que quedaba había de racionarse y administrarse entre todo el planeta.
Los Estados se enzarzaron en terribles disputas diplomáticas para obtener parte del control de la memoria informática existente. Algunos, incluso, amenazaron con declarar la guerra si no se procedía a un reparto ecuánime de la memoria. Los países tecnológicamente más avanzados exigían cuotas de memoria más altas por habitante, para no perder influencia sobre países del tercer mundo, cuyas poblaciones quintuplicaban las de los países ricos; aunque para hacer honor a la verdad, las escasas minas de donde extraían los metales raros, así como la mayoría de las factorías de computadoras del mundo, se encontraban en los países más pobres, donde la mano de obra trabaja todo el día por míseros sueldos.
La disputa no era para menos. Toda la herencia cultural de 10.000 años de Humanidad había sido digitalizada. Toda la vida de las personas había sido digitalizada, desde sus señas de identidad hasta su ficha médica, su expediente académico, judicial, bancario, etc... Quienquiera que careciese de memoria informática perdería todo, TODO. Ni recuerdos familiares, ni acceso a TV o radio, ni pasaporte para desplazarse por el mundo, ni dinero para comprar nada, ni derechos de ninguna clase... Existiría sin existir... porque no constaría en ninguna base de datos, en ningún archivo... Sin pasado, ni presente ni futuro... La memoria informático representaba TODO en la vida de una persona... hasta tal punto, que la Justicia castigaba a criminales y malhechores desterrándoles al olvido total.
Pese a incurrir en gravísimo delito, las clases acaudaladas se movilizaron para adquirir memoria al precio que fuera. Los deshauciados, los pobres de solemnidad, los desesperados podían recaudar pingües sumas vendiendo parte de su memoria a magnates y especuladores. Hay países donde se aplica la pena capital a quien compre o venda su memoria.
Desde hace unos años, surgimos los arqueólogos informáticos. Personas como yo que, al margen de la ley, escudriñamos en los antiguos cementerios informáticos en busca de restos de memoria en buen estado, que poder revender a alto precio. Sin embargo, mi caso dista mucho del de otros arqueólogos. Yo busco memoria para sobrevivir y recuperar mi vida.
Como muchos otros fui víctima de las maquinaciones de políticos sin escrúpulos, siempre sedientos de poder. Tras el colapso de la sociedad informática, se desencadenó una persecución sin cuartel contra todo aquel que poseyera altos conocimientos informáticos. El sistema sólo podía admitir que unas pocas personas en el mundo atesoraran el saber de las redes, los chips y las entrañas que, en resumen, permiten operar y funcionar a una computadora. Todos los demás, sobraban.
De un día para otro me despojaron de mi pasado y de mi identidad. Además, han atentado contra mi en varias ocasiones, por lo que vivo oculto desde hace años, sobreviviendo en la miseria más absoluta. Mas en todos estos años, el hambre, el frío y las calamidades no me han hecho olvidar cuanto sé de ordenadores. Nadie ha podido evitar que me haya convertido en arqueólogo y que, por un golpe de suerte, haya descubierto restos de memoria como para reconstruir una máquina de gran capacidad.
¡He vuelto! Algunos pueden empezar a temblar, porque llevo varios años planeando mi venganza. Vuelvo a vivir con pequeños retales de memorias de miles de orígenes diversos, resultaré prácticamente invisible a quienes intenten darme caza. ¡Yo os daré caza a vosotros! Mi ataque de esta mañana contra los mercados financieros sólo es el comienzo..
Hoy comienza un nuevo orden mundial...
Un abrazo
domingo, 5 de junio de 2011
De compras por Manhattan
Querido amigo:
Aquel día parecía que todo iba a salir mal. Para empezar, me quedé dormido. La víspera me había acostado muy tarde y agotado, olvidándome de programar el despertador.
Las luces de la mañana y el intenso tráfico de primera hora me despertaron. Casi me desmayo al ver la hora... ¡Me estarían esperando en el vestíbulo! Corrí a vestirme, no había tiempo para ducharme. Cuando me calcé los zapatos empecé a sentir una molestia en la planta del pie. Seguramente una chinilla fastidiándome bajo én el calcetín, pero no podía entretenerme.
Salí a escape de la habitación, dejando todo sin recoger. Abajo aguardaba el conductor. Por fortuna, la señora se había demorado durante el desayuno y aparecía ahora, toda elegante y dispuesta a pasarse todo el día de compras por Nueva York. ¡Menos mal, la señora no había notado mi retraso!
Salimos del hotel, la limusina esperaba en la puerta, pero la señora rehusó porque le apetecía pasear. De manera que, sin ducharme, sin desayunar y con una piedra en el zapato torturándome, acompañé a la señora manzana a manzana.
Recorrimos no sé cuántas boutiques, zapaterías y joyerías... ¡La 5ª avenida de arriba a abajo! La señora entraba en un establecimiento y al punto se veía rodeada por los dependientes, ávidos de mostrale sus más preciados diseños. Mientras tanto, un servidor montaba guardia de pie en la entrada, bajo un frío que pelaba.
Una hora, hora y media, y la señora salía toda ufana y me cargaba con las bolsas de sus compras. Luego, otro paseo hasta otra tienda y vuelta a empezar. Para la hora del almuerzo yo ya no era persona, además de que la china del zapato me estaba matando. Podía sentir cómo me sangraba la planta del pie, pero no podía distraerme ni un momento para descalzarme y aliviarme, porque la señora podía requerirme en cualquier instante y, de no encontrarme en mi puesto, me despediría sin contemplaciones.
Estaba claro que aquel no era mi día... Como a la señora le habían ofrecido unos canapés en una de las lujosas boutiques, ella tan obsesionada con adelgazar había perdido el apetito, de modo que me quedaba sin almorzar. Resignado y cargado como una mula, seguí a la señora hasta una zapatería, y otra hora de espera... Y luego una tienda de muebles, y otra de complementos, una relojería, una sombrerería, una galería de arte, otra boutique, y otra, otra... Yo ya no sentía el pie, pues el intenso dolor me trastornaba. La china del zapato me cortaba, me quemaba, me escocía... ¡Dios qué espanto!
Para concluir la jornada comenzó a llover, y me calé hasta los huesos. Al salir de la boutique, la señora me ordenó que parara un taxi para regresar al hotel. Había acumulado tantos paquetes y bolsas, que no había espacio en el taxi para mí y hube de volver a pie bajo la lluvia, tan sólo cinco manzanas. ¡La hubiera matado al oírla! ¡Señor, señor, qué dura es la vida del pobre!
Al llegar al hotel, el botones me dió recado de la señora de que no me moviera del vestíbulo, que había subido a cambiarse en su suite y que partiríamos luego a una recepción en el MoMA. ¡Hija de ...!
El resto de la velada me la pasé de pie en el frío asfalto. El conductor de la limusina me ofreció una taza de café que llevaba en un termo, pero cuando le iba a dar el primer tiento, apareció la señora, extenuada Frank, estoy extenuada... Volvemos al hotel inmediatamente... ¡Ah, Frank, sonríe un poco, te lo ruego, que me avergüenzas con tu gesto de palo delante de mis amistades! ¡Parece que te azoto con un latigo...!
Sí, señora. Disculpe la señora, no se me olvidará sonreír. Como usted mande, señora.
Por supuesto, la señora ya había picoteado algo en el MoMA y no tenía ganas de cenar nada más.
Cuando por fin, en la intimidad de mi habitación, me descalcé el zapato que me había torturado durante 14 horas,... vi caer la maldita chinilla... Fruncí la mirada, creyendo que deliraba por culpa del vacío de mi estómago... ¡No! ¡No podía ser! ¿O sí? En uno de los hoteles más lujosos del planeta y sirviendo a una señora que se había gastado sin pestañear una fortuna en un sólo día, todo podía acaecer y, después de todo, el día podía terminar bien porque de mi zapato se deslizó una piedra brillante que al día siguiente fue tasada en un millón de dólares, capital con el que sobrevivo desde entonces sin volver a haber tenido noticia alguna de la señora.
Un abrazo
sábado, 4 de junio de 2011
Otra historia de Nueva York
Querido amigo:
La esposa del alcalde ejerce de cartera. Todos las tardes comprueba si hallegado alguna carta de Palermo y la lleva personalmente al destinatario. La esposa del alcalde ejerce también de maestra en la escuela, y lee y escribe cartas para los vecinos del pueblo, la mayoría de los cuáles ni saben leer ni escribir.
Esto es Sicilia, a primeros del siglo XX, no hay trabajo para todos y el pueblo ve como sus hijos se embarcan hacia América en busca de una vida mejor. En la isla se quedan los viejos, los holgazanes y la camorra.
Al poco de despedirse de su esposo Lautaro en el puerto de Palermo, María sucumbió a los cortejos del alcalde. En un pueblo tan pequeño todo se sabe, pero tratándose del alcalde conviene más callar. María cuenta a todos que Lautaro le envia dinero desde Nueva York, con el que pronto se ha comprado vestidos nuevos, que ahora parece una gran señora, ella que siempre vivió como una desgraciada.
A la esposa del alcalde, como gestiona el correo de todo el pueblo, bien le consta que Lautaro no ha enviado ni una lira a María, pero calla y agacha la cabeza cuando los vecinos murmuran a su paso que su marido se refocila con la otra.
Mientras, el Lautaro se desloma en Nueva York para ahorrar el pasaje de la María. Se emplea en los muelles como porteador, y se le pasan los días cargando pesados sacos. Desde la distancia, el Lautaro sueña con llevar a María de paseo por Manhattan, y se sonríe a sí mismo imaginando la cara de sorpresa de ella ante los descomunales rascacielos.
Los familiares del pueblo de Lautaro no le escriben contándole los amores de su esposa con el alcalde, como no saben escribir habrían de pedirle el favor a la mujer del alcalde. Por ello, Lautaro soporta feliz su triste vida por los muelles de Nueva York.
Año y medio después de embarcarse para América, a costa de sus espaldas Lautaro reune el dinero para el billete de María y lo gira a Sicilia. La mujer del alcalde recibe en la oficina de correos la carta dirigida a María con el billete de tercera clase en el "Garibaldi", que realiza la travesía de Palermo a Nueva York. La pobre maestra suspira aliviada ante la expectativa de recobrar su vida y su dignidad. Se acabarían los devaneos de su marido con esa infeliz.
Al llegar la Navidad, el porteador Lautaro acude con impaciencia al puerto de Manhattan a esperar a su querida María. Le ha comprado un par de medias de seda y un sombrero. Un oficial le confirma que el "Garibaldi" ya ha atracado en la Isla Ellis, y que los pasajeros han de someterse a las rutinarias inspecciones, proceso que conlleva un par de días. El joven Lautaro se marcha, entonces, para regresar al día siguiente.
Las últimas horas de espera se le antojan interminables. Al caer la tarde, Lautaro divisa el barco que remolca a los pasajeros de tercera de la Isla Ellis a Manhattan. El barco atraca ante la expectación general de los que esperan. Todos se agolpan frente a la pasarela, ya desembarcan los familiares o amigos. Lautaro comienza a llorar como una Macarena. Entre la algarabía reinante distingue un rostro familiar que desciende por la pasarela. Se trata de la esposa del alcalde su pueblo... ¡Señora Maestra! ¡Señora Maestra! ¡Soy Lautaro, el del pueblo! ¿No me reconoce?
La maestra, muerta de frío y extenuada por la larga travesía, corre a echarse en brazos del porteador. La pobre necesita un poco de calor humano.... Maestra ¿sabe si mi María viaja en este barco? La maestra le mira con pena... No, Lautaro, no viene en este. Tal vez en el siguiente...
Lautaro y la maestra se despidieron en el puerto. Ella se perdió en la ciudad para olvidar su pasado, mientras que él regresó al puerto durante años cada vez que arribaba el "Garibaldi", preguntándose por qué su María no constestaba sus misivas, sin reparar en que allá lejos, en su pueblo siciliano, faltaba la que leía y escribía, la misma que un día huyó con lo puesto Dios sabe dónde, mientras la otra paría un hijo del alcalde.
Un abrazo
La esposa del alcalde ejerce de cartera. Todos las tardes comprueba si hallegado alguna carta de Palermo y la lleva personalmente al destinatario. La esposa del alcalde ejerce también de maestra en la escuela, y lee y escribe cartas para los vecinos del pueblo, la mayoría de los cuáles ni saben leer ni escribir.
Esto es Sicilia, a primeros del siglo XX, no hay trabajo para todos y el pueblo ve como sus hijos se embarcan hacia América en busca de una vida mejor. En la isla se quedan los viejos, los holgazanes y la camorra.
Al poco de despedirse de su esposo Lautaro en el puerto de Palermo, María sucumbió a los cortejos del alcalde. En un pueblo tan pequeño todo se sabe, pero tratándose del alcalde conviene más callar. María cuenta a todos que Lautaro le envia dinero desde Nueva York, con el que pronto se ha comprado vestidos nuevos, que ahora parece una gran señora, ella que siempre vivió como una desgraciada.
A la esposa del alcalde, como gestiona el correo de todo el pueblo, bien le consta que Lautaro no ha enviado ni una lira a María, pero calla y agacha la cabeza cuando los vecinos murmuran a su paso que su marido se refocila con la otra.
Mientras, el Lautaro se desloma en Nueva York para ahorrar el pasaje de la María. Se emplea en los muelles como porteador, y se le pasan los días cargando pesados sacos. Desde la distancia, el Lautaro sueña con llevar a María de paseo por Manhattan, y se sonríe a sí mismo imaginando la cara de sorpresa de ella ante los descomunales rascacielos.
Los familiares del pueblo de Lautaro no le escriben contándole los amores de su esposa con el alcalde, como no saben escribir habrían de pedirle el favor a la mujer del alcalde. Por ello, Lautaro soporta feliz su triste vida por los muelles de Nueva York.
Año y medio después de embarcarse para América, a costa de sus espaldas Lautaro reune el dinero para el billete de María y lo gira a Sicilia. La mujer del alcalde recibe en la oficina de correos la carta dirigida a María con el billete de tercera clase en el "Garibaldi", que realiza la travesía de Palermo a Nueva York. La pobre maestra suspira aliviada ante la expectativa de recobrar su vida y su dignidad. Se acabarían los devaneos de su marido con esa infeliz.
Al llegar la Navidad, el porteador Lautaro acude con impaciencia al puerto de Manhattan a esperar a su querida María. Le ha comprado un par de medias de seda y un sombrero. Un oficial le confirma que el "Garibaldi" ya ha atracado en la Isla Ellis, y que los pasajeros han de someterse a las rutinarias inspecciones, proceso que conlleva un par de días. El joven Lautaro se marcha, entonces, para regresar al día siguiente.
Las últimas horas de espera se le antojan interminables. Al caer la tarde, Lautaro divisa el barco que remolca a los pasajeros de tercera de la Isla Ellis a Manhattan. El barco atraca ante la expectación general de los que esperan. Todos se agolpan frente a la pasarela, ya desembarcan los familiares o amigos. Lautaro comienza a llorar como una Macarena. Entre la algarabía reinante distingue un rostro familiar que desciende por la pasarela. Se trata de la esposa del alcalde su pueblo... ¡Señora Maestra! ¡Señora Maestra! ¡Soy Lautaro, el del pueblo! ¿No me reconoce?
La maestra, muerta de frío y extenuada por la larga travesía, corre a echarse en brazos del porteador. La pobre necesita un poco de calor humano.... Maestra ¿sabe si mi María viaja en este barco? La maestra le mira con pena... No, Lautaro, no viene en este. Tal vez en el siguiente...
Lautaro y la maestra se despidieron en el puerto. Ella se perdió en la ciudad para olvidar su pasado, mientras que él regresó al puerto durante años cada vez que arribaba el "Garibaldi", preguntándose por qué su María no constestaba sus misivas, sin reparar en que allá lejos, en su pueblo siciliano, faltaba la que leía y escribía, la misma que un día huyó con lo puesto Dios sabe dónde, mientras la otra paría un hijo del alcalde.
Un abrazo
viernes, 3 de junio de 2011
Adela
Estimado amigo:
Toda la vida viviendo un sueño hasta que un día el sueño se torna en pesadilla. El día que se despidió para siempre del único amor de su vida, apenas cumplidos veinteaños, en plena flor de la vida... Adiós, flaco... mientras los soldados se lo llevaban casi en volandas, como a un criminal. El flaco jamás cometió delito alguno, más allá de osar soñar con un mundo mejor. El flaco se declaraba utópico, y los utópicos representan la mayor de las amenazas para los dictadores. Así que ¡Adiós flaco!
Para cuando el flaco desapareció para no volver nunca más, ya había sembrado su simiente en el seno de Adela, Adelita, como el flaco la llamaba. Adelita parió meses después, muy sola solica, desheredada de su familia y escondida como un perro. Los soldados la acechaban y los soldados la descubrieron, arrebatándole el fruto de sus entrañas: el flaquito que era clavadico al flaco, como dos gotas de agua.
Al desmoronarse la dictadura, la amnistía excarceló a Adela, que muy sola solica hubo de comenzar a vivir de nuevo. Pocos años de prisión desmejoran a cualquiera, más todavía si el único crimen para acabar a la sombra es haberse enamorado de un utópico.
¡Un utópico! Si ya se lo advertía la mamá del flaco... Hijo mío ¡qué desgracia tan amarga! ¡Utópico! Como si hubieras nacido muerto... ¿No ves cómo acaban los utópicos? Mira a Jesucristo, a Gandhi, a Martin Luther King, ... ¡Qué desgracia vivir con el alma en vilo por un utópico!
Al abandonar la prisión, Adela anhelaba volver a recuperar a Adelita. Que la voz del flaco no clamaría ya jamás ¡Libertad! ¡Justicia! ... ¡Te quiero Adelita! Ya lo sabía. ¿Pero y la voz del flaquito?
Desde entonces se aferró a la esperanza de recuperar a su flaquito, único sueño que la rescataba de las pesadillas. Un sórdido arrabal del gran Buenos Aires, un departamento ruinoso desde el que, muy de vez en cuando, se escuchaba algún tiroteo... Un laboro en una cantina de batalla, siempre blanco de las groserías de los tipejos sin moral... Adela soportó todo aquello, día a día, ahorrando cada peso con la ilusión puesta en recuperar a su flaquito...
Pasaron los años... Diez, veinte años... Los ahorritos de Adela se evaporaron un día cualquiera, un día de verano, cuando los "demócratas" que gobernaban la Argentina desde el fin de la dictadura anunciaron que el país había caído en bancarrota. A Adela no le importó demasiado todo aquello del Corralito, pues aquel mismo día de verano le entregaron el expediente donde figuraba a qué familia los militares habían entregado en adopción al flaquito.
Con las manicas temblando buscó el nombre en la guía telefónica... ¡y las señas! Tomó un autobús, luego otro y otro. Abandonó los arrabales y se adentró a pie en un barrio de elegantes mansiones. Caminó varias cuadras, cruzándose con vecinos que se la quedaban mirando... ¡Qué buscará esta pendeja por acá! Adela iba absorta imaginando al hombre de veinte años que pronto abrazaría. ¡Su hijo, su flaquito!
Un coche deportivo frenó chirriando las gomas en el asfalto... A Adela le dió un vuelco el corazón. Tan ensimismada andaba que no reparó en que cruzaba una calle con el semáforo en verde... O no, espera, ¡si el semáforo luce en rojo, otorgando el derechode paso a los peatones!
El coche aceleró saltándose el semáforo. Un muchacho asomó la cabeza por la ventanilla y le gritó ¡Andáte con cuidado, bruja! ¡Volvéte a tu barrio! Un muchacho clavadico al flaco, como dos gotas de agua...
Un abrazo
Toda la vida viviendo un sueño hasta que un día el sueño se torna en pesadilla. El día que se despidió para siempre del único amor de su vida, apenas cumplidos veinteaños, en plena flor de la vida... Adiós, flaco... mientras los soldados se lo llevaban casi en volandas, como a un criminal. El flaco jamás cometió delito alguno, más allá de osar soñar con un mundo mejor. El flaco se declaraba utópico, y los utópicos representan la mayor de las amenazas para los dictadores. Así que ¡Adiós flaco!
Para cuando el flaco desapareció para no volver nunca más, ya había sembrado su simiente en el seno de Adela, Adelita, como el flaco la llamaba. Adelita parió meses después, muy sola solica, desheredada de su familia y escondida como un perro. Los soldados la acechaban y los soldados la descubrieron, arrebatándole el fruto de sus entrañas: el flaquito que era clavadico al flaco, como dos gotas de agua.
Al desmoronarse la dictadura, la amnistía excarceló a Adela, que muy sola solica hubo de comenzar a vivir de nuevo. Pocos años de prisión desmejoran a cualquiera, más todavía si el único crimen para acabar a la sombra es haberse enamorado de un utópico.
¡Un utópico! Si ya se lo advertía la mamá del flaco... Hijo mío ¡qué desgracia tan amarga! ¡Utópico! Como si hubieras nacido muerto... ¿No ves cómo acaban los utópicos? Mira a Jesucristo, a Gandhi, a Martin Luther King, ... ¡Qué desgracia vivir con el alma en vilo por un utópico!
Al abandonar la prisión, Adela anhelaba volver a recuperar a Adelita. Que la voz del flaco no clamaría ya jamás ¡Libertad! ¡Justicia! ... ¡Te quiero Adelita! Ya lo sabía. ¿Pero y la voz del flaquito?
Desde entonces se aferró a la esperanza de recuperar a su flaquito, único sueño que la rescataba de las pesadillas. Un sórdido arrabal del gran Buenos Aires, un departamento ruinoso desde el que, muy de vez en cuando, se escuchaba algún tiroteo... Un laboro en una cantina de batalla, siempre blanco de las groserías de los tipejos sin moral... Adela soportó todo aquello, día a día, ahorrando cada peso con la ilusión puesta en recuperar a su flaquito...
Pasaron los años... Diez, veinte años... Los ahorritos de Adela se evaporaron un día cualquiera, un día de verano, cuando los "demócratas" que gobernaban la Argentina desde el fin de la dictadura anunciaron que el país había caído en bancarrota. A Adela no le importó demasiado todo aquello del Corralito, pues aquel mismo día de verano le entregaron el expediente donde figuraba a qué familia los militares habían entregado en adopción al flaquito.
Con las manicas temblando buscó el nombre en la guía telefónica... ¡y las señas! Tomó un autobús, luego otro y otro. Abandonó los arrabales y se adentró a pie en un barrio de elegantes mansiones. Caminó varias cuadras, cruzándose con vecinos que se la quedaban mirando... ¡Qué buscará esta pendeja por acá! Adela iba absorta imaginando al hombre de veinte años que pronto abrazaría. ¡Su hijo, su flaquito!
Un coche deportivo frenó chirriando las gomas en el asfalto... A Adela le dió un vuelco el corazón. Tan ensimismada andaba que no reparó en que cruzaba una calle con el semáforo en verde... O no, espera, ¡si el semáforo luce en rojo, otorgando el derechode paso a los peatones!
El coche aceleró saltándose el semáforo. Un muchacho asomó la cabeza por la ventanilla y le gritó ¡Andáte con cuidado, bruja! ¡Volvéte a tu barrio! Un muchacho clavadico al flaco, como dos gotas de agua...
Un abrazo
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