miércoles, 18 de agosto de 2010

Felicidad

Querido amigo:

¿Qué entiendes por felicidad? De seguro se te ocurren muchas definiciones, las cuáles, a su vez, disentirán de las formuladas por otras personas. Sin embargo, tal vez podamos clasificar las definiciones en dos grandes grupos: por un lado las “dependientes”, o vinculadas a un suceso, una persona, o un objeto; y por otro lado las “independientes”, o libres de cualquier requisito material.

Así, por ejemplo, si asociamos nuestra felicidad a la cercanía de un ser amado, o a la consecución de un hecho que nos reporte un beneficio, o a la posesión de un objeto determinado, subordinaremos nuestra felicidad a casuísticas extrínsecas a nosotros mismos. Al contrario, la felicidad “independiente” implicará la aceptación de nuestra propia condición intrínseca –somos quienes somos, en armonía con nuestro entorno-.

En el fondo, ambas categorías de felicidad se interrelacionan, ya que la “dependiente” determina el entorno en el que hemos de armonizarnos y aceptarnos a nosotros mismos para alcanzar la felicidad “independiente”. Entonces ¿podemos ansiar la felicidad en cualquier entorno? En efecto, si logramos independizarnos de lo extrínseco y asumir nuestra existencia tal y como la percibimos. Por tanto, para aceptarnos a nosotros mismos hemos de conocernos a nosotros mismos; y para librarnos de lo extrínseco, hemos de renunciar. A la hora de renunciar, discerniremos entre lo esencial y lo superfluo. Una vez más, para identificar lo esencial para alcanzar la felicidad, hemos de conocernos muy bien a nosotros mismos.

Amigo mío, la felicidad pasa por conocernos a nosotros mismos, aunque hay entornos en los que se plantea más difícil realizarla. Parece imposible sentir la felicidad en medio de una guerra o de la miseria extrema y, sin embargo, hay personas felices. Parece imposible no ser feliz en una ciudad del primer mundo –con todas las necesidades cubiertas- y, sin embargo, hay personas infelices.

Un abrazo

martes, 17 de agosto de 2010

Viajes

Querido amigo:

Los hombres peregrinamos desde tiempos inmemoriales. Nos impulsa un irreprimible anhelo por viajar y descubrir. La literatura ha glosado grandes metáforas sobre viajes al fondo del corazón humano.

Los viajes desentrañan mente y corazón. Nos abstraemos de la rutina, atraídos por lo desconocido, por el cambio, por el deseo de vivir otra vida. Revivimos el sabor de la aventura, tal vez olvidado en nuestra memoria de infancia, y rejuvenecemos a cada paso que nos distanciamos de la rutina que abandonamos. Descubrimos los pétalos que cubren nuestra mente, ávida de nutrirse con acentos foráneos, remotas villas e historias por contar. ¡Cuántas grandes ideas habrán brotado en el transcurso de nuestros viajes!

En nuestras vidas, se suceden acontecimientos que predestinan nuestro futuro. Así, querido amigo, cuando te presentaron a tal, te convencieron para acometer lo que nunca te habías imaginado, o un desconocido te regresó lo que se te había caído del bolsillo, decidiste no tomar ese tren, o te extraviaste por aquellas angostas callejuelas…; en esos instantes se intersectaban las líneas de nuestro destino, inaugurando nuevos “egos” que se superponían a nuestras personalidades.

Viajamos, a veces, sin percatarnos de ello. Quizás no salimos de nuestro hogar, de nuestro pueblo, pero cada día –por avivar el deseo de explorar- redescubrimos el mundo que nos rodea, y nos reinventamos a nosotros mismos. Leemos, escuchamos los medios de comunicación, viajamos con la fantasía sin alejarnos del hogar, estimulando el apetito por el cambio.

Un abrazo

jueves, 12 de agosto de 2010

Novelas

Querido amigo:

A menudo, muchas películas, muchas novelas, culminan con un gran suceso: los amantes que se reencuentran; el deportista que alcanza la gloria; el héroe que salva a todo el regimiento, etc… Muchas veces, tras tan emotivos finales, no podemos evitar lamentarnos de lo poco novelescas que resultan nuestras existencias. ¿Qué le importa al gran público lo que hacemos?

Sin embargo ¿nos atrevemos a imaginar cómo prosiguen las películas después del gran final? Es posible que los amantísimos enamorados, al regresar a sus vidas cotidianas después de haber corrido tantas aventuras, terminen postrados en el ostracismo; que el deportista caiga en depresión ante la incapacidad de emular otro triunfo como el ya alcanzado; que el héroe envejezca -como todo el mundo-, y que acabe en oficinas, gestionando el papeleo de otros soldados más jóvenes y ávidos de aventuras.

En el fondo, la humanidad siempre se ha alimentado de historias ajenas. “El derecho a vivir la vida de otros”, nos decía un maestro en sus clases. Tal vez, amigo mío, nuestras vidas sean más novelescas de lo que creemos; todo depende del talento con el que las miremos. Al menos, nuestras alegrías y nuestras penas son reales, de carne y hueso, y sólo por eso, merecen ser compartidas.

Un abrazo

martes, 10 de agosto de 2010

Pies

Querido amigo:

¡Cuántas veces hemos escuchado “poner los pies en la tierra”! La sabiduría oriental cuenta que los órganos de nuestro cuerpo encuentran su reflejo en las plantas de los pies. Cuando caminamos, inmersos en nuestros quehaceres diarios, no reparamos en las plantas de nuestros pies.

Hoy, podemos plantearnos un breve experimento. Por un rato, despejemos la mente; concentrémonos lo más posible en nuestros pasos. Plantemos cada pie en el suelo con lentitud otoñal, con la suavidad de las hojas caducas al despedirse del árbol, experimentando el peso de nuestro cuerpo gravitando de un pie a otro, despegando cada pie con idéntica quietud, en silencio, como si acecháramos… No olvidemos acompasar nuestros pulmones a nuestros pasos.

Descubriremos un paraíso de sensaciones. Toda vibración que corra por el piso, voces, un murmullo de viento, otros pasos, etc… ondas mecánicas que nos estremecen, que nos recuerdan la consciencia de vivir, vivir sintiendo, vivir resonando. Convertimos en orejas nuestros pies. Si entornamos los párpados, convertimos en ojos los pies: luces fugaces que no son sino haces gravitatorios que nos atraen al firme. Vibraciones de siete mil millones de seres que estremecen los mantos estratigráficos para confluir en el núcleo terrestre.

El experimento cobra mayor intensidad si tratamos de mantener uno de los pies en equilibrio, convirtiéndonos en un pulso latente a merced del aire ingrávido, como si voláramos. Todo juego de equilibrio que nos atrevamos a realizar intensificará la experiencia.

Un abrazo

domingo, 8 de agosto de 2010

Invisibles

Querido amigo:

¿No has notado que a veces somos invisibles? Efectivamente, cuanto mayor acumulación humana, mayor número de invisibles. Salimos a las calles de nuestra ciudad, congestionadas de peatones y tráfico; nadie repara en nosotros.

Desaparecemos hasta que topamos con alguien que nos conoce. Muchas veces, no importa que hayamos intercambiado o no cuatro palabras con dicha persona -buenos días, buenas tarde, etc...-, esa persona ya se ha familiarizado con nuestro rostro, con nuestros gestos. Ya no somos invisibles.

En poblaciones más discretas, los vecinos no suelen ser invisibles porque hay más interacción entre ellos. ¿Nos hemos fijado en cuántas personas son invisibles a nuestros ojos? Personas que sistemáticamente se cruzan con nosotros, y para quienes estamos ciegos.

Amigo mío, lanzaremos una campaña para arrebatar a nuestros vecinos del vacío invisible. Abramos los ojos, abramos la fantasía. Cada cara, cada mirada furtiva descubrirá a alguien complejo y lleno de dichas y ddesdichas... Alguien, tal vez, tan visible como nosotros...

Un abrazo

Gloria, éxito y fama

Querido amigo:

De la fama, de la gloria, intuimos que ensalzan a las personas hasta los cielos de la libertad y la felicidad. El éxito, la fama, la gloria, la victoria,.... como si ascendiéramos al olimpo desde el cuál contemplamos la Tierra a nuestros pies.

En realidad hay matices. Por ejemplo, la fama puede alcanzarse por vías acertadas y por vías erróneas. Hay famosos en los que no desearíamos vernos encarnados. En cuanto al éxito y a la gloria, siempre tienen un precio. A veces, muy alto.

Abandonemos la frívola imagen de la gloria como un "César laureado", objeto de la estima de sus congéneres. La gloria no arranca a nadie de la soledad de su propio ser. Sólo el amor, con el que cada uno nos volcamos en los demás puede ahuyentar nuestra soledad.

Querido amigo, en contra de la creencia que divulgan los medios de comunicación, la gloria require mucho esfuerzo, empeño y concentración. El precio que pagamos por triunfar nos fuerza a sacrificar nuestra vida personal. Un precio muy alto.

La gloria significa un éxito relativo, pero el vero éxito se alcanza en nuestro día a día; éste no cosechará el reconocimiento global, sino el de aquellos que más queremos, que en realidad es el más pleno y sublime reconocimiento al que puede aspirar cualquier ser humano. Al Olimpo sólo se llega cuando, sin perseguir ni gloria ni éxito ni fama, obramos amando lo que hacemos, obramos por los demás. El Olimpo es humano, ama. Lo deshumanizado no alcanzará jamás el Olimpo, por mucho que se esfuerce.

Un abrazo

Circunstancias y Empatía

Querido amigo:


Hace un tiempo reflexionábamos sobre la empatía. Empatía, como un sentimiento recíproco de confianza, fruto de un intercambio equilibrado de sentimientos.

Sin embargo, cada día tropezamos con otras personas con las que no empatizamos. Amigo mío, ¿hemos pensado qué haría falta para querer a esas personas? ¿Cuánto tiempo duraríamos sin hablarnos en una isla desierta? ¿Terminaríamos por llamar amiga a esa persona?

Siguiendo este razonamiento ¿cuántas de nuestros amigos no lo serían si cambiaran las circunstancias en que brotó la confianza entre vosotros? Muchas veces, al reencontrarnos con un amigo después de mucho tiempo, hemos sentido la decepción de haber extraviado en el tiempo la confianza que forjamos mutuamente. Nuestros amigos, como nosotros, evolucionan en función de sus circunstancias. La circunstancias modelan nuestro carácter y nuestra visión de la vida. ¿Hemos perdido nuestra empatía?

En realidad no. Empatizar, quizás, implique comprender los sentimientos del prójimo en sus propias circunstancias, y lo más importante de todo, respetar tales sentimientos. Por tanto, en una isla desierta, dos personas razonables, por muy distintas que sean, terminarán por empatizar -sólo es cuestión de tiempo-, ya que las circunstancias los han unido abstrayéndoles de sus vidas anteriores. Podemos concluir que todos somos susceptibles de empatizar, sólo que tenemos que poner de nuestra parte para entender nuestras circunstancias.

Un abrazo

Mundo Ideal

Querido amigo:

En un mundo ideal, todos los seres humanos confraternizaríamos. No existirían los siete pecados capitales: ni ira, gula, envidia, soberbia, lujuria, pereza ni avaricia. No habría pobres, ni hambre en el mundo. Cada uno de nosotros se consagraría a los demás a través de su trabajo, satisfaciendo a la par su vocación. En un mundo ideal, por tanto, debería existir el exacto número de especialistas para cada área de la ciencia, para cada oficio...; de modo que no quedaran vacantes, ni tampoco sobraran. Si sobrara alguien, no podría realizarse como persona, no alcanzaría la felicidad, no habría un mundo ideal.

En un mundo ideal no habría problemas de convivencia, porque todos compartiríamos idénticas costumbres, credos. No habría motivos para pronunciar las palabras "vergüenza", "intimidad", "privado", "decoro", "justicia", "ignorancia", etc... Lo ideal desnaturaliza tales conceptos. Por ejemplo, no tendría sentido que habláramos de justicia en un mundo en el que todo se administra a la perfección, en donde no padecemos los siete pecados capitales.

En un mundo ideal, cada hombre ideal se enamoraría de su mujer ideal, lo que implicaría que cada mujer ideal se enamoraría de su hombre ideal. Tampoco habría celos, porque no se comprendería el concepto de deslealtad.

Posiblemente, en un mundo ideal todos nos pareceríamos en carácter, por lo que podríamos comprender que el amor surgiera sin que hombres ni mujeres repararan en sus físicos, pero objetaríamos que, albergando todos idénticos sentimientos, se nos dificultaría escoger a nuestra pareja ideal. Pero, en fin, si el mundo es ideal... el amor también será ideal.

Querido amigo, ante la comunión de pareceres, sentimientos y creencias, en un mundo ideal no habría necesidad de artistas que descubrieran los detalles de la vida; no habría melancolía ni desamor, ni amor a que cantar. La poesía carecería de razón de ser.

Y viviríamos muchos años, porque habría remedio a toda enfermedad; feneceríamos junto a nuestra pareja, con la que habríamos concebido el perfecto número de hijos e hijas. En un mundo ideal los decesos igualarían a los natalicios, para que la población global no rebasara la capacidad de producción de la Naturaleza.

Y nos vestiríamos todos igual, comeríamos todos del mismo rancho, y no precisaríamos distracciones, porque careceríamos de tiempo para aburrirnos; siempre trabajando felices por los demás.

¿Aún deseas vivir en un mundo ideal?

Un abrazo