domingo, 21 de noviembre de 2010

Amén

Querido amigo:

Anoche me desvelé de nuevo, así que me levanté y me asomé al balcón. Me extrañó no ver a nadie por las calles desiertas.

Esta mañana he sabido que anoche la ciudad se vistió de luto. Toda la vida nocturna se había mudado al piso de una pobre anciana, donde se había improvisado un extravagante velatorio. Anoche se le rindió el último adiós, y ante sus flacos restos desfiló una cariancotecida tropa de meretrices, camellos, macarras, chaperos, timadores, borrachos, juerguistas, gogós, camareros, jugadores, mafiosos y algún que otro hombre respetable... Ante la finada, todos callaban recuerdos que valía más ocultar.

Al amanecer, ya sólo quedaban los hijos de la difunta, cuando se presentó un eminente político para rezarle unos padrenuestros. Antes de despedirse, depositó una barra de carmín sobre la caja. Me crucé con él en la entrada del cuarto. Luego, los pocos que allí quedábamos, nos trasladamos a la iglesia. Mientras le dedicaba el responso, derramé una lágrima por los secretos que se iban a entregar a la tierra.

Las beatas de siempre bisbiseaban sus oraciones en un rincón, ajenas a las exequias. Una de ellas, que viste siempre de diseño, es esposa del político que me había topado en el velatorio. Se sienta siempre en el primer banco junto a la esposa de un distinguido banquero. En el silencio que siguió tras bendecir el pan y el vino, la esposa del banquero cuchicheó... ¿Quién es la difunta a la que tan sentido sermón le dedica el cura? Hube de reprimir un grito desde el altar cuando la mujer del político, respondió con desdén... Aquella vieja sinvergüenza que hacía la calle en la plaza...

Un abrazo

viernes, 19 de noviembre de 2010

Unos caminantes

Querido amigo:

Un día de finales de agosto, dos jóvenes españoles iban juntos por el arcén de una carretera que se alejaba de París. Aunque estaban acostumbrados a dormir poco y andar mucho, mostraban un aspecto calamitoso después de dos días de fiesta sin pegar ojo. Además, no tenían un chavo en los bolsillos.


Cuando el sol apretó, se detuvieron a descansar bajo una sombra. Desde la radio de una casa vecina, les llegaron los sones de Lili Marleen, y ambos jóvenes se sumergieron en la nostalgia... Al terminar la canción, pasó un buen rato hasta que uno de ellos rompió el silencio: Hace unos años, una mañana muy fría de invierno, viajaba en un vagón de metro atestado de gente. Unos y otros nos dábamos calor con nuestra presencia. Recuerdo haber cerrado los ojos y, por unos instantes, entre Sol y Cuatro Caminos llegué a imaginar que me encontraba aquí, ahora... La canción me ha evocado aquel momento, como si entre aquel momento y el presente se hubiera cerrado un bucle de mi vida. Como si hubiera vivido ambos instantes a la vez.

Su camarada le confesó que extrañaba mucho a su pueblo, su familia, su novia,... y que había decidido regresar a España. Si no hay trabajo, ya me apañaré. En peores nos las hemos visto. También a mi me ha llegado hondo la canción. ¿Y tú?

No, respondió el compañero, perdida la vista en la carretera. No puedo volver ahora. Presiento que aún tengo mucho que hacer fuera. Muchos bucles que deshacer en mi vida... Creo que iré a Alemania. Me siento incapaz de renunciar al sueño.

Sobraron más palabras. Al cabo de unos minutos se incorporaron y se despidieron con un abrazo. Uno tomó rumbo al este, por la carretera de Nancy, el otro hacia Burdeos. Dos jóvenes anarquistas caminaban sin rumbo después de haber luchado para liberar París en agosto de 1944.

Un abrazo

domingo, 14 de noviembre de 2010

Un laberinto

Querido amigo:

Cierto día un hombre que había salido a pasear se extravió por un sendero que nunca había tomado antes. Anduvo durante horas sin saber donde se encontraba; anduvo hasta que le sorprendió la oscuridad; y anduvo toda la noche, ... totalmente perdido.

Al levantarse la aurora, oyó una voz que atronaba desde el cielo: No estás solo en el laberinto. Hay alguien más en él. Quienquiera de los dos que primero dé con la salida abandonará el laberinto. El otro permanecerá perdido en él para siempre. Con el tiempo, el hombre pudo acostumbrarse a convivir con la ansiedad.

Al cabo de muchos años recorriendo en solitario los interminables vericuetos del laberinto, había agotado toda esperanza. Hasta que por fin encontró una huella... Se quedó paralizado, aturdido por tantas incertidumbres como le atormentaban. ¿Habrá salido ya? ¿O quizás haya encontrado antes mis huellas y aceche para tenderme una trampa?

Cautivo de sus aprensiones, extremó la atención en cada uno de sus pasos. Al volver una esquina descubrió al otro, dormido en el suelo. Se acercó a tientas, conteniendo la respiración, cuidándose de no provocar el menor ruido...; y de un golpe certero... asesinó al rival. Jadeante aún de tanta tensión, se dejó caer junto al cadáver. Al menos, tarde o temprano, descubriré la salida y volveré a ser libre. Al mirarse las manos manchadas de sangre, comenzó a sentirse extraño, mas no tuvo tiempo de sentir remordimientos, porque una voz del cielo clamó... ¡uno de los dos ya ha franqueado la salida del laberinto!

Un abrazo

Un actor

Querido amigo:

Anoche fui testigo de la última función del maestro; pero vayamos por partes.

Hace año y medio ingresé en su compañía teatral para cubrir la vacante que había quedado para el papel de Christian en la obra Cyrano de Bergerac. La compañía lleva interpretando el clásico desde hace casi 40 años en un pequeño teatro de barrio de París.

El maestro debutó entonces encarnando al enamorado Christian. En aquella época el maestro tenía mi edad y, al igual que yo, presentaba buena planta para el papel del tímido galán. Con los años pasó a interpretar al narizotas de Cyrano, papel que ejercía desde hacía poco más de 20 años.

Por nuestro coqueto teatro hemos pasado generaciones y generaciones de jóvenes actores. El maestro se ha enamorado secretamente de todas sus Roxanes, ha recitado encendidos versos para todos sus Christians,... se ha batido contra todos sus enemigos... la calumnia, el dinero, los prejuicios, la cobardía, la estulticia y, sobre todo, con el más temido de todos, el paso del tiempo...

Anoche se despidió de las tablas después de una larga carrera dramática. Interpretaba a su último Cyrano. Yo me había apostado tras el bastidor para ver el final de la obra. Llegó la escena del moribundo Cyrano, delirando espada en mano hasta desplomarse. Roxane se inclinó sobre el inerte Cyrano y... ocurrió algo maravilloso... el maestro se incorporó y estrechando a Roxane entre sus viejos brazos... por primera vez en 20 años... la besó en los labios.

Un abrazo

viernes, 12 de noviembre de 2010

Un barrendero

Querido amigo:

Una fresca madrugada de mayo, un barrendero de origen indio limpiaba las aceras de un puente de la ciudad de Estocolmo. Era muy temprano y el barrendero silbaba una alegre melodía, animado por la espectacular belleza del alba que se elevaba sobre las aguas de la ría. A esas horas la ciudad apenas estaba despertándose, por lo que le sorprendió distinguir a un hombre acodado sobre la barandilla del puente.

Súbitamente, aquel extraño se encaramó al pretil del puente. Nuestro barrendero arrojó su cepillo y corrió hacia él gritando... ¡alto, alto! Al acercarse se encontró con un hombre maduro y distinguido, asomado con angustia a las heladas aguas. El hombre se quedó mirando al barrendero con desesperado vacío temblando en las pupilas de los ojos.

Toda mi vida he ansiado la libertad... , comenzó a decir en inglés. Toda mi vida luchando por abrir un camino a través de las circunstancias... Usted no lo entiende, me he traicionado, y he traicionado al mundo entero.

El barrendero indio se arrimó al hombre, hincándose también sobre el pretil del puente. Tomándole la mano le replicó... La vida requiere coraje para vivirla, said. Sólo los héroes se imponen a sus circunstancias. Said está fatigado de tanto luchar y ahora desea dejarse llevar por la corriente... Said aún no me ha traicionado a mí. Si said salta, moriré con said. ¡Sálveme, said!

El hombre se apeó del pretil con el barrendero indio de la mano. Ya en la acera, el hombre se alejó andando muy despacio. El barrendero indio le siguió con la mirada hasta que le perdió de vista. En ese momento se apagaron los faroles del puente y el sol despuntó por el horizonte.

Aquel mismo día, al anochecer, el hombre del puente recibía el premio Nobel de la Paz en medio de una calurosa ovación.

Un abrazo


jueves, 11 de noviembre de 2010

El primer amor

Querido amigo:

¿Te acuerdas? Hace ya muchos años, una tarde de primavera. El abuelo iba en manga corta y tú y yo, todavía mozuelos, sentíamos frío. Tú estabas triste porque acababas de perder tu primer amor. Al verte tan compungida, el abuelo se quedó ausente por unos instantes... el primer amor, el primer amor nunca se olvida... pasan los años, un día te cruzas con él y sientes temblar el piso bajo tus pies...

Preguntaste al abuelo cómo se llamaba su primer amor, y él evocó un nombre... María..., se llamaba María,... pero ya ha pasado mucho tiempo de aquello. Éramos casi unos niños. No lo comprenderíais. No me gusta hablar de eso.

¿Te acuerdas?

La semana pasada saqué a pasear al abuelo por el parque. El pobre ya no tiene memoria y tan sólo habla de su más temprana infancia. Recuerdo que el parque estaba alfombrado por la primera colcha de hojarasca del otoño. Esta vez, era yo quien llevaba manga corta y el abuelo quien tenía frío.

Nos sentamos en un banco, le tomé la mano para calentársela entre las mías. En el banco de enfrente se sentó una muchacha, que me recordó a ti, que llevaba del brazo a otro abuelico. Fue entonces cuando sentí temblar la mano del abuelo, y calor, mucho calor... Se había quedado como embobado, mirando fijamente a la pareja que formaban el abuelo y la muchacha sentados justo enfrente. Confieso que me asusté por unos instantes. Sientes temblar el piso bajo tus pies... recordé.

Al cabo de unos minutos, la muchacha se puso en pie y con incomparable dulzura le dijo a su abuelillo... ande, señor María, no sea perezoso...

Un abrazo

domingo, 7 de noviembre de 2010

Una de pueblo

Querido amigo:

Hacía media hora que esperaba sentada en el velador de un café. Ante ella, una taza con los restos de una infusión y un cenicero que ya acumulaba tres humeantes colillas. Llevaba poco tiempo en la gran ciudad y podía llegar a sentirse muy sola. Al fin, vio en la puerta a su único amigo, y sacó fuerzas para sonreír.

El muchacho le dio dos besos. Traía las mejillas heladas. Pidió un café con leche y se sentó enfrente, frotándose las manos. Se disculpó por el retraso. Tenía mucho lío en el trabajo, y luego había quedado con unos amigos de la facultad.

¿Cómo estás? Un poco cansada. No duermo muy bien últimamente. Pesadillas.

Hay que animarse, chica. Y ella hubo de morderse los labios para disimular.

¿Algún trabajo? Nada aún. Se me hacen muy largos los días esperando... Esperando... a que... Por otra parte... El camarero interrumpió sus palabras al servir el café con leche.

¿Y en el piso? Bien. Cada cuál hace su vida y apenas nos vemos. Todos andan muy ocupados. Hay una chica que parece maja, pero llega muy tarde del trabajo. Nadie parece tener tiempo para nadie... Tendré que acostumbrarme... En el pueblo,.. bueno, no quieren saber nada de mi desde que...

Sonó el teléfono del amigo, que hizo una mueca de fastidio: Tengo que irme. Son los de la facultad... Otro día me cuentas con más calma. Espero verte más animada entonces. Anda, dame dos besos.

Ella se quedó sola de nuevo. Ella, claro, no era amiga de la facultad.

Un abrazo

sábado, 6 de noviembre de 2010

Un joven doctor

Querido amigo:

El joven doctor se sentó a la mesa para cenar. Los problemas de sus pacientes le mantenían absorto en sus pensamientos, y se tomaba la sopa en silencio. Tampoco mediaban palabra sus padres y hermanas.

¿Has visto últimamente a aquella señora que vivía en un chalet a las afueras? - inquirió de pronto a su madre. La madre del joven doctor se ganaba la vida como chacha, limpiando casas. Le contó que había limpiado la casa de la señora aquella misma mañana, y que ésta ya no vivía a las afueras.
¡Eso era antes, con el otro marido! ¡Cuánto la hizo sufrir aquel vividor! No, a aquel le dió puerta cuando se enteró de que tenía no sé cuántas queridas y que llegaba a las tantas a casa porque había estado divirtiéndose con ellas. Lo plantó y se mudó al centro. Se volvió a casar hace un año y le ha cambiado la cara a la pobre. Hasta espera un bebé y todo. El otro no quería saber nada de niños...
El joven doctor se acabó la sopa y se encendió un cigarrillo. No quiso decir nada, pero aquella mañana había reconocido al vividor en la morgue del hospital. Al parecer, había ingresado con sobredosis de cocaína hacía dos semanas, y nadie le había echado de menos desde entonces. El joven doctor pensó para sí que valía más no turbar un feliz embarazo con amarguras del pasado.
Un abrazo

jueves, 4 de noviembre de 2010

Desustanciados

Querido amigo:
Empecemos paseando por el pasado. Remontémonos muchos siglos atrás, hasta la fundación de nuestro pueblo, nuestra ciudad. Imaginemos cómo lucía entonces el territorio sobre el que ahora nos asentamos.
Sólo así comprenderemos cómo evolucionó nuestro pueblo con el paso de los tiempos. Deshojando los años que nos separan, vislumbraremos la esencia de nuestra villa. Un valle; un bosque; un río; fértiles campos; verdes pastos; caza; un lago; un mar; un cruce de caminos; un bastión defensivo, un abrigo frente al viento; etc... Nuestros ancestros no eligieron al azar sus asentamientos, sino que buscaban las plazas más idóneas o estratégicas, bien para abastecerse de lo necesario para sobrevivir, o bien para dominar vastas extensiones de terreno.
Con el tiempo, muchas poblaciones han ido mudando su esencia original. Unas han ido a más, otras han venido a menos. Hoy en día, pocos lugares recuerdan ya cómo fueron en un principio. Las franquicias comerciales acaparan los centros históricos de las ciudades, que acaban por parecerse entre sí. Hoy en día, la economía reduce las poblaciones a meros mercados. Esa economía que sólo razona con intereses y beneficios, no considera rentables los mercados pequeños, y por eso construye grandes urbes, menos costosas de abastecer, en detrimento de otros pueblicos, más modestos, que acaban por olvidarse en la cuneta de nuestras carreteras.
Y así, amigo mío, nos hacinamos todos en el mismo lugar, nos olvidamos de la esencia que nos hizo como somos y que nos diferenciaba de los demás, y nos convertimos en meras presas de la publicidad, todos iguales, igualicos. Lamentablemente iguales.
Un sentido abrazo

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un consultor

Querido amigo:
La consultoría había sido un puro delirio desde primera hora de la mañana, pues al día siguiente vencía el plazo para entregar unos informes al juzgado. Previendo que el trabajo se prolongara hasta bien entrada la madrugada, el jefe de equipo se concedió media hora para almorzar con su esposa. Aquella mañana desayunando, él había prometido que comerían juntos al mediodía.
Ella siempre se lamentaba del poco tiempo que el trabajo de él les brindaba; y confesaba que, a menudo, se sentía muy sola. Él siempre prometía que pronto buscaría un empleo más tranquilo, y que pasarían todas las tardes juntos. Pero nunca llegaba el momento propicio para dejar la consultoría.
Al verla aguardándole en el portal del alto edificio de oficinas, el consultor se sintió feliz. Se besaron, se cogieron de la mano, y se dirigieron sin hablar hacia un restaurante cercano. Mientras tomaban el primer plato, ella empezó a contarle que había conocido a un hombre...
El experimentado ejecutivo sintió que le abandonaban las fuerzas. Su móvil sonó sobre la mesa, y él apenas se movió, escuchando a su esposa con el corazón en vilo.
Tras los postres, salieron muy abrazados del restaurante, y estuvieron paseando por un parque vecino. Sobraban las palabras. La esposa sonreía como sólo una mujer madura puede hacerlo, después de captar la mirada furtiva de un hombre, prueba incontestable de que aún conserva su atractivo.
De vuelta en la consultoría, el director le llamó a su despacho. Hacía más de dos horas que faltaba, y no había contestado a ninguna de las múltiples llamadas que le habían hecho. -Váyase de aquí ahora mismo, porque está usted despedido-, culminó, severo, el director.
-Me da igual-, respondió el consultor, encongiéndose de hombros. Dejó el móvil encima del escritorio del director, se dió media vuelta y se marchó. Los demás consultores se sonreían por lo bajo al verle abandonar la oficina. Luego, volvían a agachar las cabezas ante los ordenadores, sin dejar de teclear compulsivamente.
El consultor se iba feliz; su corazón brincando de contento, pues bailaba al ritmo de las últimas palabras que su esposa le dijera al terminar el postre: ...buen provecho, amor mío.
Un abrazo

lunes, 1 de noviembre de 2010

Mi abuela

Querido amigo:

Te pido disculpas de antemano, pero hoy te voy a contar algo sobre mí. Mejor dicho, te hablaré de mi abuela.

Cuando los seres amados parten, nos dejan muchos recuerdos. Sin embargo, hay memorias que no se alteran, tan intensas, siempre vivas, nítidas en el alma... De entre tantos momentos juntos, sólo nos quedan esos instantes, pocos instantes que definen un ser, inolvidables...

A finales de agosto de 1998 viajé a Nancy, al noreste de Francia, para comenzar mi último año universitario. Por primera vez en mi vida me separaba tanto tiempo de mi familia.

En Nancy me instalé en una residencia, a dos pasos de la escuela universitaria, junto a otros amigos y compañeros de estudios. Durante las primeras semanas, hubimos de correr de aquí para allá para abonar un rosario sin fin de facturas: la fianza de la residencia, el seguro para la habitación, la matrícula de la universidad, libros de texto, el permiso de residencia de la gendarmería, etc... Además de otras gestiones para las cuáles poco me ayudaba mi escaso nivel de francés de entonces. Al principio, las clases se nos hacían especialmente duras.

El primer sábado de septiembre, la delegación de alumnos de la escuela celebró una gran fiesta de inauguración del curso escolar, a la que fuimos invitados todos los estudiantes foráneos. A la mañana siguiente, me sentía a morir. Aquel domingo me lo pasé recorriendo las calles y parques de Nancy, bajo un cielo gris plomizo. Al caer la tarde, telefoneé a casa, como cada domingo. Enseguida me notaron la tristeza en la voz. Finalmente, tras haber intercambiado breves diálagos con todos -pues corría el contador-, escuché la voz de la abuela.

Para aquella época, la abuela ya manifestaba síntomas de una incipiente falta de memoria que terminaría por socavar los últimos años de su vida. Sin embargo, al sentir el primer temblor en mi voz, la abuela me instó a henchirme de valor. ¡Coraje! ¡Coraje! ¡Nada de lágrimas! ¡Mira que me voy allí si hace falta!

Aquello me despertó la primera sonrisa del día... Frisando los ochenta ¡la abuela se iba a presentar en Nancy! Me tragué el nudo que me atenazaba la garganta, y desterré la tristeza de mi corazón durante los meses que seguirían hasta regresar a casa con los estudios terminados.

Así era mi abuela, amigo mío.

Un abrazo