Estimado amigo:
Toda la vida viviendo un sueño hasta que un día el sueño se torna en pesadilla. El día que se despidió para siempre del único amor de su vida, apenas cumplidos veinteaños, en plena flor de la vida... Adiós, flaco... mientras los soldados se lo llevaban casi en volandas, como a un criminal. El flaco jamás cometió delito alguno, más allá de osar soñar con un mundo mejor. El flaco se declaraba utópico, y los utópicos representan la mayor de las amenazas para los dictadores. Así que ¡Adiós flaco!
Para cuando el flaco desapareció para no volver nunca más, ya había sembrado su simiente en el seno de Adela, Adelita, como el flaco la llamaba. Adelita parió meses después, muy sola solica, desheredada de su familia y escondida como un perro. Los soldados la acechaban y los soldados la descubrieron, arrebatándole el fruto de sus entrañas: el flaquito que era clavadico al flaco, como dos gotas de agua.
Al desmoronarse la dictadura, la amnistía excarceló a Adela, que muy sola solica hubo de comenzar a vivir de nuevo. Pocos años de prisión desmejoran a cualquiera, más todavía si el único crimen para acabar a la sombra es haberse enamorado de un utópico.
¡Un utópico! Si ya se lo advertía la mamá del flaco... Hijo mío ¡qué desgracia tan amarga! ¡Utópico! Como si hubieras nacido muerto... ¿No ves cómo acaban los utópicos? Mira a Jesucristo, a Gandhi, a Martin Luther King, ... ¡Qué desgracia vivir con el alma en vilo por un utópico!
Al abandonar la prisión, Adela anhelaba volver a recuperar a Adelita. Que la voz del flaco no clamaría ya jamás ¡Libertad! ¡Justicia! ... ¡Te quiero Adelita! Ya lo sabía. ¿Pero y la voz del flaquito?
Desde entonces se aferró a la esperanza de recuperar a su flaquito, único sueño que la rescataba de las pesadillas. Un sórdido arrabal del gran Buenos Aires, un departamento ruinoso desde el que, muy de vez en cuando, se escuchaba algún tiroteo... Un laboro en una cantina de batalla, siempre blanco de las groserías de los tipejos sin moral... Adela soportó todo aquello, día a día, ahorrando cada peso con la ilusión puesta en recuperar a su flaquito...
Pasaron los años... Diez, veinte años... Los ahorritos de Adela se evaporaron un día cualquiera, un día de verano, cuando los "demócratas" que gobernaban la Argentina desde el fin de la dictadura anunciaron que el país había caído en bancarrota. A Adela no le importó demasiado todo aquello del Corralito, pues aquel mismo día de verano le entregaron el expediente donde figuraba a qué familia los militares habían entregado en adopción al flaquito.
Con las manicas temblando buscó el nombre en la guía telefónica... ¡y las señas! Tomó un autobús, luego otro y otro. Abandonó los arrabales y se adentró a pie en un barrio de elegantes mansiones. Caminó varias cuadras, cruzándose con vecinos que se la quedaban mirando... ¡Qué buscará esta pendeja por acá! Adela iba absorta imaginando al hombre de veinte años que pronto abrazaría. ¡Su hijo, su flaquito!
Un coche deportivo frenó chirriando las gomas en el asfalto... A Adela le dió un vuelco el corazón. Tan ensimismada andaba que no reparó en que cruzaba una calle con el semáforo en verde... O no, espera, ¡si el semáforo luce en rojo, otorgando el derechode paso a los peatones!
El coche aceleró saltándose el semáforo. Un muchacho asomó la cabeza por la ventanilla y le gritó ¡Andáte con cuidado, bruja! ¡Volvéte a tu barrio! Un muchacho clavadico al flaco, como dos gotas de agua...
Un abrazo
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1 comentarios:
Pues desgraciadamente me lo creo, no me extrañaría nada, con esto de tratar de recuperar a los niños robados, luego algunos se habrán convertido en otras personas, totalmente ajenas a quien nunca los olvidó. Podría ser una historia de las tantas que salen hoy en día en los medios. Pobre Adela, la que le ha tocado...
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