viernes, 24 de junio de 2011

Un trébol

Estimado amigo:

Mi nieta acaba de cumplir seis añicos. Desde que aprendió a dar sus primeros pasos me acompaña casi todas las tardes a pasear por el campo. La pequeña gusta de escuchar mis cuentos y fábulas. Yo alimento su fantasía y ella me contagia su vitalidad, su alegría, ya que a su lado me siento rejuvenecer y olvido los achaques que mis muchos años me cargan sobre los huesos.

Desde que le conté la historia del duende de la suerte, a mi nieta se le metió en la cabeza encontrar un trébol de cuatro hojas. La criaturica se revolcaba por los verdes pastos primaverales en busca de la plantica de la fortuna.

¡Abelo ven! - me grita desde un predio. Me sigue llamando abelo como cuando era muy pequeña. ¡Qué bien me conoce! ¡Sabe que no puedo resistirme a su abelo! Así que salto la cerca del prado y me uno a ella en su infatigable búsqueda del imposible trébol. Al final, acabo subiéndomela sobre los hombros y, a caballito, regresamos cantando a casa.

Esta tarde se ha armado un gran revuelo en el pueblo, porque la nena ha encontrado un verdadero trébol de cuatro hojas. ¡Abelo, abelo! ¡He encontrado uno! ¡Un trébol de cuatro hojas! - me gritó emocionada.

A ver, hija, a ver... Efectivamente, un trébol de cuatro hojas. Déja que lo examine... A veces, la lluvia arrastra las hojas sueltas de los tréboles y alguna de éstas se queda pegada en otro trébol, provocando la ilusión de que éste posee cuatro hojas. Pasé el dedo por encima y me quedé pasmado, porque aquel trébol verdaderamente poseía cuatro hojas.

¿Dónde lo has encontrado, bonica? - le pregunté. La niña me indicó con el dedo. Ahí, en la tapia de la fábrica de papá. Me quedé blanco de la sorpresa. Inmediatamente tomé a la niña de la mano y eché a correr hacia el pueblo. ¿Me dará suerte el trébol, abelo? No supe contestarle...

El pueblo entero recoge sus enseres y abandonan sus casas, temerosos de una desgracia porque mi nieta, de seis años, ha hallado un trébol de cuatro hojas junto a la tapia del lugar donde trabaja su padre, ... ¡la central nuclear!

Un abrazo

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