Estimado amigo:
Los tres amigos habían concertado pasar un fin de semana juntos en la casa de campo de uno de ellos. Su amistad sobrevivía desde los tempranos años de guardería. Ahora, se reencontrarían tras casi diez años sin verse. Sus vidas habían evolucionado de forma muy distinta.
Marco había destacado en las finanzas y residía en Londres, donde ocupaba un buen cargo en un banco. Se presentó conduciendo un modelo deportivo, acompañado de su novia inglesa. Ambos vestían de marca, sin sacrificar detalle alguno al mediocre gusto.
Tomás dirigía el departamento de ingeniería de una gran multinacional. Se había casado nada más acabar los estudios con María, su novia de toda la vida. Ya tenían tres hijos, que habían logrado repartir entre los abuelos para poder acudir a la cita con los amigos. Tomás y María llegaron en un monovolúmen lleno de juguetes y muñecos.
Marco y Tomás, con sus respectivas parejas, se preguntaban en qué lugar viviría Javier, el tercer y último amigo. Javier no acabó sus estudios, por lo que malvivía de la escritura, arte que siempre profesó desde que tenía uso de razón y aprendió a hablar. Se había retirado a vivir a un pueblo del corazón de Castilla, rodeado de montañas y salvajes bosques. Con lo poco que ingresaba con sus artículos, sus comedias y sus cuentos, se pasaba buena parte del día restaurando una casa de pueblo, que desde que murieron sus abuelos hacía treinta años, había permanecido cerrada. Allí vivía, rodeado de vigas descubiertas, sacos de yeso y cemento, tejas, ladrillos y silencio, sobre todo silencio, para poder escuchar a la inspiración.
Los invitados llegaron a casa de Javier, que hubo de disimular al sorprender la mueca de disgusto que desfiguró la sonrisa artificial de la inglesa al ver el estado semiruinoso de la casa. Sólo lo notó Javier, sensible por naturaleza hasta a los gestos más sutiles e imperceptibles.
Los tres amigos se fundieron en un largo y sentido abrazo. Tenían muchas cosas que contarse, aunque Tomás y María no se despegaran del móvil. El pueblo, que tenía quince vecinos y un bar, carecía de cobertura, por lo que los cuatro invitados se sintieron algo desconcertados, y la ansiedad comenzó a apoderarse de ellos conforme pasaban las horas.
Cenaron una barbacoa al aire libre. Javier había comprado un lechal recién sacrificado, que se deshacía en la boca. No obstante, sobró mucha cantidad porque los invitados se limitaron a probar las chuleticas, preocupados por engordar y perder en una cena la línea que tantas horas de gimnasio y privaciones culinarias les había costado mantener.
Bajo un cielo estrellado, se enfrascaron en una curiosa conversación. El vino de la tierra despegó los labios y sinceró los corazones.
Las campanas de la ermita del pueblo tañeron lánguidamente, mecidas por el viento. En aquel rincón de la Castilla profunda, parecían no haber superado la Edad media, pensaba la inglesa mientras paladeba su tinto.
María se olvidó por unos instantes de sus tres retoños, y recordó en voz alta los siete pecados capitales de la iglesia medieval: Lujuria, Pereza, Gula, Ira, Envidia, Avaricia y Soberbia.
Marco el financiero opinaba que los tiempos habían progresado y que aquellos siete pecados que amenazaban a los ancestros, carecían de sentido en el presente. ¿Lujuria? Todo programa televisivo que se precie, toda publicidad exalta la lujuria. ¿Pereza y Avaricia? Vivimos en los tiempos del enriquecimiento rápido y sin esfuerzo. ¿Gula? Tenemos las neveras repletas de alimentos que caducan porque no los consumimos para no engordar. ¿Ira y Soberbia?
Javier intervino en este lance. ¿Ira y Soberbia? ¡Cómo no experimentar la ira ante el mundo que nos acabs de describir! ¿Soberbia? La de esos pelanas que de la noche a la mañana se ven con un móvil de empresa, se engominan el pelo y apostatan de sus dignos y humildes orígenes para codearse con lo más "pijo" de la alta sociedad.
Se hizo un silencio tras las duras palabras de Javier. Tomás, que no se había dado por aludido, terció reconociendo que el progreso se cobraba siempre un precio y que no sólo había que destacar lo negativo, si no ensalzar lo bueno de nuestra época.
La inglesa, que no había cejado de quejarse en silencio ante Marco por las incomodidades de aquella casa, instándole a poner una excusa y largarse al día siguiente a primera hora, confesó contar con sus propios pecados capitales, a saber: llevar calcetines blancos con zapatos ¡el sursum corda del mal gusto! La heterosexualidad, ir a misa, engordar, casarse, un móvil del año pasado y vivir de alquiler.
Tomás recogió las perneras del pantalón para evitar que se vieran sus calcetines blancos. María enrojeció al confesarse que asistía a misa los domingos, si bien tenía tantas preocupaciones en la cabeza que siempre se distraía del sermón. La conservadora pareja rió las ocurrencias de la inglesa, enmascarando sus heridos "egos" y confensando ser "pecadores" con una mal fingido sentido del humor. Aquella británica engreída se burlaba de ellos por haber formado una familia y haber criado panza o por creer en Dios. La hipoteca que pagaban por un piso en un buen barrio de Madrid no les permitía vestirse mejor, ni cambiarse de coche o de móvil cada dos por tres... ¡qué se creía esa pija sin moral ni valores!
Javier volvió a tomar la palabra. ¿Sabéis cuáles son los pecados capitales de hoy en día? En realidad, más que pecados, son actitudes que impiden el progreso y la convivencia... A saber: la frivolidad, el conformismo, la imagen, el derroche, la infidelidad, la hipocresía y, sobre todo, el miedo. ¿La frivolidad? Me mortifica la indiferencia de la "gente bien" ante las injusticias del mundo. ¿El conformismo? Rechazo que no sea pecado el pensar que el mundo no puede mejorar. El egoísmo asociado a pensar que cada cuál se apañe con sus problemas mientras a mi no me toquen lo mío. ¿La imagen? Esas clínicas de estética, ese "qué diran" siempre amenazando nuestra intimidad. ¿El derroche? ¿La infidelidad? Campean a sus anchas, desgraciadamente, en nuestros días. ¿La hipocresía? Es la religión de la gentuza. ¿El miedo? De ese pecado no nos salvamos ninguno, pues todos somos unos malditos cobardes.
Javier continuó su incómoda perorata. Bajo las piedras de nuestro pasado escucho gritar las ánimas de aquellos que murieron sin sentido... a hierro y fuego... Claman a que luchemos por un mundo mejor, más humano, donde el respeto y la dignidad no se compren ni vendan con dinero, ni dependan del color de la piel ni de las creencias... Y si para alcanzar la humanidad, hemos de evolucionar y olvidar tradiciones, costumbres elitistas, nacionalismos y pasiones... El mundo lo agradecerá... Tenemos una responsabilidad, nosotros afortunados frente a quienes no lo son tanto, frente a aquellos cuyo único pecado consiste en "nacer y sobrevivir".
¿Quién te crees que eres Javier? preguntó el financiero .Yo te lo diré. Eres un iluso...
No, Marco, no soy un iluso. Me atacas porque represento el mayor enemigo para ese cenagal tuyo de finanzas y avaricia... Soy un Utópico.
Los tres ex amigos se despidieron aquella misma noche. Las parejas regresaron a Madrid y, sufriendo la soledad bajo un infinito estrellado, el joven Utópico se entregó a sus sueños pacíficos, pero peligrosos, sueños que se vivirán reales antes del fin de los tiempos, recordándole a los humanos que la grandeza de su condición vulnerable y "pecadora" no conoce límites.
Un abrazo
domingo, 26 de junio de 2011
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