viernes, 12 de noviembre de 2010

Un barrendero

Querido amigo:

Una fresca madrugada de mayo, un barrendero de origen indio limpiaba las aceras de un puente de la ciudad de Estocolmo. Era muy temprano y el barrendero silbaba una alegre melodía, animado por la espectacular belleza del alba que se elevaba sobre las aguas de la ría. A esas horas la ciudad apenas estaba despertándose, por lo que le sorprendió distinguir a un hombre acodado sobre la barandilla del puente.

Súbitamente, aquel extraño se encaramó al pretil del puente. Nuestro barrendero arrojó su cepillo y corrió hacia él gritando... ¡alto, alto! Al acercarse se encontró con un hombre maduro y distinguido, asomado con angustia a las heladas aguas. El hombre se quedó mirando al barrendero con desesperado vacío temblando en las pupilas de los ojos.

Toda mi vida he ansiado la libertad... , comenzó a decir en inglés. Toda mi vida luchando por abrir un camino a través de las circunstancias... Usted no lo entiende, me he traicionado, y he traicionado al mundo entero.

El barrendero indio se arrimó al hombre, hincándose también sobre el pretil del puente. Tomándole la mano le replicó... La vida requiere coraje para vivirla, said. Sólo los héroes se imponen a sus circunstancias. Said está fatigado de tanto luchar y ahora desea dejarse llevar por la corriente... Said aún no me ha traicionado a mí. Si said salta, moriré con said. ¡Sálveme, said!

El hombre se apeó del pretil con el barrendero indio de la mano. Ya en la acera, el hombre se alejó andando muy despacio. El barrendero indio le siguió con la mirada hasta que le perdió de vista. En ese momento se apagaron los faroles del puente y el sol despuntó por el horizonte.

Aquel mismo día, al anochecer, el hombre del puente recibía el premio Nobel de la Paz en medio de una calurosa ovación.

Un abrazo


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